Me preguntó si me había querido alguien tanto como él. Mi respuesta, inmediata como de costumbre, fue negativa. Ni siquiera tenía claro hasta qué punto llegaba su amor, pero sabía que sin sus palabras no podría vivir, superar todos mis miedos, apartar mi vergüenza, ser alguien con personalidad. Sin él no lo conseguiría.

Lo cierto es que nunca me he dedicado al amor, dudo si estoy en condiciones de hacerlo, pues sueño con vivir una romántica historia, como las que a diario escribo, la cual creo que en estos momentos no tengo. Pero no puedo merecerme algo tan bello, blanco y sincero.

Con clara mirada enmarcada en un surco oscuro, que acentuaba mi cansancio, mi miseria, mi poca vergüenza, contemplaba la aguja letal que necesitaba para no caer rendida en los brazos del sueño, para no romper mi alma contra la pared. Me calmé.

Disfruté aflojando la goma que reunía un mar infectado de escoria y mentiras, tapé el hueco de unos ojos poco avispados, que enrojecidos apuntaban hacia una foto de cuando no me avergonzaba de mi existencia, de mi impertinencia, de mi perseguida desgracia.

Sin fuerzas me tumbé en una choza acolchada que, por momentos, cerraba sus puertas para impedir que yo escapara; pero por obcecación y tolerancia me negué a perder una vida miserable y enganchada a la cuerda de la muerte; grité con mi último aliento que la droga ya no se apoderaría más de mí, que comenzaría a vivir decentemente, que controlaría por mí misma cada palabra por decir.

Desde hace medio año busco trabajo, pero todos me señalan, pues la maldad de la gente se encargó de declarar mis problemas y pintar mi cara en carteles de odio, o mucho peor, de lástima. Pero estoy aquí, viva, ya no estoy en tratamiento, se pasó el tiempo de temblar por una raya, de golpearme por un chute, de enloquecer tras agujerear cualquier parte de mi alma.

Fue duro y sobrecogedor, pero así lo decidí. Podía haberme dejado vencer, cerrar los ojos y morir, dejando este cuerpo sin habitar, pero pensé que todo en esta vida se puede vencer, se puede golpear.
Tras unos instantes le pedí que me repitiera la pregunta.
¿Te ha querido alguien tanto como yo?

Mi respuesta, más meditada que la anterior, fue de nuevo negativa. Tenía completamente claro que su amor abarcaba todo mi ser, que los incompasivos que me señalaban deberían algún día arrodillarse ante mí, pues mis ganas de mirar hacia delante traspasaban cualquier mar, cualquier colina; siempre que notase su aliento.
Esta mañana no lo he podido notar.

He soñado que formaba una familia a la que cuidaba, protegía y enseñaba, que conseguía un trabajo, que todos mis males llegaban a su fin. Así, mi imaginación ha inventado una feliz historia que deseaba convertirse en realidad, sin poder dejar de pensar en ella, he encendido la luz y he intentado escribir.
De repente toda mi inspiración se ha venido abajo, he notado algo raro a mi alrededor, algo que no dejaba de abrumarme. He mirado su débil cuerpo y he pensado que contemplándolo se me pasaría, me encontraría mejor; pero ha ocurrido todo lo contrario.

Le he preguntado si yo he sido la mujer que más le ha querido, pero no he encontrado en su palpante inyección una respuesta.
Una vez que me calmé un poco, le abrí los ojos y pude contemplar un gesto de placer. Puede que le gustase la coca; puede que no me quisiese lo suficiente; puede que por mi culpa se enganchase.
En unos instantes lo sabré.

Trabajo original