‘El secreto’, texto escrito por Lorena, ha logrado el primer premio del I concurso de relatos del IES Augusto González Linares de Santander.
Una mañana cualquiera de un día cualquiera, Paul se despertó con cierta angustia, pues había tenido un sueño un tanto raro, y aunque pensó que sólo había sido eso, un sueño, había algo que realmente le inquietaba sin poder explicar que era.
Cuando bajó a desayunar en compañía de su madre, Ann, ésta notó algo extraño en su hijo. Esa madrugada Ann se despertó sobresaltada debido a los gritos de angustia de Paul, quien se encontraba sumido de tal manera en su pesadilla, que necesitó algún que otro cachete para volver a la realidad. Durante un corto espacio de tiempo, ella se quedó junto a su hijo ofreciéndole alguna que otra caricia en su negro cabello hasta que éste pudo conciliar el sueño.
A la mañana siguiente, ambos se reunieron en la mesa de la cocina para desayunar como cada día, aunque esa mañana todo entre ellos resultó mucho más frío y distante que de costumbre. Fue a media mañana cuando Ann decidió hablar con Paul y preguntarle el motivo de su angustia, lo cual, en cierto modo, la obligó a romper el silencio respecto a un gran secreto que había permanecido siempre entre ellos dos.
El chico le explicó el motivo de su inquietud y la describió los dos sueños que había tenido las dos noches anteriores, en los cuales aparecían un muchacho y una muchacha que le llamaban y le decían: «… ven con nosotros, nos perteneces, somos tus verdaderos padres.»
Ella se quedó paralizada y comenzó a notar un continuo sudor frío que la recorrió todo el cuerpo. Paul no lograba comprender el evidente nerviosismo de su madre, e intentó calmarla, pero lo único que consiguió al abrazarla fue que un desesperado llanto surgiera de lo más profundo del corazón de Ann, el cual provocó en Paul unos leves sollozos, aunque sin saber muy bien el motivo. De repente Ann hizo todo lo posible por tranquilizarse y le confesó a Paul que debía contarle un secreto, que todavía no le había revelado para evitarle sufrimientos. Por otro lado y sin poder entenderlo, ella se sintió libre, pues estaba a punto de desvelar a su hijo el secreto que sin poder evitarlo siempre había sido un obstáculo entre ellos.
Los dos se acomodaron, pues ella sabía que era una historia muy larga y él de alguna manera lo presentía. Paul pudo observar como su madre tenía la mirada perdida, lo que le hizo comprender que debía darle unos minutos para reflexionar, en los cuales ambos permanecieron inmóviles. Seguidamente Ann, que no fumaba, se encendió un cigarrillo, que sacó de una vieja caja propiedad de su ex marido, que estaba llena de cigarrillos sueltos y algún que otro objeto sin valor. La primera bocanada de humo la dio el valor suficiente para comenzar el relato.
«… Ante todo quiero pedirte perdón, pues de algún modo puede que te sientas traicionado Paul, aunque mi intención sólo fue protegerte. Además, ya eres mayor de edad, por lo que estás en tu derecho de exigirme que sea sincera …»
Ann continuó el relato tranquilamente, e intentando hacer las menos pausas posibles para que luego no le fuese difícil continuar. El primer impacto que Paul se llevó fue cuando ella le dijo que realmente no era su madre. Esto conmocionó a Paul, e incluso llegó a pensar que se trataba de una broma, pero Ann de forma seria le dijo que escuchase atentamente la historia que le estaba contando, pues era totalmente cierta.
Le contó que sus padres biológicos habían vivido en Wall, una ciudad situada a unos cien km del lugar donde ellos vivían actualmente. Le contó que en realidad, él había tenido cuatro hermanos más, y que formaban un grupo de quintillizos preciosos. Fueron muy famosos al poco de nacer por aquel entonces, pues no eran muy comunes los partos múltiples. Wall era una ciudad más bien pequeña, y todo el mundo les conocía por un simpático apodo que alguien les puso al oírles llorar durante un día entero, y en lugar de los quintillizos comenzaron a llamarles «los cinco sauces». Esto provocó una leve sonrisa en los labios de Paul, lo cual, en cierto modo, la tranquilizó.
