Hojeando las páginas del periódico, salpicadas todas ellas con titulares referentes a la más que posible guerra contra el régimen iraquí, y a la ya conocida marea negra, descubro por casualidad una noticia que me deja los pelos de punta y cuyo encabezamiento dice: «Amenazas de demandas y excomunión por el aborto de la niña que fue violada».

Perplejo, continúo afanosamente mi lectura, intentado encontrar algo de coherencia, si es que de verdad existe, en los comentarios de un tal Jorge Solórzano (obispo auxiliar de Managua) que afirma que «la Iglesia Católica castiga el aborto provocado con la pena de excomunión, no sólo a los padres y a los médicos sino a toda persona que ayudó».

Por si no lo saben aún, pues dicen las estadísticas que son muy pocos lo españoles que leen la prensa diariamente, la noticia trata el tema de la niña de nueve años que ha sido violada recientemente en Nicaragua.
A las polémicas declaraciones del mencionado párroco se le suman las acusaciones por parte de los grupos pro-vida, en las que tachan de asesinos a los especialistas que realizaron el aborto. Y por si esto no fuera suficiente, unas líneas más abajo, me encuentro con las desacertadas e inoportunas palabras de un portavoz del gobierno nicaragüense (que había desautorizado dicha intervención) en las que arremete contra la familia de la niña -unos pobres campesinos analfabetos-, amenazándoles con duras demandas y sanciones.

¿En qué mundo vivimos? ¿Cómo puede un gobierno de un país, cuyas cifras de niñas embarazadas antes de los 14 años ascendieron a 3.131 entre 1997 y 2002, dedicarse a criticar el aborto? ¿Quién es el asesino; el que salva la vida de una niña de nueve años con el aborto, o el que condena a una criatura a morir sólo porque cometió el pecado de ser violada? Como todos ustedes podrán suponer el riesgo de lesiones e incluso de muerte, durante la gestación y el parto, es muy alto a edades tan tempranas.

También es cierto, que las razones que impulsan a la Iglesia a mantener esta postura, son sensatas, ya que está claro que no hay que anteponer los deseos de la madre ante los intereses del futuro hijo y menos en este caso. En este punto queremos aclarar que hay una clara diferencia entre el aborto terapéutico y uno movido por otros intereses.
En mi opinión, lo que realmente tiene que hacer el gobierno de Nicaragua es preocuparse un poco más por invertir en la educación de los jóvenes, pues es ahí donde verdaderamente nace el problema. Un problema que debe ser atajado con programas de prevención e información en todos los ámbitos, tanto en al escuela como fuera de ella.

Tampoco nos podemos olvidar de reforzar las medidas judiciales, pues no salgo aún de mi asombro al observar que, el violador de la pequeña, pasará por el «duro trámite» de permanecer tres meses en la cárcel. Inexplicable, pero cierto.
Dejando al gobierno a un lado, no quiero terminar sin dirigirme al sector más ortodoxo de la Iglesia. A esa parte de la Iglesia, que trata de velar por los más pobres y desfavorecidos y que posee una gran importancia en estos países (dicho sea de paso), para animarla, a que deje de «sermonear» y se centre en la cruda realidad que rodea a estas sociedades subdesarrolladas.

Quizá, haya alguna porción de la Iglesia que deba modernizarse. Quizá aún haya alguien en la Iglesia que deba bajar al nivel de las necesidades de su pueblo. Quizá debamos investigar a qué daría más importancia Jesús, a la persona o al dogma.
Sin embargo, y a modo de conclusión me pregunto: ¿para qué tanto trabajo? Al fin y al cabo es simplemente una vida más, un daño colateral (en palabras del señor Bush).

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