Andaba un poco encorvado con el peso de los años. El poco pelo que le quedaba era casi blanco. La calva le brillaba por efecto del aire y el sol. Su rostro estaba surcado por multitud de arrugas. Sus ojos a veces parecían tristes.
El abuelo caminaba por el sendero, que conduce a un castaño, a paso ligero. Se apoyaba en su cachava porque sus piernas ya no tienen la fuerza de hace unos años.
Sentado bajo el castaño observaba gran parte del valle. Le gustaba ver cómo los campesinos trabajaban las tierras. Lo mismo que había hecho él toda su vida.
Cuidaba las plantas con mucho esmero, las quitaba las malas hierbas, las regaba, vigilaba que no se las comieran los animales y se sentía orgulloso de verlas crecidas.
La primavera le gustaba especialmente porque veía crecer las plantas y nacer nuevos animales.Había mucho bullicio en la naturaleza. El otoño le resultaba más triste. Todo se iba apagando, hasta los días.
Bajo el castaño se reunía con más amigos de su edad. Hablaban mucho, sobre todo de recuerdos, de lo que hacían cuando eran jóvenes, de todo lo que habían trabajado, de cosas de la mili y, sobre todo, lo diferente que era la vida ahora…
Algunas veces le gustaba estar solo y se iba por otro camino y pensaba.
En el invierno, como no podía salir a la calle, trabajaba en casa haciendo cachavas, tallando figuras de madera con su navaja.
También le gustaba leer cerca de la chimenea, pero se le cansaba la vista. Por eso, cuando yo iba a visitarle, me pedía que le leyera libros y pasaba mucho rato escuchándome.
Si hacía bueno, caminábamos hacia el castaño y hablábamos. Le gustaba que le contara lo que hacía en clase. A veces le contaba lo que había aprendido: dónde estaba un río o una ciudad, o la altura de un monte. También le contaba las historias que me inventaba para clase. Él se reía mucho. Él me contaba que apenas pudo ir a la escuela porque tuvo que ponerse a trabajar para ayudar en casa. Le hubiera gustado estudiar más. Se alegraba de que yo pudiera estudiar y me animaba a seguir.
Me explicaba cómo eran los juegos cuando él era pequeño, que los juguetes los fabricaban ellos.
Me enseñaba nombres de plantas. Algunas eran buenas para curar algunas enfermedades. También me contaba cosas de algunos animales que él conocía por haberlos observado durante muchos años.
El abuelo no conocía el mar y le gustaría conocerlo. Por eso, en las próximas vacaciones vamos a llevarle a la costa para que conozca el mar, dé un paseo en barco y hable con los pescadores.
Estoy esperando que llegue el momento para ver al abuelo feliz.