¿Habéis visto a alguien de los 60 y 70 coger un disco? Ese alguien de los 60 o 70 es aquel que adoró a Los Beatles, a Led Zeppeling, a los Doors, a Hendrix… y ese alguien «son» muchos: los amantes del rock.
Fijaos cómo lo hacen, con qué ceremonial lo sacan de la funda, con qué mimo ponen los dedos en los bordes, de qué forma lo sujetan para no meter las yemas en las estrías, cómo le dan vuelta. Dios… ni siquiera se puede ser más cuidadoso con una persona del sexo contrario. ¡Querían -y quieren- a sus discos! Ahí estaban -y están- sus emociones, sus rollos, su COSA.
¿Qué queréis que os diga? Yo les envidio.
Nosotros somos la generación del compact; un CD puedes ponerle la mano encima, pisarlo, dejarlo fuera del estuche aunque se llene de polvo… Y ni siquiera es porque sea duro, sólo porque es un pequeño plástico que se resiste. Nosotros somos los compact, ellos el vinilo; esta es la relación.
Ellos son los protagonistas de Woodstock; es decir, otro hito capaz de sacudir la historia y convertirse en un faro del tiempo.
Ellos han venerado, y veneran, a los muertos del rock: a John Lennon, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Kurt Cobain, Janes Joplin, Presley, Cooke, Allman, Pastorius, Holly, Lymon, Parsons, Wilson, Moon, Curtis, Vicius, Manuel, Gaye, Scott, Eliott, Wood, Marley, Mercury…
Si os fijáis en todas esas estrellas, sus muertes son relativas ya que brillan con la misma intensidad que al principio; sus muertes físicas han sido injustas, incomprensibles, inadecuadas.
Unos lo hicieron de un tiro en la cabeza; otros, asesinados, enfermos, borrachos, ahogados, drogados…
¿Para ser una estrella del rock hay que morir? Algunos aún sobreviven, como Dylan, Jagger, Clapton, Reed, Bowie, McCartney… Ellos son y serán nuestras estrellas del rock.
¿Seremos nosotros estrellas del rock? Yo creo que no, ¿y tú?
Hemos roto nuestros espejos (Lithium; Kurt Cobain-Nirvana)