Desembarqué en el puerto de Georgetown, capital de Guyana, con mi amigo Julio. En esta ciudad de Sudamérica nos esperaba Michael, un guía que habíamos contratado…
Nos preguntó que qué queríamos hacer allí, yo le respondí que estábamos buscando un caimán, un oso hormiguero y una anaconda. Para conseguir el oso hormiguero y el caimán fuimos a la sabana. Michael había encontrado a un cazador nativo de aquella zona, se llama Frank. Esa noche la pasamos en su casa, su mujer nos preparó una cena que estaba exquisita pero no nos quiso decir lo que era.
Por la mañana temprano nos dirigimos hacia la pradera, a una zona concreta ya que Frank había sido avisado de nuestra llegada y había partido en busca de algún oso hormiguero, encontró la madriguera, pero no a él.
Bueno, salimos muy temprano, el lugar al parecer estaba muy lejos, por lo que salimos montados a caballo. Estuvimos una cuantas horas montando hasta que llegamos, nos quedamos esperando un buen rato hasta que apareció. Tenía una cola poderosa y un largo hocico gris. Cuando nos abalanzamos sobre él salió galopando rápidamente, nosotros nos montamos en nuestros caballos y salimos despedidos detrás de él. Tras mucho correr detrás del oso hormiguero lo alcanzamos y Frank le tiró una red y lo consiguió atrapar.
Cuando llegamos a casa le pusimos una correa, le atamos un árbol y ahí le dejamos hasta que fabriqué una caja. Cuando la acabé le metimos ahí. La mañana siguiente nos la tomamos de descanso y pasamos todo el día disfrutando del paisaje.
Al día siguiente nos preparamos para ir en busca del caimán. Salimos a media tarde, ya que los caimanes salen a cazar de noche y hasta esa hora no podíamos capturar ninguno, así que nos lo tomamos con mucha calma. Cuando llegamos al río pescamos unas cuantas pirañas para ponérselas como cebo al caimán. Preparamos una trampa simple, según Frank, siempre funcionaba. Puso dos botes largos medio sacados del agua, dejando un hueco estrecho entre ellos, un lazo corredizo cruzaba este canal, de forma que cualquier animal que nadase para coger el cebo, metería la cabeza por el lazo. El extremo de la cuerda del lazo estaba atado a la rama de un árbol de forma que si el animal tiraba de la cuerda el lazo se estrechaba.
Buscamos otro árbol cerca del río, le trepamos y allí pasamos la noche esperando a que picase el caimán. La primera noche no pasó nada, ni la segunda, ni la tercera. La cuarta noche ya estábamos desesperados, pero por fin picó un caimán. Era un caimán grandioso, se había tranquilizado mucho después del primer arranque. Le lanzamos un dardo somnífero, se durmió y le cargamos en el jeep, le metimos en una jaula, y ya estábamos preparados para marcharnos de la sabana de la Guayana Británica.
Dejamos estos dos animales al cuidado de unos amigos de Julio que vivían en Georgetown. Descansamos unos días y nos fuimos para la selva amazónica en busca de nuestra anaconda. Como estábamos muy cansados y no nos apetecía salir en busca de la serpiente dimos dinero a los cazadores para que la capturasen por nosotros, así que nosotros nos lo tomamos de relax. Una mañana llegaron dos cazadores con dos grandes anacondas y compramos las dos. Así que Julio y yo ya estábamos preparados para abandonar ese precioso país y dirigirnos hacia España. Tras pagar a nuestro guía Michael y darle una buena propina extra, cosa que agradeció mucho, cogimos el barco y nos volvimos a España. Vendimos los animales que nos había pedido, y, como sobraba una anaconda, me la quedé y ahora es mi mascota.