Los ganadores de los premios de narrativa y poesía del IES LasLlamas mezclan la fantasía con el amor e incluso hay hueco para realidades sociales como los malos tratos.

NARRATIVA I. PRIMER PREMIO: Diana García de 1º B

                                                     ANAÍDA

El humo le hizo llorar los ojos. Comprendió que la partida continuaba, que a él le tocaba mover. Lo veía todo borroso y pensó que no tenía que haberle dado tanto al ron. Se llamaba Joseph; fue un delincuente pero cuando conoció al capitán éste le animó a que se fuera con él a surcar los mares y a pisar tierras vírgenes.

Justo cuando iba a mover uno de sus peones, una voz grave gritó:
– ¡Capitán, tierra a la vista!

Todos nos alarmamos mucho. Después de dos semanas aislados en medio del mar sin casi provisiones, por fin, encontrábamos tierra.

Desembarcamos en la orilla. La isla era muy bonita; la arena, color azabache, estaba moteada de pequeñas cortezas de palmera.

El capitán nos mandó ir delante a Joe y a mí. Joe era un pirata. No tenía mujer, ni hijos, ni sabía nada de sus padres; no le importaba la vida; un buen pirata, como diría nuestro capitán.

Nos introdujimos en la gran selva. Había lianas, grandes y rojas flores, palmeras… La verdad es que era todo muy bonito.

De repente, se oyó un grito. Uno de nuestros piratas estaba colgado bocabajo de un árbol, con una cuerda o una liana, no recuerdo bien lo que era, atada a su pie. Indígenas. Allí había indígenas.
– ¡Todos al suelo!- voceó el capitán.

Estábamos pegados a tierra mientras oíamos el siseo de las coléricas flechas volando por encima de nuestras cabezas. Al instante, sentí un pinchazo en el muslo de mi pierna derecha; en el momento, lo vi todo negro, y segundos después, me introduje en un profundo sueño.

Me despertó un riquísimo olor que desprendían unas pequeñas ramitas sostenidas por las finas y delicadas manos de un conjunto de chicas que me rodeaban; parecían evocar a su Dios. Me encontraba en una cabaña muy bien cuidada, bonita y acogedora. Cuando me vieron abrir los párpados abandonaron el lugar y sólo permaneció una. Era rubia, de ojos verdes, delgada, tenía la piel clara y llevaba un collar de florecillas color rojo pasión atado al cuello que resaltaba mucho con el tono de su tez. Sin duda no pertenecía al grupo de los indígenas.
– Luis, -me dijo- ¿qué tal estás?
– Bien -simulé yo.

Me levanté y ella me llevó hacia donde los demás estaban, probando una especie de caldo de color naranja apagado con motitas rojas al que llamaban «pisbate», que les había ofrecido un anciano. Me uní a ellos. Un hombre de nuestra tripulación se apartó rápidamente lejos de nosotros a regurgitar. Cuando volvió, nos dijo enfurecido que no volvería a degustar un potingue así de repugnante en su desastrosa vida. El anciano se reía.

Pasamos la noche en aquel pueblo. Los aldeanos nos habían preparado unas camas improvisadas, no muy cómodas, pero mejor que nada…

No podía dormir. Estaba pensando continuamente en la chica que me había llevado hasta mis compañeros horas antes. Acababa de comenzar una experiencia en mí nunca vivida: estar enamorado.

A la mañana siguiente, se celebró una fiesta en nombre de los que habíamos llegado el día anterior. Se bebió, se cantó, se comió, pero lo mejor fue el baile lento por parejas. Le pedí a mi amada secreta si quería salir a bailotear conmigo. Aceptó. Estuve bailando hasta que la danza acabó.

Luego le dije que si podía hablar conmigo a solas un momento. Le pregunté como se llamaba. Su nombre era Victoria, pero todo el mundo le apodaba «Viki». Yo también le dije mi nombre y le conté cómo habíamos llegado hasta aquella isla. Ella me explicó, mientras unas lágrimas cristalinas le rodaban por su bello rostro, que vivía allí porque su madre había fallecido días después de su parto y el padre estaba hundido por ello. Entonces, éste le había traído a la isla, supuestamente deshabitada y desierta, para olvidarse de la tragedia ocurrida semanas antes, y los indígenas le habían encontrado y criado. Yo le abracé y le pregunté cómo sabía aquello. Me contestó que había recibido una carta a través de una paloma.

