Un cervatillo, un conejo, un zorro, un ratón, un gato y un pez muestran sus sueños y sus vivencias. Unos quieren tener cuernos, otros escapar de la jaula o vivir en el bosque. ¿Quieres saber cómo acaban sus historias?

EL CERVATILLO QUE QUERÍA TENER CUERNOS
Por Elisa Torrecilla

Hace mucho tiempo en un claro del bosque, nació un pequeño cervatillo llamado Rumbi. Rumbi tenía pelo marrón claro, vivía entre ciervos adultos y contemplaba los cuernos de los demás.

Su madre le decía:

– Rumbi, hijo, debes dar tiempo para que te crezcan los cuernos.

Rumbi siempre iba a la laguna a visitar a su amigo Fisserman, el pez, él le animaba para que no estuviera triste.

Un día Rumbi al despertarse se tocó la cabeza y notó dos bultos, fue corriendo a la laguna para ver su reflejo en el agua.

Y… ¡Qué sorpresa se llevó! ¡Le estaban saliendo cuernos!

El cervatillo volvió al bosque a decírselo a su madre. Ella se alegró mucho y desde entonces el cervatillo fue feliz para siempre.

 

EL CONEJO COPITO
Por Paola Luengo

Había una vez un conejo llamado Copito, lo llamaban así porque era muy blanco.
Copito vivía en una ciudad, en una tienda de animales, metido en una jaula y lo peor no era eso, sino que sólo le daban de comer una zanahoria al día. una mañana se levantó y decidió marcharse y, como la ciudad estaba cercana a un bosque, se quedó en él. 

En el camino se encontró una ardilla llamada Petra, se hicieron amigos muy rápido y siguieron caminando, más tarde se encontraron un oso que les dijo:
– ¿Cómo os llamáis?
– Yo me llamo Dormilón.
– Yo me llamo Copito y mi amiga Petra -contestaron-.
El oso les invitó a comer algo. Allí empezaron a hacerse amigos. Y ahora los tres iban caminando por el bosque.
Desde aquel momento Copito está muy contento de tener unos amigos tan buenos y ha aprendido que hay que hacer amistades.

 

EL ZORRO BUENO
Por María González de Pedro

Había una vez un zorro que se llamaba Negro. Sus padres habían muerto y se quedó solo.
Un día decidió irse del bosque donde vivía. No sabía dónde iba, pero un día Pedro lo encontró en el basurero.

Al principio tuvo miedo, pero después empezó a darle pena porque al verle tan mal, quiso ayudarlo.

Y lo hizo, buscó comida por el basurero y encontró un poco de pescado y media barra de pan.

Después el niño llamó a su padre que era veterinario. El padre llamó a sus ayudantes para curar al zorro. Lo curaron. Negro se olvidó de la pérdida de sus padres, había encontrado a un amigo.

Al final el niño llevó a Negro al zoo de su ciudad, todos los días que podía iba a visitarle y le daba un poco de cariño. El zorro se lo agradecía lamiéndole y poniéndose a sus pies cuando llegaba.

Cuando el zorro fue mayor se escapó del zoo y se fue al bosque pero nunca se olvidó de su amigo Pedro.

 

EL RATÓN QUE PERDIÓ SU JUGUETE
Por Javier Carrancedo

Había una vez una familia de ratones que vivía en la ciudad en un callejón oscuro. Allí vivía un ratón llamado Lucas.

Lucas tenía un juguete preferido siempre estaba con él: en la ducha, en el colegio, en el patio… nunca se separaba de su juguete.

Un día, por la mañana, iba a coger su muñeco y dijo:
– ¡Oh, no!, No encuentro mi muñeco.

Rápidamente buscó debajo de la cama, de las sabanas … pero no lo encontraba. Lucas se puso a llorar.

– Hijo ¿por qué lloras? -Le preguntó su mamá, una ratona morena y muy educada-.
– Porque no encuentro mi muñeco -contestó Lucas-.

Sus padres le ayudaron a buscar su muñeco, buscaron por toda la ciudad y al final lo encontraron. Lucas se puso loco de contento y nunca más se apartó de su juguete preferido.

 

EL GATO Y EL PEZ
Por Isabel Sánchez Liendo

Había una vez un gato con rayas amarillas y marrones, no le gustaba mucho comer y además era muy bueno, pero vivía solo. Un día que llovía mucho, su caseta se deshizo porque era de paja y como estaba cerca del mar fue a parar allí, pero nadie lo vio.  Aunque a él si le gustaba el agua, no como otros gatos. 

Unos meses después, como había mucha hambre y los peces le gustaban, intentó cazar alguno. La primera vez que encontró uno dio la casualidad de que hablaba y le dijo que notaba que había estado mucho sin comer, pero él sabía dónde había mucha comida, se lo dijo y el gato al ver tanta comida se pasó casi dos horas comiendo.

Al final, todos pensaban que se habría quedado con dolor de barriga pero él no, porque hacía mucho tiempo que no comía y desde entonces el gato se quedó en el mar y los dos jugaron. Además, el gato hizo muchos amigos pero no se los comió.

 

Trabajo original