Cantar al hablar, uco y uca, leísmo y laísmo, condicionales, palabras cántabras… Conoce algunas diferencias entre el español y el cántabro a través de este interesante trabajo en el que la alumna utiliza un cuento como exposición para su investigación.

Esta es la historia de un niño normal y corriente que vivía en Santander, una pequeña ciudad en Cantabria. Un día, en la escuela, la profesora les propuso a él y a sus compañeros realizar un breve trabajo acerca del cántabro, es decir, de las peculiaridades del español en Cantabria.

Miguel (que así se llamaba el niño) recibió la noticia con asombro. Un trabajo sobre el cántabro… al principio no le pareció muy complicado.
– ¡Chupado! – murmuró a su compañero de pupitre. Total, él mismo hablaba cántabro.

Pero poco rato después se dio cuenta de que no iba a ser tan sencillo como parecía, ya que nunca antes había prestado demasiada atención al cántabro, y no tenía ni la más remota idea de en qué podía diferenciarse del castellano.

Miguel sabía que dentro del español existen distintos dialectos como el andaluz o el canario. Pero ¿el cántabro? Él no encontraba ninguna diferencia, nada característico de éste.

Fue entonces cuando se le vino a la mente aquella ocasión en la que su amiga Teresa, una chica madrileña, le había comentado que le llamaba la atención que, tanto Miguel como el resto de los cántabros, cantaban al hablar. Pero ¿a qué se refería Teresa? Desde luego él no cantaba. Ni siquiera se le daba bien cantar.

Miguel empezó a darle vueltas al tema y a interesarse por él. ¿Sería verdad que para los de fuera los cántabros hablamos «diferente»?

Muchos otros compañeros de Miguel también tenían sus propias dudas, y preguntaron a la profesora.
– ¿Te refieres a lo de «uco y uca»? – preguntó María.
– Sí – contestó la profesora – esa es una de las características más notables del cántabro, pero sé que podéis encontrar muchas más, aunque para ello tendréis que consultar a vuestros familiares, vecinos… tendréis que informaros y hacer un verdadero trabajo de investigación.

Miguel esbozó una sonrisa al escuchar esto. A él siempre le habían atraído las aventuras de detectives, buscando pistas y resolviendo acertijos.
Decidió ponerse manos a la obra ese mismo día.

Nada más llegar a casa rebuscó entre sus papeles hasta dar con el teléfono de Teresa. Al encontrarlo, corrió al aparato y marcó el número.
– ¿Diga? – contestó una voz femenina.
– ¿Teresa? Soy Miguel ¿te acuerdas de mí?
– ¡Ah! Miguel. ¿Qué tal estás?
– Bien, ¿y tú?
– Muy bien. ¿Cómo te da por llamarme?
– Verás, es que estoy haciendo un trabajo para lengua. Es sobre el cántabro.
– ¿Sobre el cántabro? ¿y por qué me llamas a mí? Si yo no sé nada sobre el cántabro, he vivido siempre en Madrid.
– Pues por eso precisamente te llamo a tí. Lo que quiero saber es si tú notas que hablo raro.
– ¿Raro? ¿a qué te refieres? Bueno, a veces es cierto que hablas muy rápido y no se te entiende pero…
– No, no – interrumpió Miguel – no me refiero a eso. Es que recuerdo que una vez me comentaste que hablaba como cantando.
– ¡Ah, eso! Haber empezado por ahí. Sí, es verdad, los cántabros cantáis al hablar.
– ¿Y qué es lo que quieres decir con eso?
– Pues eso, que habláis cantando.
– ¡Pero si yo hablo normal!
– ¡Ves! Acabas de hablar cantando, tu entonación es diferente a la mía porque la tuya es siempre ascendente, incluso cuando no debiera serlo.
– ¿Qué?
– Lo que digo es que en el final de las frases, los cántabros eleváis el tono de voz.
– Pues yo ni me entero – comentó Miguel.
– Es normal, ya que tú estas acostumbrado a oírlo así.
– Gracias por tu ayuda, Teresa.
– ¡De nada! A ver cuándo volvéis por aquí, que hace mucho tiempo que no os veo a ti y a tu hermano.