Cuando nos despertamos ya había amanecido y estábamos los dos juntos tirados en un pequeño prado de hierba alta.

Al cabo de tres semanas, el capitán nos comunicó que teníamos que partir. Pero pensé que no podía separarme de Viki, tanto la amaba………

Le pregunté a ella si se quería venir, tras unos segundos que se me hicieron eternos, contestó que se lo tenía que pensar porque había estado toda la vida con aquella gente y le costaría mucho separarse.

Volvimos al barco. Justo cuando íbamos a zarpar Victoria se acercó corriendo y trepando por las paredes del barco, tal y como le habían enseñado los indígenas, subió a bordo. ¡Se venía conmigo!

Regresamos a Caracas, y aquí tenemos la vida.
– Bueno, nietecitos, ya os hemos contado cómo nos conocimos la abuela y yo. Ahora a la cama que creo que mañana tenéis que ir al colegio, ¿no?

Después de que nuestra hija se retirase con su marido a su habitación, Viki y yo nos fuimos a ver una película en la televisión riéndonos por lo bajo.

Siempre me gustó inventar historias para los niños pequeños.

 

NARRATIVA I. SEGUNDO PREMIO: Nuria Alaña de 1º B

LA LEYENDA DE LOS DIEZ LOBOS

– Si quieres hacer algo en la vida, no creas en la palabra imposible. Nada hay imposible en una voluntad enérgica. Si tratas de disparar una flecha, apunta muy alto, lo más alto que puedas; cuanto más alto apuntes, más lejos irás. Todos los problemas tienen varias soluciones, pero la más indicada sólo es una. Lo más sencillo no es siempre lo mejor, no lo olvides, pues algún día la leyenda resurgirá y entonces deberás aprender a distinguir entre lo que es fácil y lo que está bien.

Ésas fueron las últimas palabras que me dijo mi padre antes de morir. Ni siquiera sé de lo que me hablaba; no paraba de repetir que la leyenda resurgiría, pero: ¿qué leyenda?, ¿cuándo pasaría eso? y ¿para qué me lo decía a mí?

Pero el caso es que no podía dejar de pensar en aquellas palabras tan estremecedoras.

No sabía qué hacer, si contárselo a mi madre o simplemente seguir como si nada sucediese. Decidí no abrir la boca, ya que al fin y al cabo mi padre tenía una enfermedad cerebral y podía estar delirando, sin saber lo que decía.

Después de darle vueltas al asunto durante todo el día, me fui a la cama. Tal vez mañana vería las cosas de otra manera. Por desgracia no fue así; seguía sin entender nada y no podía olvidar lo ocurrido. Mi perro Boby también estaba triste. Lo que me preguntaba era por qué si él no sabía nada.

Cuando llegó la hora de ir al colegio cogí mi mochila y salí de casa. Con la cabeza gacha y los ojos casi cerrados por no dormir apenas nada llegué a clase. Lo único que me preguntaban mis amigos era:
– ¿Qué te pasa?
– ¿Por qué estás así, Julia?

Yo simplemente me hacía la sorda; no tenía ganas de hablar con nadie. Cuando estaba sentada en mi pupitre y la profesora explicaba, era como si yo estuviera en otro mundo, un mundo irreal pero que a mí me encantaba. Ahí era donde quería vivir, con toda mi familia y con una vida eterna que nunca llegara a su fin.

Pero yo no creo que los sueños puedan cumplirse. Simplemente me gusta pensar en cosas agradables que hagan sonreír mi rostro. Pero, aun así, no podía dejar de pensar en mi padre y en lo que me dijo.

Pasadas las cinco de la tarde, cuando ya iba de camino a casa, un joven de unos veinticinco años se me acercó y me susurró al oído:
– No lo dudes, resurgirá y tú serás nuestra salvadora.
Yo me quedé asombrada. ¡Pero qué estaba diciendo!

