Al pasar por la calle, Álvaro vio a su contrincante de la final, Juan, el cual ya vaticinaba su victoria burlándose. Álvaro, preocupado, pidió consejo a su amiga, que le respondió con este pequeño cuento.
Un día soleado, iba un perro paseando por la orilla de un río que había por aquella comarca. El perro llevaba un hueso, bastante grande y muy brillante. El se sentía muy orgulloso con aquel hueso descomunal.
Ya volvía hacia su casa por un pequeño puente, chiquitito y muy antiguo, como demostraba su aspecto quebradizo, cuando miró un momento hacia atrás y vio otro perro, con aspecto cansino y muy achacado, que llevaba otro hueso mucho más grande y reluciente, y pensó que si le daba un aullido, bastante fuerte, podría asustarlo, quedándose él los dos huesos, ¡que gran festín se daría!. Pero no sabía que sus planes acabarían de un modo distinto al dispuesto, porque al ladrar se le cayó el hueso, haciendo que se cayera por un agujero.
Pero la caída del hueso le impidió ladrar bien, haciendo que el perro pequeño huyera y él se quedara con ningún hueso.
Álvaro hizo caso de este consejo y estuvo esperando los errores de Juan, y terminó ganando.