Historias marcadas por el misterio: ‘El payaso, relato de terror’, de Zuriñe Estefanía Puertas, y ‘El zorro pirata’, de Lucía Martínez Gutiérrez, finalista en el II Concurso de Cuentos Breves de la Biblioteca Municipal de Comillas.
EL ZORRO PIRATA
Por Lucía Martínez Gutiérrez
Jana, Joana, Pablo y Federico eran grandes amigos desde pequeños. Hacían muchas cosas juntos. Esa mañana Jana fue a buscar a sus amigos. Fueron al bosque a recoger setas y a pasar el día. Al sentarse al lado de unos robles se sorprendieron al ver que un zorro con un parche en el ojo los miraba fijamente. De repente, éste salió corriendo y nuestros amigos lo siguieron. Pronto llegaron a una gran pared cubierta de hiedra, por donde el zorro desapareció. Joana empezó a buscar una abertura arrancando la hiedra. Al cabo de un rato encontró la entrada a una cueva. Entraron, allí había restos de piratas muertos y oro. El zorro estaba junto a ellos, había sido su mascota, por eso llevaba el parche en el ojo.
Poco a poco se hicieron amigos suyos y el oro fue donado a los huérfanos. Nuestros amigos hicieron de la cueva su lugar secreto, donde siempre les esperaba su amigo el zorro pirata.
EL PAYASO. RELATO DE TERROR
Por Zuriñe Estefanía Puertas
Un padre de familia decidió construir una casa para poder vivir en ella durante todo el año junto a su mujer y sus ocho hijos. Hizo una enorme y preciosa mansión que era la envidia de todo el pueblo.
La familia se trasladó a vivir allí. Cuando el pintor dio la última pincelada, decoraron la casa a su gusto y colocaron un cuadro que habían comprado como regalo de cumpleaños a una de sus hijas. El cuadro mostraba un payaso de cintura para arriba, les gustaba mucho, porque tenía unas largas manos de dedos igualmente largos y además había sido muy barato.
Cuando llevaban unos pocos días viviendo allí, Cloe (la esposa) fue a despertar a una de sus hijas, que dormía sola en su habitación. Estaba tirada en el suelo rodeada de un charco de sangre, y Cloe, asustada, fue a llamar a su marido y le suplicó irse de la casa, pues parecía embrujada, ya que el payaso había bajado uno de sus dedos.
Las catástrofes se sucedían, todos empezaron a morir, mientras el payaso iba mostrando cada vez menos dedos, hasta que al final la casa se quemó.
La gente dice que el cuadro no se quemó y que en un mercadillo de Madrid una pareja feliz lo compró.