Silvia bajaba toda corriendo desde la calle Santa Clara -llegaba tarde- había quedado a las 4:30 con Vanesa y Marina en Correos y cuando llegó ya la estaban esperando: hoy iban a bucear a la playa de los Peligros.
Cuando llegaron allí, las estaba aguardando Javier, el tío de Vanesa, con los trajes y todo lo necesario para poder bucear.
Cuando ya estuvieron cambiadas y listas arrastraron la lancha hasta la orilla para lanzarse mar adentro, más o menos entre el Puntal y el Museo Marítimo. Ellas se habían idealizado por el camino esta sumersión, pensando encontrar maravillas; se habían imaginado el fondo del mar: limpio, sin residuos, alguna planta como lechugas de mar, laminarias o bellotas de mar y algún animal o pez como arañas, chaparrudos, sulas, mules, morgueras o aplisias, nadando a su alrededor, en unas aguas más o menos cristalinas…
Pero si, si menuda fue su sorpresa, cuando bajaron las tres al fondo y no podían ver nada de lo que se esperaban ya que lo que abundaban eran bidones de gasolina, residuos, hasta una lavadora, animales muertos y por supuesto ninguna planta ni bancos de sardinas nadando a su lado.
Cuando volvieron a puerto decidieron ir al Museo Marítimo para quejarse y para pedir información sobre el tema, y si la Consejería de Medio Ambiente o el Ayuntamiento pensaban hacer algo al respecto.
Sus sorpresas no habían acabado todavía allí, se enteraron de que el saneamiento de la Bahía de Santander ya había empezado unos cuantos meses atrás y que eso era una larga tarea. Las informaron de que se estaba pensando en formar pequeños grupos de buceadores que ayudasen en estas tareas de limpieza de los fondos marítimos de nuestra bahía, para que en el futuro, quizás, pudiesen volver las sardinas.
A las tres esa idea las gustó mucho y quedaron en la que les avisarían si ese plan se llevaba por fin a cabo. Mientras tanto su decepción se iba consolando pensando cuando un día ellas volvieran a poder bucear rodeadas de peces reales y no de latas de sardinas en tomate o calamares en su tinta.