Miguel refexionó sobre lo que había hablado con Teresa. No había entendido muy bien a qué se refería, asi que consultó con su madre:
– Mamá, ¿qué quiere decir que cantemos al hablar?
– Eso es lo que dice la gente de fuera que hacemos los de Cantabria.
– Sí, pero esque yo no noto nada especial – dijo desilusionado Miguel.
– No somos los únicos que hablamos cantando. ¿No te has fijado en los asturianos? a ellos sí que se lo notas ¿verdad?
– ¡Es cierto! – exclamó Miguel.
– Pues nosotros hacemos algo parecido. Lo que sucede es que hay gente que «canta» más que otra. Por ejemplo, en las zonas pesqueras es muy común.
– ¿En serio?
– Sí, como en Laredo, Santoña, o incluso aquí, en el Barrio Pesquero o en Puertochico.
Miguel estaba muy sorprendido, ¿era verdad lo que decía su madre?
– No puede ser – protestó Miguel – yo mismo he estado en esos sitios y no se les nota nada especial.
– Eso es porque no te has fijado – aclaró su madre – Mira, vamos a hacer una cosa. Hoy tengo que ir al mercado. Me pilla mucho más lejos pero iré al de Puertochico. Tú vendrás conmigo y te darás cuenta de lo que digo.

Miguel, sin dudarlo, acompañó a su madre. Sentía mucha curiosidad por ver si los cántabros cantaban al hablar.
Su madre no se había equivocado. Miguel comprobó que era cierto. En el mercado, la gente hacía una entonación muy especial y Miguel se percató de ello. Claro que ésta era una entonación un poco exagerada, pero así Miguel pudo hacerse una idea de qué era eso de que los cántabros cantan.

A partir de entonces Miguel prestaba siempre mucha atención a esa entonación final ascendente de la que le había hablado Teresa. Además la encontraba a menudo, y no sólo en el mercado, o en el Barrio Pesquero, también al escuchar conversaciones de sus amigos o incluso de sus padres.

Este asunto ya estaba resuelto. Pero eso no era todo el trabajo ni mucho menos. Había aún mucho que hacer.
Entonces le vino a la memoria lo que María había comentado aquel día en clase: «lo de uco y uca».
¿Qué era eso? ¿qué decía María? ¿es qué acaso hablaba algún lenguaje secreto?
Miguel se propuso que ese sería su próximo objetivo.

A la mañana siguiente, en el recreo, Miguel se acercó al grupo de niñas que jugaban a la comba y pidió a María que se acercara
– ¿Qué quieres?
– Es sobre el trabajo de lengua. ¿Lo has empezado ya?
– No, aún no. Empezaré el fin de semana, porque me voy al pueblo y allí se habla un cántabro mucho más marcado que aquí.
– ¿Por qué? – se interesó Miguel.
– Porque allí, en el pueblo, casi nadie tiene televisión de manera que no hay influencias del castellano puro de Castilla.

Miguel pensó que le estaban hablando en chino.
– No entiendo qué quieres decir.
– Es muy fácil. En la ciudad la gente ve mucho la televisión, entonces se acostumbran al castellano sin ninguna peculiaridad cántabra, perdiéndose las particularidades propias del cántabro
– Sin embargo en mi pueblo esto no es así – prosiguió María – por eso haré el trabajo cuando vaya al pueblo, porque allí me daré cuenta de muchas cosas interesantes para el trabajo.
– ¡Ah!

Miguel ya comprendía a María, pero le quedaba pendiente saber qué era «lo de uco y uca», así que se lo preguntó sin miedo.
– ¿No sabes lo que es? – se extrañó María – ¡qué tontuco eres!
– Tampoco te pases.
– ¿No lo pillas? tontuco. Como paseuco, cafetuco, chiquituco… o como plazuca, camisetuca…
– ¡Ah! Y como Felixuco el de «El InforMal», ese programa de la tele.
– ¡Sí! Precisamente a Felixuco le llaman así porque es de Santander y usa mucho el uco y uca como diminutivo. Todos los de Cantabria lo hacemos constantemente, pero sólo se hace aquí.
– ¡Qué curioso! – se emocionó Miguel

Miguel ya sabía algo más sobre el cántabro, el frecuente sufijo -uco/a. Ya se sentía como un auténtico detective de novela de ciencia-ficción.
Y se preguntó qué más cosas habría por descubrir acerca del cántabro. Estaba ansioso por saberlo.

