Como advierte este alumno, hay que estar alerta ante los asteroides. De aquí a siete años, el asteroide Ícaro podría caer en la Tierra. Dentro de 29, el planeta corre el peligro de sufrir el impacto destructivo del llamado XF11.

Estas voces de alarma, lanzadas respectivamente por científicos rusos y norteamericanos, estremecieron en su momento a la opinión pública que, poco a poco, se ha olvidado de ellas.

Sin embargo, no puede excluirse la hipótesis de que un asteroide surja de repente del espacio interplanetario y apunte directamente a nuestro planeta.

El peligro es real. La Tierra, que surgió del impacto de planetas infinitamente pequeños, al igual que el resto de los cuerpos celestes del sistema solar, ha sufrido durante 3.900 millones de años duros bombardeos en cadena.

En los últimos 700 millones de años, la frecuencia de los impactos ha disminuido hasta alcanzar el nivel actual, que los científicos consideran estable y que se calcula en términos de una explosión cada mil años para objeto de casi 100 metros de diámetro, una cada 100 años para objetos de casi un kilómetro de diámetro y una cada 30 millones de años para las grandes explosiones de 10 kilómetros de diámetro.

Los datos no son precisamente alentadores.

Los asteroides (el primero de ellos, Ceres, lo descubrió en 1801 el astrónomo Giuseppe Piazzi en el Observatorio de Palermo) son numerosos cuerpos pequeños que se concentran en su mayor parte entre las órbitas de Marte y Júpiter, donde forman un haz circular.

Algunos, por esfuerzo de las fuerzas gravitacionales, se deslizan por órbitas más bajas que se aproximan o cruzan a la de la Tierra.
Estos huéspedes poco apreciados se mueven alrededor de una órbita bastante elíptica, una circunstancia de suma importancia para el estudio de sus tiempos y formas de aproximación.

El número de los llamados NEO (objetos que viajan próximos a la Tierra) es innumerable. Se cree que los que poseen un diámetro superior a un kilómetro son casi 2.000. Sin embargo, son 350.000 los que cuentan con un diámetro superior a los 100 metros.

Estos últimos se consideran auténticos destructores espaciales.

Las huellas de los impactos de los asteroides sobre la superficie de la Tierra han sido borradas, en su mayoría, por la formación de cadenas montañosas y a causa de la erosión.

Sin embargo, sí han resistido algunos grandes cráteres de origen meteórico. Se piensa que el célebre Chicxulub de México, con 200 kilómetros de diámetro, que surgió tras una explosión producida hace 65 millones de años, puso fin a la existencia de los dinosaurios en nuestro planeta.

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