‘Apareció un día de madrugada’ ganó el primer premio del certamen literario del IES Las Llamas en la modalidad narrativa del alumnado de 4º de ESO y Bachillerato.
Nueve días y nueve noches duró el viaje del mensajero. Era lo único que era capaz de recordar después de todo lo que había pasado.
Apareció un día de madrugada, tirado debajo de un puente cercano al mar. Sus ropas estaban sucias, descosidas, estropeadas. Su aspecto físico era realmente patético: sin afeitar, con el pelo pegado por la suciedad y algo más largo, con la piel de un color más oscuro que habitualmente y con las uñas de las manos bastante crecidas. Lo único que llevaba encima era un paquete envuelto en papel marrón con varios sellos y el certificado de haber entregado otro a un destinatario. Miró a su alrededor desconcertado, ¿qué hacía él allí? ¿por qué era lunes veinte de abril cuándo él había salido de la mensajería el once de ese mes? ¿qué había ocurrido? No tenías repuestas. Ni siquiera una pequeña idea o un leve recuerdo.
Para él esos nueve días no habían existido; era como si el tiempo se hubiera equivocado a la hora de andar hacia delante.
Metió la mano al bolsillo y comprobó que aún tenía la cartera. En efecto allí estaba. Sacó el carné de identidad y se aseguró de que él, era él. Leyó el teléfono, la dirección, la fecha de nacimiento…; en efecto, todo coincidía, seguía siendo la misma persona que recordaba ser.
Abandonó el lugar donde había aparecido. Cogió el paquete en una mano y con paso lento e inseguro fue rumbo a su casa.
De repente, pensó en su mujer, ¡debía estar muy preocupada! Llevaba tantos días sin saber nada de él… Aceleró el pasó pensando en ella. Pensó que tal vez había perdido la esperanza de encontrarlo y abatida había cometido alguna locura. Le costaba mucho esfuerzo moverse, era como si a sus piernas se las hubiera olvidado correr.
Llegó a su portal; la puerta estaba abierta. Mientras subía las primeras escaleras divisó una esquela. Lo primero que pensó fue que la madre del chico del décimo había muerto, ¡estaba tan enferma! …Pero cual fue su sorpresa cuando leyó su propio nombre bajo su foto.
«¿Me he muerto?»– fue lo primero que pensó sobresaltado. Nervioso, comenzó a tocarse todo el cuerpo, viniéndole ideas a la cabeza como que podía ser un espíritu o un fantasma. Al ver que aún era de carne y hueso, o al menos eso parecía, y olvidando todo tipo de pensamientos necios e infantiles, corrió escaleras arriba hasta llegar a su puerta.
Vio en la puerta un lazo negro que simbolizaba la muerte de alguien de la casa. En efecto era él… ¡extrañamente estaba muerto desde hacía días!
Llamó insistentemente a la puerta, hasta que su mujer, con una voz apenada y la mirada llorosa y baja, le abrió.
– ¿Sí?– miró al hombre. Sus ojos se salieron de sus órbitas y apoyándose con una mano en la pared e intentando evitar un amago de desmayo se tocó con la otra el corazón. Cerró la puerta, susurró varias veces «No Marta, te estás volviendo loca», y volvió a abrir.
Se tiró literalmente a sus brazos, le tocó por todo el cuerpo, le besó, le golpeó, le pellizcó… Estaba intentando demostrarse que aquello no era una ilusión o un espejismo. ¡Era él! ¡Le podía tocar! ¡Le podía sentir! ¡Había vuelto!
–Pero, ¿dónde has estado?– gritó desaforadamente, aún afectada por el impacto.
–No lo sé.– respondió con un hilo de voz, descolocado, aún asustado y desconcertado.
–¡Lo sabía! ¡Sabía que no estabas muerto! Ellos lo habían dicho, pero yo no podía creerlo… – se paró en seco, como recapacitando unos segundos.- ¡qué!, ¿no lo sabes?
–No.– su respuesta fue seca y contundente. No parecía querer continuar hablando.
Ella le miró extrañada. En ese momento se fijó en su aspecto físico lentamente: vio sus ropas raídas, su suciedad, su descuidado general.
–¡Pero algo recordarás! ¡Nadie pasa nueve noches y nueve días ausente y luego no recuerda nada! -el hombre movió la cabeza haciendo un signo de negación.
– Bueno Carlos, ya hablaremos luego, ahora pasa a casa que supongo que tendrás ganas de ducharte y comer.– Volvió a tomar aire, se quedó pensativa y añadió.- Cariño, pero si antes de ayer enterramos tus restos…
Los días siguientes fueron raros: Carlos durmió horas y horas y comió tanto que engordó varios kilos en muy poco tiempo. Parecía que durante todo ese periodo en el que había desaparecido todas sus necesidades biológicas se habían mantenido al margen.