Ella prosiguió: «… Vivías sin ningún tipo de problemas económicos en el lugar más privilegiado de Wall. Tus padres tenían una inmensa finca a la que pusieron el nombre de «La Camelia», debido a la pasión que tu madre sentía por las flores. Yo trabajaba en «La Camelia» de sirvienta junto algunos mozos más como el jardinero, el cocinero, el chófer…, y es más, yo os ayudé a venir al mundo, pues nacisteis en una tormentosa noche, en la que fue imposible que el doctor llegase a tiempo por el temporal que arreciaba. Tus padres parecían vivir felices, pues cuando alguno de nosotros estabamos en su presencia, parecían la pareja ideal, porque nunca faltaban palabras de cariño ni miradas llenas de complicidad entre ellos.
A medida que el tiempo fue pasando, era una delicia veros a «los cinco sauces» corretear por las extensas propiedades de vuestros padres. Yo era feliz trabajando para vuestros padres y viviendo allí con ellos, pues no tenía familia cercana, por lo que me encontraba sola. La mayor parte del tiempo me dedicaba a cuidaros pues no te imaginas lo que podíais revolver los cinco juntos. De vez en cuando, sobre todo cuando vosotros estabais durmiendo la siesta, me dedicaba a limpiar el enorme salón que tus padres tenían como biblioteca. Jamás se me ocurrió la idea de curiosear en las pertenencias de tus padres, pero limpiando la estantería de los libros se vino abajo el tomo de un diccionario. Lo recogí del suelo y procedí a desempolvarlo cuando resbaló de nuevo y volvió a caer al suelo, pero esta vez en su trayectoria hacia el suelo se abrió, lo que hizo que me quedara atónita mirándolo, sin ni siquiera pestañear».
Ann se quedó en silencio y volvió a coger otro cigarrillo de la caja de trastos de su ex marido. Paul la animó a proseguir, pues deseaba tanto conocer todo el desenlace como ella deseaba no haber tenido que contarle nunca a su hijo el misterioso secreto. Con su cigarro encendido prosiguió su relato.
«No podía creer lo que estaba viendo dentro del diccionario, escondido entre sus hojas. Alguien se había tomado la molestia de recortar una a una todas las hojas del diccionario, dejando un rectángulo casi perfecto en el que se hallaba escondido un revólver. Yo no pude reaccionar durante un espacio de tiempo, el cual se hizo eterno para mí y sólo pude pensar qué estaba haciendo un arma de fuego en una casa tan especial para mí como podía ser aquella.
La volví a colocar con mucho cuidado dentro del diccionario, no sin limpiar mis huellas antes, como me habían enseñado las tantas y tantas películas que había visto sobre crímenes. A su vez, volví a situar de nuevo el diccionario en el estante en el que se encontraba antes del fatal descubrimiento. No tardé mucho tiempo en saciar la curiosidad sobre el revólver, pues logré descubrir a quién pertenecía.
Paulatinamente tus padres fueron distanciándose, pues el carácter de tu padre, Troy, cambió por completo y llegó a convertirse incluso en un ser violento. Dejaron de oírse risas y canciones, y lo único que se comenzó a oír fueron gritos y peleas. Tu madre poco a poco fue entristeciéndose cada vez más y yo escuché decirle a tu padre que se iría de casa con vosotros, pues no quería que sus hijos creciesen en un ambiente tan violento como el que últimamente se respiraba en «La Camelia».
