Sinceramente, no sé qué pensar ni qué hacer, pero supongo que esta guerra no se puede simplificar a buenos y malos, supongo que habrá que analizarlo más. Pero no, no tengo los datos suficientes como para hacer una opinión más interesante sobre esta guerra.
No quiero hablar de cuántos refugiados hay, ni de cuánto dinero se ha gastado la OTAN en misiles, no. Quiero hablaros de mi opinión de niña de 12 años de Santander que no sabe lo que es el dolor, ni el sufrimiento ni lo que es una guerra.
El daño de la guerra no es sólo material. El peor daño es el psicológico.
Puede que la gente adulta, que ya conoce estos problemas pueda superarlo, pero un niño, cada vez que cierre los ojos por la noche, verá bombas, oirá gritos y tendrá miedo.
Pánico a que un soldado le coja y se le lleve; miedo a que alguna bomba caiga encima de su casa.
Pero los niños son en general bastante valientes, y quizá no teman sólo por su vida, sino por la de sus padres.
Pero, ¿quiénes somos nosotros para juzgar unos sentimientos que jamás llegaremos a comprender, porque no lo hemos vivido? Un miedo en cada instante, en cada minuto, completamente.
Una cosa en el estómago, que no se te puede quitar ni aunque comas. ¡Y las condiciones de los campos de refugiados!
¿Os imagináis un niño de 5 años? Un niño de 5 años que no tiene ni idea de porqué la gente huye y por qué le han echado de su casa, pero lo suficiente mayor como para darse cuenta del sufrimiento y preocupación de sus padres.
Yo, personalmente, no sé lo que hacer al respecto, lo único que puedo regalar es mi opinión, si es que sirve de algo. Y, sinceramente, lo dudo bastante.
Sólo sé que esta es un guerra de un millón. Y que la gente cierra los ojos, y sólo cuando aparece continuamente en todos los sitios, es cuando se da cuenta de lo que pasa.
No cierres los ojos, y actúa.