La solución al problema de los refugiados sería fácil. El problema es que no queremos solucionarlo porque, si desaparecieran los conflictos bélicos de África o Sudamérica, ¿a quién va a vender Estados Unidos sus armas?; si dejáramos de sembrar los campos de minas antipersonales, ¿no tendríamos que cerrar las dos empresas productoras de minas que hay en España?, entonces, ¡España no iría tan bien!
A veces sale por televisión el señor Clinton, o el señor «X» dando un cheque a una ONG, para aparecer al día siguiente en titulares y que la gente diga ¡Oh, que bueno es!, pero cuando llega a casa firma una partida de armas a sabe Dios dónde.
Cómo vamos a solucionar el problema de los refugiados si seguimos contratando a emigrantes ilegales por miserias, si nos sale más barato montar una empresa nuclear en Zaire, donde nadie pregunta a dónde van a parar los residuos, donde con soltar unos dólares consigues que nadie haya visto nada, mientras que en Europa la misma operación cuesta más dinero y más permisos y tiene muchas más trabas legales.
A la mitad de las casas les quitas la primera capa y «huele a mierda». Dejemos de usar al hermano negro, sudamericano…, como basura, como criado, como utensilio, que al fin y al cabo ¿no es nuestro semejante?
A veces podríamos preguntarnos para qué dar un donativo económico si algunos miembros de algunas ONGs piden que se reestructure las directivas y sus sueldos porque a ellos no les llega el dinero. Pero ¡por favor! dejemos de ser hipócritas, no mandemos falsa ayuda para calmar nuestra conciencia, no seamos falsos.
Tenemos suerte de que, aunque pocos, todavía quede gente que ayuda de corazón, que no se queda en palabras, que va donde hace falta exponiendo a veces su propia vida. Esos son los verdaderos héroes de cada día, los que renuncian a sus comodidades solamente por servir a otro ser humano.
Resumiendo, como dice un viejo proverbio chino «si ves un hombre hambriento a la orilla del mar, enséñale a pescar», y como siguió un amigo mío «pero dale los medios para que lo haga».