A pesar de lo sucedido, lo peor del día aún estaba por llegar. A unos quinientos metros de mi casa me topé con una niña de muy poca edad y con el pelo rubio que sostenía en sus delicadas y pálidas manos un cuadro de una muchacha exactamente igual que yo. Debajo y escrito con carbón ponía: «La Salvadora».

Cuando regresé a casa fui a pasear a Boby. Después de lo que me había sucedido ya no esperaba más sorpresas, pero no fue así…

Penetré en mi habitación y encontré sobre mi mesa un pergamino amarillento en el que se podía leer:
«Cada segundo que pasa van cayendo poco a poco… Cuando el tiempo se detenga no pienses en ellos. Solamente son diez, todos negros por la noche y blancos por el día. Esos diez lobos te guiarán. ¿Hacia dónde? No se sabe, pero no los pierdas de vista, pues no esperan a los lentos, aunque tampoco alcanzan a lo rápidos».

Tenía miedo, ya que no sabía lo que estaba leyendo, y aún me estremecí más cuando vi, en la parte inferior de la hoja, una dirección que decía algo así:
» C/ Ronda de Pascua. Nº 80. 3ºA.»

No sé qué me pasó. Igual fue por mi padre, pero había una parte de mí que me incitaba a ir, a descubrir todo este misterio, a obtener la recompensa a mi frustración. Después de pensarlo mucho me incliné hacia la propuesta de esa parte y cogí un mapa de la ciudad para ver si encontraba aquella calle. Ya eran las diez de la noche cuando la localicé. Mañana iría, pero ahora mejor irse a la cama.

Por fin era sábado. Cogí mis cosas y le dije a mi madre que me iba con una amiga. Suerte que la Ronda de Pascua no estaba muy lejos, podría ir andando. Cuando llegué al portal número 80, con los dedos temblorosos pulsé un botón en el que estaba escrito: «3ºA».

Una voz grave, en mi opinión de hombre, me susurró:
– Sube, está abierto.

Al alcanzar el piso que buscaba me sorprendí muchísimo, pues en el felpudo de la puerta de entrada se podía leer: «Las puertas están abiertas para ti».

Llamé al timbre, pero nadie me abrió la puerta. Así pues, decidí abrirla yo. Entré en esa casa y una vez en el pasillo llegué a la conclusión de que aquello estaba desierto. Sin embargo, me equivoqué, ya que, de repente, en una habitación vi a diez lobos de color blanco y negro que me observaban fijamente. Eran los que decía el pergamino, pero… ¿cómo me iban a guiar si estaban ahí, quietos como estatuas?

Después de un rato, todos al mismo tiempo vinieron hacia mí. Uno de ellos llevaba un papel en la boca. Se sentó delante de mí y lo soltó. Lo recogí en cuanto cayó al suelo. Se trataba de un mapa. Pero… ¿a dónde conduciría?

Observándolo detenidamente descubrí una cruz de color rojo que indicaba algo… Mi destino. Como no tenía una lupa, saqué de mi mochila una pequeña botella de agua, que interpuse entre mis ojos y la señal, en un intento de leer las diminutas letras que estaban escritas junto a aquella marca. Gracias a mi ingenio pude encontrar una importantísima pista de mi aventura. Obedecí a lo que decía el mensaje y fui al templo de la libertad. Sabía que estaba en mi ciudad porque había oído que hacía poco tiempo lo habían restaurado.

Pero… ¿y los lobos? ¿Me los tendría que llevar? ¿Cómo lo haría?… Tenía demasiadas preguntas en mi mente y muy pocas respuestas. Además, había algo que me decía que no tenía mucho tiempo. Decidí ir sin los lobos, no podía llevarlos por el centro de la ciudad.

Esperé al autobús. Cuando llegó yo simplemente me subí como si nada. Después de un rato me bajé en la parada más cercana al templo.

Allí fue donde comenzó la parte más difícil de mi aventura, donde una pequeña duda podía ser cuestión de vida o muerte, donde el menor paso en falso significaba la caída hacia el abismo… La leyenda había resurgido.

