Esto no es nuevo, nada nuevo, es más que conocido, lo sabemos todos, lo hemos podido oír, ver, incluso sentir, si no hemos mirado para otro lado cuando esta historia la tuvimos enfrente.
Os contaré, pues, esta historia una vez más, pero, en esta ocasión, lo hago desde lo más profundo de mi alma, queriendo quedar libre de la parte de culpa que me toca por ser este mundo como es y no poder (saber) hacer nada por cambiarlo, mientras se sigue repitiendo cientos de veces en tantos países cada día. Mauricio es un hombre argentino que llegó a España hace un mes. Tiene dos hijas de tres y nueve años que están en Argentina con los abuelos, ya que Mauricio es viudo desde hace dos años.
Mauricio tiene papeles. Llegó en un avión de carga después de ahorrar dos años para pagar el viaje. El 18 de marzo salió de su país. Argentina, hoy en día, está pasando una fuerte crisis política y económica. Por eso, Mauricio, no podía mantener a su familia.
Llegó a Barajas por la mañana, cuando estaba amaneciendo. Cogió un taxi que lo llevó a un barrio de las afueras de Madrid. Allí sabría encontrar a su primo, que se llamaba José Antonio.
Después de una corta búsqueda, dio con su casa, o más bien barraca. Al entrar, José Antonio estaba sentado en el suelo con un hombre de origen marroquí. Al verlo se levantó y corrió a abrazarlo. Mauricio se sentó en el suelo y cogió una rodaja de pan; ¡se acababa de dar cuenta del hambre que tenía!
Más tarde, se enteró de que el hombre marroquí se llamaba Farouk. Farouk era alto y esbelto, de piel morena, los dedos de sus manos eran largos y huesudos.En la palma de la mano se podían ver las marcas del trabajo. Pero lo que más le caracterizaba era su pelo rizoso y sus grandes ojos negros y profundos.
Farouk no tenía papeles. En su país se dedicaba a cultivar la tierra. Hubo un tiempo en el cual estuvo metido en el mundo de la droga, pero no como consumidor. Estuvo dos meses transportando droga por Melilla y uno por Ceuta, para, después, poder pasar en los bajos de un camión. Aquí vivía de limosnas y ONGs.
José Antonio tampoco tenía papeles. En su país estudió Medicina y ejerció durante meses en un hospital de Córdova, pero hubo recorte de personal y se quedó sin trabajo. A sus veintiséis años no tenía familia. Llevaba en España un año y medio. Trabajaba de albañil y le pagaban cuarenta mil pesetas al mes.
Mauricio sí tenía papeles y eso era toda una suerte. Pero no era joven, tenía cuarenta y dos años y su carrera de Derecho no le serviría de mucho en nuestro país.
Esa misma tarde fue a comprar el periódico y, de paso, podía conocer la ciudad. Se sentó en la barra de un pequeño bar y, mientras miraba el tablón de anuncios, tomó un café. Sí, había trabajos que podía realizar y no debían pagar mal. Pagó y se dirigió a una cantina que estaba a la vuelta de la esquina (según le indico el camarero que le atendió). Entró en el bar y le dijo al dueño:
– Buenos días, venía por el puesto de camarero.
– Buenos días, ¿Cuántos años tienes?
– Cuarenta y dos, señor.
– ¡No estamos en la mili, eh! ¿Tienes experiencia como camarero?
– No, señor, pero aprendo rápido.
– «Malegro» mucho, pero si no tienes experiencia paso, y ahora largo, si no, ¡llamo a la policía!
En los otros sitios no fue mejor. Mauricio, desanimado, fue al bar en el que había tomado un café hacía cuatro horas. Pidió una botella de ron, gastándose así todo el dinero que tenía. Después de haber pagado, el dueño se sentó a su lado y le dijo:
– Mira, muchacho, no quiero tener problemas, bastantes borrachos hay en España para que, encima, vengan otros de fuera. Así que ¡largo!, ¡fuera!. ¡Que llamo a la policía!.
– Ya me voy sólo quería tomar una copa, nada más.
Así que Mauricio y su botella de ron se dirigieron a la casa de su primo (si se le puede llamar casa). Pero al llegar, se encontró con tres hombres con pocas ganas de dialogar; sin más, le quitaron la botella, un anillo y como remate le dieron una paliza.
Por la mañana se encontraba en una especie de cama y, al lado, su primo. Tenía la cabeza magullada y un dedo roto.
– Te voy a llevar a un médico.
– No, estoy bien, déjame.
Y así pasaron dos semanas, pero su estado no mejoraba. Un día, al levantarse, se cayó, golpeándose la cabeza con el suelo quedando inconsciente. Su primo le llevó al hospital donde le ingresaron de urgencias. Tres días después despertó pero, según le dijo el médico a José Antonio, Mauricio tenía un coágulo de sangre en la cabeza y no se podía operar. Su primo, que sabía perfectamente lo que le decía el doctor, le preguntó:
– ¿Se puede hacer algo?
– Me temo que no.
– ¿Cuánto tiempo le queda?
– No más de dos meses.
Su primo decidió que lo mejor sería volver a Argentina. Y así es como termina esta historia. Ya no he vuelto a tener noticias de ellos, pero seguro que a Mauricio no le volveré a ver.
Estoy segura que os ha resultado conocida, casi familiar. Puede cambiar algún detalle o incluso hasta el mismo final, pero, ¡se parece tanto! Me gustaría poder escribir muchas historias de éstas, ¡¡con un final feliz!!