A la hora de leer, hay que tener en cuenta la escritura; o eso pensaba Juan. Juan era un chico normal, sacaba buenas notas, hacía deporte… pero lo que más le gustaba era leer.

Un día, mientras leía un libro, se dio cuenta de que casi no podía entenderlo debido a la mala escritura del relato, ya que al ser un libro antiguo, y como todos sabemos, en la antigüedad se escribían o mano. Él, se dispuso a traducir aquellas siniestras palabras las cuales se hallaban ante él; ante su asombro y casi sin darse cuenta, se había devorado aquel viejo libro.

El joven, a raíz de leérselo, se interesó por las escrituras antiguas y, ni corto ni perezoso, bajó a por su bicicleta que se encontraba en el jardín de su casa para, seguidamente, ir en ella hasta la biblioteca más cercana y ver lo que encontraba sobre aquel tipo de escritura que a él tanto le había llamado la atención, además, claro está, de lo que le había costado descifrarla.

Al llegar a la biblioteca, rápidamente preguntó por la zona en la que encontraban los manuscritos, cogió un par de ellos y se dispuso a leerlos; en ese momento pensó que le sería de gran ayuda un diccionario para buscar aquellas palabras de las cuales no supiese su significado.

Decididamente empezó a leer uno de ellos. Leyó el primer capítulo sin ninguna dificultad, ya que lo que leía le estaba interesando así que, viendo la satisfacción que le producía leer aquello, no se lo pensó ni un minuto para continuar con el segundo capítulo, aunque sabiendo que era demasiado tarde para continuar, pero no le importó; lo que el joven no sabía es que el libro tenía en su interior algo que nunca debería haber encontrado.

El chico continuaba con la lectura cuando, de repente, le llamó la atención algo que se encontraba en la hoja adjunta; dejó de leer lo que en ese momento leía para irse rápidamente a averiguar que era aquello que había captado su atención de la otro hoja. Juan no salía en su asombro al leer aquellas palabras que entendía perfectamente, pero que no sabía si verdaderamente quería entender; así que, velozmente cerró el libro y salió de la biblioteca casi corriendo, lo suficientemente deprisa para que no le llamasen la atención, pero sí para alejarse cuanto antes de aquello que acababa de presenciar.

Al llegar a casa pensó que todo aquello había sido causado por el cansancio que tenía encima, que todo aquello no era más que producto de su imaginación, así que cenó algo, y se echó a dormir pensando que aquello verdaderamente no existía.
A la mañana siguiente, volvió a la biblioteca con la intención de corroborar si era cierto aquello que vio en el libro el día anterior; cual fue su asombro, al ver que aquel misterioso libro no se encontraba en el lugar en el que debía hallarse.
Decepcionado, fue camino de la salida cuando se le ocurrió preguntarle a la bibliotecaria dónde estaba aquel libro que estuvo leyendo el día anterior y ésta, ásperamente, le contestó que alguien se lo habría llevado; entonces, Juan le preguntó que quién, pero ella dijo que no podía decírselo. Cabizbajo, se fue a casa con la idea de volver en unos días a ver si ya lo habían devuelto y al pasar esos días él insistentemente volvió en busca del libro: lo cogió y lo abrió por aquella página de la que tantas dudas tenía y cual fue su asombro al ver que aquellas fatídicas palabras que en su día no quiso creer que existían estaban allí escritas. Al cabo de leerlas varias veces, las dijo en voz alta para comprobar que aquello era real:

¡TEN CUIDADO. NO SIGAS LEYENDO ESTE LIBRO O TE OCURRIRÁN COSAS QUE NUNCA IMAGINASTE!

Juan, haciendo caso de lo que decía la frase soltó el libro y se marchó como lo había hecho la vez anterior; ese fragmento le impactó tanto que dejó de interesarse por aquel tipo de escritura que algún tiempo atrás le había llamado tanto la atención.

Con el paso del tiempo, un día como otro cualquiera, Juan recordó aquello que le había pasado hacía unos meses, se armó de valor y volvió a la biblioteca a releer aquella frase pero, cual fue su sorpresa al abrir el libro, buscar el segundo capítulo y darse cuenta de que aquella frase ya no se hallaba allí; así que prefirió no indagar en el tema ya que aquello le había producido un gran desconcierto.

Juan decidió olvidarse para siempre de los manuscritos y de todo lo relacionado con la época en la que éstos se hacían y determinó que seguiría leyendo sus libros bien escritos.

Trabajo original