Miguel llegó a casa y después de comer se puso a ver los dibujos animados. Después de tanto trabajo con lo del cántabro pensó que no le vendría mal un pequeño descanso.
Y justo cuando empezaba su serie animada favorita llegó su hermano mayor, Roberto, arrebatándole el mando a distancia de las manos, cambiando de canal, y poniendo los deportes.
– ¿Qué haces? – chilló Miguel.
– Aquí mando yo, que para eso soy el mayor, y se ve lo que yo diga.
– Pero si el mando lo tenía yo.
– ¡Dámele ahora mismo! – se enfadó Miguel.
– ¡Otra vez! Cómo se nota que eres cántabro.
A Miguel se le cambió la cara.
– ¿Qué? ¿Por qué dices eso?
– Porque has dicho «dámele» en vez de «dámelo». Eso es un leísmo. Los leísmos y laísmos son típicos de aquí. A los de fuera no les pasa.
– ¿Qué es leísmo? – preguntó extrañado Miguel.
– ¿No te lo han explicado en el colegio? Bueno, es que todavía eres un poco pequeño, pero los leísmos y laísmos los darás dentro de poco. Ya lo verás.
– Bueno, ¿y qué son?
– Un leísmo se produce cuando usamos los pronombres de tercera persona le y les como complemento directo en vez de lo, la, los, las.
– No te entiendo muy bien.
– Te voy a poner un ejemplo para que lo comprendas; si digo «los libros y los cuadernos les metí en tu mochila»…
– Tendría que decirse «los», ¿verdad?
– ¡Eso es!
Miguel se llenó de alegría. Seguro que esta peculiaridad también servía para el trabajo. ¡Y pensar que todo había empezado como una discusión!
– Roberto, ¿y qué es laísmo?
– Es más o menos lo contrario; cuando usamos la y las como complemento indirecto en lugar de le y les. Por ejemplo, si digo: «Dila que si quiere ir al cine» tendría que decir «Dile que si quiere ir al cine».
– Entonces los laísmos y leísmos son errores ¿no?
– Sí. Bueno, en realidad hay algún leísmo que está permitido, cuando se habla de «él», por ejemplo, se puede decir «Lo quiero tanto» o «Le quiero tanto».
– Entendido. Gracias por explicármelo- se agradeció Miguel.

Para que no se le olvidara todo lo que le había contado su hermano corrió a apuntarlo en un papel. Y decidió comenzar el trabajo. Apuntó también lo de la entonación ascendente y lo del sufijo -uco/a.
Le quedaba demasiado breve, pero eso no era problema: si en dos días había conseguido descubrir todo aquello sobre el cántabro seguro que se enteraría de más cosas.
Y así fue, aunque llegó por casualidad.

Al día siguiente, al salir de clase, pasó por el kiosco y compró chucherías para merendar.
Sabía que su madre no le dejaba gastarse el dinero en golosinas y menos atiborrarse de ellas, pero ya se sabe, por un día…
Así que aquella tarde se puso morado de gominolas, gusanitos, caramelos, regalices, etc… y claro, cuando llegó a casa no se podía ni mover del dolor de barriga que tenía.
– Me duele la barriga… – se quejó Miguel.
– Su abuela, preocupada, le preguntó:
– ¿Qué has comido?
– Golosinas – contestó Miguel siendo sincero.
La abuela de Miguel asintió diciendo:
– Si no comerías tantas golosinas no te dolería la barriga.
Miguel se quedó pensativo.
– Abuela, se dice «si no comieras» o también «si no comieses», pero en ningún caso se diría «si no comerías».
– Bueno ¡que no comas golosinas y punto! – concluyó su abuela algo mosqueada.

La madre de Miguel, que había escuchado toda la conversación, dijo a su hijo:
– Miguel, ¿tú no estabas haciendo un trabajo sobre las peculiaridades del cántabro?
– Sí, ya te lo dije.
– Pues ese error sintáctico que acaba de cometer tu abuela es muy común en Cantabria. Sobre todo entre las personas mayores.
– ¿De verdad? – preguntó Miguel.
– Sí. Lo hace mucha gente de aquí. Es un mal uso del condicional. Cuando quieres hacer una oración del tipo: «si vinieras, si comieras…» no puedes usar el condicional «si vendrías, si comerías…»
– Vaya, parece ser que hay muchas más peculiaridades del español en Cantabria de las que yo pensaba.

Al día siguiente, en la escuela, la profesora recordó a los alumnos que se acercaba la fecha de entrega del trabajo.
– ¿Qué tal vais? ¿Os ha surgido alguna duda? – preguntó.

Al finalizar la clase Miguel se dirigió a su profesora y le enseñó lo que llevaba hecho del trabajo.
– ¿Está bien? – preguntó Miguel.
– Sí, Miguel, está muy muy bien. Pero te falta algo muy importante, los aspectos léxico-semánticos, es decir, las diferencias del castellano en Cantabria en función de las palabras y su significado.
– No te entiendo muy bien.
-Me refiero a las palabras cántabras, palabras que sólo se usan en Cantabria, o significados de palabras que sólo tengamos aquí.
-¿Y existe tal cosa? – preguntó Miguel.
-¡Claro! Existen muchísimas palabras que sólo se usan en Cantabria. Además no te será difícil encontrarlas. Para empezar, pregunta a tus padres, seguro que conocen alguna.

Y eso hizo Miguel. Aquel día durante la comida toda la familia estuvo discutiendo. Cada palabra que aparecía, Miguel la anotaba. Su abuela era quien más palabras cántabras conocía. Finalmente consiguió una larga lista de ellas como: sincio, quima, raquero, pindio, chon, rabas etc…

 

Trabajo original