Su mujer no dejó que saliera de casa por miedo a que volviera a desaparecer. Siguió simulando su muerte para que aquella noticia no se pusiera en boca de todo el mundo. Su marido estaba como absorto de todo y todos, y ella no quería que lo agobiaran con preguntas y con suposiciones extrañas de como una persona «muerta» puede volver a la realidad, a la vida.
Después de un tiempo, Marta llena de curiosidad e impotencia al no saber que hacer ante un caso así, decidió abrir el paquete con el que Carlos había aparecido.
En él había un periódico, ¡un simple periódico! Era el que ella solía comprar todos los domingos. Ojeó las noticias por encima, sin detenerse en ninguna: muerte de un político, nacimiento de dos niños siameses, desaparición de una chiquilla, …pero en el centro con letras grandes y vistosas se anunciaba una tragedia; quinientos veintinueve muertos por la explosión de un rascacielos en la capital del país.
Marta frunció el ceño: «no recuerdo haber oído una noticia como ésta…». Después de meditar unos segundos, reaccionó y miró la fecha. ¡Uno de mayo!
¿Cómo podía marcar esa fecha? Comprobó varias veces el año y el día en el calendario. Se aseguró de que era treinta de abril. No podía tratarse de una confusión… ¡el periódico formaba parte del futuro!
Encendió la televisión y vio cómo un periodista anunciaba la muerte de uno de los políticos dirigentes del partido que gobernaba en aquel momento. Era todo tan sumamente confuso que Marta no sabía como actuar.
Corrió donde Carlos y gritando le espetó:
–¿Pero quién eres? ¿De dónde has sacado esto? ¿qué pretendes?
El chico no reaccionaba. Hizo el movimiento de ignorancia habitual ante todas las preguntas de Marta. Ella corrió al teléfono: llamó a la policía en un impulso desesperado. Su voz temblaba, sus palabras se perdían, sus motivos no existían. No sabía cómo decirlo, ni siquiera pensó que podrían tomarla por una loca. Aún así telefoneó. Sabía que si no lo hacía nunca más podría volver a dormir tranquila, que siempre se arrepentiría de no haberlo hecho.
Además pensó que tal vez su vida tenía un destino distinto, sobrenatural, extraño. Tal vez su misión era la de salvar cientos de vidas inocentes.
Ante tanta incertidumbre, descolgó el auricular y marcó los números.
–Perdone titubeó.– Sé algo que ustedes no saben que va a ocurrir pero yo sí … – sus palabras sonaban tan extrañas, tan típicas de una broma. – Se trata del edificio de las oficinas «Mark», situadas en el centro de Madrid. Creo que se va a producir un atentado… o tal vez un accidente, ¡no lo sé! Pero hagan algo por favor .
–¿Es usted la causante o tiene algún tipo de prueba que pueda demostrarlo?– preguntó la mujer con un tono severo y desconfiado.
–¡No! Bueno, ¡no lo sé! ¡Sólo les pido que hagan algo!
Colgó. Al momento se sentó junto a Carlos, frente a la televisión, esperando a que ocurriera algo. Él ponía una especial atención en oír lo que estaban diciendo en las noticias.
Ella le agarraba fuerte de la mano; no quería perderlo nunca y tenía miedo de lo que pudiera pasar .
«Desde que vuelves a estar en el mundo todo tiene sentido, las cosas pintan de diferente color…»– pensó para sí misma mirándolo fijamente.
Pasaron las horas y se durmió sobre el hombro de su marido. En un principio no quería haberse dormido pero la sensación de agotamiento había podido con ella. Entró en un estado de sueño del que trató de salir, pero no pudo.
Cuando despertó, Carlos no estaba allí. Estaba tumbada sobre el sofá. Miró la televisión: «Nadie sabe ni cómo ni por qué, pero una misteriosa llamada a la policía ha evitado que cientos de personas hayan muerto por un escape de gas en …»
Marta sonrió, mostró un gesto de complicidad. Pero al momento volvió a mirar al sillón, al asiento vacío. Ni rastro.
De repente divisó un papel en el suelo; era el que Carlos llevaba junto al paquete. Se trataba de un certificado en el cual figuraba que debía entregarla el paquete ese día.
– Le he vuelto a perder… – una lágrima acarició su sonrosado pómulo. – Mi querido mensajero… Nueve días y nueve noches llorando, rogándole al cielo su vuelta para que me lo preste un diminuto periodo de tiempo en el cual la vida ha vuelto a merecer la pena… Su marcha ha salvado agente inocente, pero ¿quién va a salvarme a mí?