Después de esto comencé a escuchar gritos de auxilio de tu madre, pues Troy la emprendió a golpes con ella y no dejó de pegarla hasta que la dejó tendida en el suelo casi sin vida. Todos los sirvientes oímos la pelea, pero sólo yo fui capaz de intentar hacer frente a tu padre, pues los demás huyeron apresurados. Cuando subí al piso de arriba, tu padre ya no estaba, y había dejado a tu madre moribunda y delirando, pues sus últimas palabras las entendí claramente; «… quiere matar a los cinco sauces…», dijo mostrando ese amor de madre.
Rápidamente os busqué por todos los rincones de la mansión, dándole a tu padre tiempo de sobra para escapar, pues me llevó un buen rato mirar por toda la casa. Al no lograr encontraros dentro, salí corriendo a buscaros por el jardín, que se extendía por los alrededores de la casa, resultando esta búsqueda en vano. Instintivamente surgió en mi cabeza la idea de la pistola escondida en el tomo del diccionario, lo cual a su vez casi logró paralizarme, pensando en las locuras que sería capaz de hacer alguien que premeditadamente oculta un arma de fuego en un diccionario. Cuando me disponía a entrar en la casa de nuevo para cerciorarme de que el diccionario ya no estaría en su lugar, me percaté de un tremendo resplandor que provenía del interior de la casa, y me di cuenta de que eran las llamas, que la estaban consumiendo. Antes de que la casa comenzase a derrumbarse debido a que las brasas la estaban devorando, dispuse del tiempo suficiente para comprobar las dudas que me asaltaban sobre el revólver. Salí de la casa lo más rápido que pude, y lo que conseguí fue tropezarme y caer de bruces al suelo. A lo lejos pude ver la silueta de tu padre precedida de vosotros, llevándos a empujones. Volví a mirar la fachada de la casa, y me parecía imposible como «La inmensa Camelia» estaba desapareciendo entre las llamas. Volví a mirar a Troy, que se alejaba con vosotros y con el diccionario en la mano.»
Legado este punto del relato, Ann comenzó a tartamudear, dejó de hablar y siguió pensando el resto de la historia; «y en esto desaparecieron La Camelia, los cinco sauces y el diccionario …»
Tuvo que ser su hijo el que le dijese que continuase el relato, porque ella no se había dado cuenta de que en lugar de narrarlo lo estaba pensando. Le dijo a su hijo lo que sucedió, que la Camelia desapareció con su madre en el interior, que el diccionario también desapareció con el revólver oculto entre sus páginas, y que los cinco sauces también desaparecieron. Paul logró escapar porque comenzó a correr como nunca antes había corrido, librándose de su padre, quien tan sólo consiguió retener a cuatro sauces.
La policía investigó el caso y encontró a tu padre junto al cadáver de tus cuatro hermanos, los cuales habían sido víctimas de las balas, pues acabó con la vida de todos suicidándose después.
La policía llegó a la conclusión de que Troy enloqueció sin motivo aparente y decidió acabar con la vida feliz que hasta entonces había llevado.
Tú fuiste enviado a una casa-hogar, y nadie te quiso recoger, pues decían que ofrecías malos augurios por todo lo sucedido. Así que yo recapacité y decidí hacerte un hueco en mi hogar, pues al fin y al cabo, yo era como tu segunda madre.
Paul se quedó conmocionado y al cabo de un momento cuando pudo reaccionar, lo único que salió de su corazón fue darle un inmenso abrazo a Ann, la que para él siempre había sido su única madre y siempre lo seguiría siendo, aunque a partir de ahora supiese que su madre biológica fue una buena mujer que murió por intentar salvar «La Camelia» y «los cinco sauces».
Esa misma noche Paul decidió que la historia de su vida era demasiado importante como para olvidarla, descubrir que tiempo atrás tuvo cuatro hermanos. Paul cogió unas hojas y escribió el relato que su madre Ann, le acababa de contar, sin omitir el más mínimo detalle, para poder tener siempre presente su pasado. Lo más curioso fue que al final del párrafo anotó el seudónimo característico que cualquier escritor anónimo coloca al final de su obra, y su seudónimo fue, El sauce.