Entré en aquel templo y al poco tiempo me hallé en una sala que tendría más de un milenio. Era pequeña y la mayor parte de piedra. Sin embargo no estaba tranquila, pues algo me decía que no debía estar allí. Así que salí de aquel estremecedor lugar, pero… ¿a dónde iría?

De repente, observé diez símbolos en forma de lobo en la salida de la sala. Supuse que eran los diez lobos que estaban en la casa. Sin pensarlo dos veces fui a la calle Ronda de Pascua. Una vez que llegué a ella, me dispuse a encontrar la casa en la que había visto por primera vez a los diez animales. Me quedé aterrada al observar que el edificio no estaba. ¿Y los lobos? ¿Qué había pasado? En ese momento me armé de valor y me dije a mí misma:
– Vas a descubrir todo esto porque si no lo haces tú, nadie lo hará. Eres la salvadora. No te puedes rendir. Si no lo haces por ti, hazlo por tu padre.

Me dirigí de nuevo al templo y allí me encontré a los diez lobos. Cada uno llevaba en el collar una figurita que a primera vista parecía coincidir con el hueco que dejaban los diez símbolos que había visto anteriormente. En efecto, encajaban. Cuando hube colocado todas en sus respectivos lugares apareció una diana, un arco y dos flechas. Cogí con cuidado el arco pero… ¿qué flecha debería lanzar? Las dos parecían exactamente iguales. Cuando las miré por segunda vez muy atentamente, pude ver que una de ellas tenía tres puntos alineados en la punta. Eso no me servía de nada o… ¿tal vez sí?

No conseguía encajar todas las piezas de este puzzle, era como si no tuviera solución. Cuando estuve a punto de tirar la toalla y de no resolver el misterio, recordé que mi padre tenía una marca. Nunca me contó cómo se la había hecho, ni tampoco me interesé demasiado por ello, pero el caso era que tenía una forma similar a la de la punta de la saeta.
Sin dudarlo lancé aquella flecha a la diana y di justo en el centro. De repente…

– ¡Julia, despierta!– exclamó mi padre.
Todo había sido un sueño.

Cuando ya estaba más espabilada pude ver en la mesa de mi habitación un pergamino que decía: «Éste es el mundo con el que soñabas, solamente que la vida no es eterna pues no la es ni para ti ni para nadie. Esto que te ha pasado no ha sido sólo una aventura. Espero que haya servido para aprender que si persigues un sueño puede hacerse realidad y que todo esto ha sido una de las muchas lecciones que nos da la vida. No pierdas la esperanza. Nada es imposible frente a una voluntad enérgica.»

 

POESÍA NIVEL I. PRIMER PREMIO: Alba Fernández de 3º C

   EL REFLEJO

Creo que te encuentro,
mas sólo es un reflejo,
del sauce gris mirándonos
que queda en un ahogado recuerdo.

Creo que te encuentro,
mas sólo es un reflejo,
donde tus manos se arrastran
por mi ansiado cuerpo.

Creo que te encuentro,
mas sólo es un reflejo,
donde mi voz manipula,
manipula mi amplio gesto.

Creo que te encuentro,
mas sólo es un reflejo,
la impaciencia de esta calma
anuncia tu llegada para mi consuelo.

Creo que te encuentro,
mas sólo es un reflejo,
el sendero queda abierto
para que atravieses el falso espejo.

 

POESÍA NIVEL I. SEGUNDO PREMIO: Cristina Calderón de Vega de 3º B

 

Tus ojos me recuerdan
a los destellos del sol,
sobre el valle nevado
oculto en mi corazón,
y el recuerdo vago
del fuego de mi amor.

Tu boca me recuerda
los gemidos de dolor
del gorrión encerrado
entre las fauces del león
hambriento, desesperado,
carente de compasión.

Tus manos me recuerdan
al latir y al suspirar
de la música celeste
que nunca he podido olvidar
y al reír de las aguas
donde se ilumina la oscuridad.

Pero mis recuerdos son pasado
y en el pasado te tuve aquí
pasados ya dos años
y aún tu recuerdo sigue en mí
bailando, cantando
y cuidando de mí

 

Trabajo original