La anjana eran, según los mitos de Cantabria, una especie de brujas buenas o hechiceras que vivían en grutas secretas rodeadas de flores silvestres, que tenían las paredes de plata y el suelo de oro.
El rostro de las anjanas irradiaba belleza por cada poro de su piel y tenían en la frente una cruz encarnada con su misma sangre.
Vestían con hábitos de seda blanca, estampados con pequeños puntos relumbrantes que parecían estrellas; sobre la cabeza llevaban una corona de espino y adornaban su esbelto cuello y sus pequeñas manos con muchos collares y sortijas brillantes.
Se alimentaban de miel, fresas y almíbares misteriosos servidos en doradas vasijas adornadas con motivos de plata. En sus grutas poseían huertos y jardines muy hermosos, fuentes de aguas purísimas y miles de colmenas llenas de panales que obsequiaban a las anjanas con una miel deliciosa.
Por las tardes, las anjanas solían pasear por las florestas y se sentaban para descansar en las orillas de los ríos mientras conversaban con las aguas, que parecían más alegres cuando las bellas hadas se acercaban a ellas.
Durante su paseo por los senderos y páramos; los malvises, los tordos, los colorines y los jilgueros se posaban sobre sus hombros y les cantaban melodías que sólo ellas
podían entender.
Antes de volver a sus grutas, bendecían los rebaños de los humildes pastores y acariciaban los robles y los castaños que iban encontrando por el camino; camino que impregnaban con su perfume; mezcla de manzanilla, romero, laurel y suaves esencias primaverales, como no las hay en ningún jardín.
Al comienzo de la primavera, hacia medianoche, las anjanas se reunían y danzaban hasta el alba, cogidas de las manos, en torno a un montón de rosas que luego esparcían por los caminos.
Se decía que quien encontrara una de esas rosas sería feliz y dichoso hasta el día de su muerte.
Una vez al año, el día de Viernes Santo, todas las anjanas se vestían con capas negras y escondían sus dorados cabellos bajo pañuelos de color ceniza. Ese día, abandonaban sus grutas y caminaban con los pies desnudos, sin sus sandalias de piel de comadreja, durante horas…»
Elena estaba leyendo esta hermosa historia una tarde dominical de un abril lluvioso, cuando el sueño comenzó a vencer sus ojos. De repente, una anjana apareció ante ella y le dijo:
-Pareces triste, pequeña ¿Qué te preocupa? ¿Qué puedo hacer por ti?
-Mis amigos se ríen de mí porque yo creo en vosotros y ellos no. Me gustaría conocer la historia de mi tierra y sus antepasados para demostrarles que realmente existís.
La anjana, con expresión complaciente, sacó una pandereta de su zurrón, la hizo sonar y de una montaña empezaron a descender una hilera de enanucos saltarines y risueños. Eran enanucos de colores: verdes, azules, rojos y amarillos. Elena estaba muy sorprendida al verles.
-¿Qué deseas amiga anjana?, preguntó un enanuco.
-Esta niña quiere saber la historia de su tierra, contestó el hada.
Al instante, los enanucos comenzaron a rodear a Elena, cantando y haciendo piruetas.
Uno de ellos, vestido de rojo, levantó su voz y dijo:
-¡Compañeros enanucos de los bosques de Cantabria, compañeros trentis, tentirujos, amigas anjanas, luminosos gusanos de luz, temidos ojancanos, habitantes de los bosques! Todos nosotros formamos parte de la historia de tu tierra.
-Como todo el mundo sabe somos los encargados de guardar los tesoros de los bosques- dijo la anjana.
-Cada mil años, nos reunimos y hacemos una romería milenaria del muérdago, flor sagrada del roble -dijo el enanuco de azul- Aunque desgraciadamente, estas flores están desapareciendo porque el hombre nos roba nuestros árboles y con ellos nuestra historia.
-Si seguimos así… -continuó la anjana- nos quedaremos sin bosques. Si mueren los bosques moriremos nosotros y con nosotros nuestros secretos y tesoros y ya nadie se preocupará de cuidar de los bosques de Cantabria-. Una lágrima plateada humedeció sus labios mientras hablaba.
En ese momento, Elena tuvo una gran idea.
-Yo podría ayudaros si conociera vuestra historia. ¿Por qué no me enseñáis la historia de la mitología cantabra?-preguntó la niña.
-No es cuestión de que te enseñemos la historia de la mitología, porque esa la puedes aprender a través de muchos libros y en la escuela; sin embargo, hay algo más importante que tú y todos los que viven cerca de ti podéis hacer-, le sugirió la anjana Amar y cuidar del entorno natural que os rodea.
-Así es, Elena- dijo un enanuco de ojos muy saltones que parecían iban a salírsele de las órbitas-. Apenas quedan fresnos, robles, hayas, olmos o castaños… Están desapareciendo muy deprisa y tenemos miedo de que lo hagan para siempre.
Ahora los enanucos ya no cantaban porque estaban tristes, su música, lentamente, fue dejando de sonar. Entonces la anjana se dirigió a Elena y le dijo:
-Queremos que améis y veléis por los bosques de Cantabria. Cuando seáis mayores nos gustaría que nos ayudaseis a conservarlos, impidiendo que nadie los destruya. De ese modo, estaréis aprendiendo la historia de la tierra donde habéis nacido, su naturaleza y su cultura; todo lo que significa vida o muerte en Cantabria.
Elena no recordaba si aún estaba soñando cuando les prometió cuidar de los bosques junto con mis compañeros. Sólo sabía que inmediatamente después de despertarse, todo lo que le habían contado aquellos legendarios seres permanecería con ella para siempre.