El Ayuntamiento de Santander, en homenaje a Ana María Cagigal, y con el fin de promover la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, convoca el Premio Artículo Periodístico que lleva el nombre de la periodista. El director del colegio Compañía de María de Santander, José Angel Velasco, ha sido el ganador de la tercera edición del certamen con la obra ‘Los ojos de Julia’, que ha versado sobre el tema Los Hombres en la lucha por la Igualdad.

Los ojos de Julia habla, según Velasco, de «la cotidianidad y el día a día, de las actitudes en casa y en el trabajo que hombres y mujeres tienen que combatir para llegar a una igualdad de sexos real». El trabajo ganador fue en parte ideado en el colegio en el que es director. «El trabajo de campo del proyecto sirvió para ver en los niños y niñas que la igualdad es real y natural, y que las diferencias se van haciendo cada vez mayores según van creciendo».

‘LOS OJOS DE JULIA’
José Ángel Velasco Echegaray.
Director del colegio Compañía de María de Santander.

Me gusta salir a pasear con mi hija Julia. A pesar de sus cinco años recién cumplidos, no deja de observar ni un solo detalle desde su atalaya que apenas levanta un metro del suelo. Ella se convierte en una serviola de la realidad, filtra nuestro entorno y lo libera de los prejuicios de mis ojos veteranos. No se cansa de preguntar y sus cuestiones me sirven para darme cuenta de muchos pequeños grandes detalles que la cotidianidad camufla hasta hacerlos pasar completamente desapercibidos. Vamos caminando a su paso y, de repente, se para y exclama: «Papi, mira, ¿una mujer conduciendo el autobús!», tirándome del jersey hasta hacerlo dos tallas mayor. Yo le pregunto que qué tiene eso de raro y su respuesta es inmediata, casi mecánica: » ¿Que eso es cosa de niños!». Yo intento explicarle que eso no es así, que todos podemos conducir un autobús, pero sus argumentos parecen irrefutables: «¿entonces, por qué en ese autobús y en ese y en ese y en ese sólo conducen hombres?».

Seguimos caminando y me dice que de mayor quiere ser enfermera. Ingenuamente le respondo que si no le gustaría más ser médico y ella vuelve a replicarme dándome una paliza con su abrumadora lógica: «Las mujeres somos enfermeras, los hombres médicos». Y sólo son cinco años. Algo no funciona. En casa hemos trabajado con ella desde que era muy pequeña. Ni su madre ni yo hemos descuidado por un momento su educación para la igualdad. En su colegio hemos podido constatar que los valores se cuidan en cada detalle y estamos muy contentos con su educación. Entonces ¿cuál es el problema?

Decido seguir investigando, picado por la curiosidad quiero seguir explorando ese pequeño cerebro a pesar de que sé positivamente que si quiere se cerrará ante mi y que sólo va a revelarme aquello que le apetezca. Lo intento por otro camino. «Tienes el botón del babi descosido, cuando lleguemos a casa me lo dejas para que te lo cosa». «No, papi, dirás a mamá. Tú no sabes coser». Y otra vez tiene razón, no sé coser y en toda mi vida la única aguja que he enhebrado ha sido para reventar las ampollas que me salían haciendo el Camino de Santiago. Pero la ampolla que había levantado Julia iba a ser más difícil de hacerla desaparecer. Otra vez mi cerebro se pone en marcha para dar vueltas a sus razonamientos. En mi casa éramos cuatro hermanos varones y una niña y siempre ha cosido mi madre todo aquello que necesitábamos arreglar. Mi hermana sí tuvo el privilegio de recibir sus enseñanzas con el arte del hilo, la aguja y la Singer pero entonces apareció la igualdad mal entendida: «Esta niña no hará nada más y nada menos que sus hermanos». Así que ella tampoco aprendió a coser.

Y van pasando las generaciones, y sólo cosen las madres, sólo conducen los padres, los médicos son hombres y las mujeres enfermeras, los presidentes de los equipos de fútbol son hombres y las presidentas de los rastrillos de beneficencia mujeres.

Entonces Julia, con un chillido que hace que todos los transeúntes que nos rodean giren sus cabezas y me miren como un bicho raro, me vuelva a sacar de mis elucubraciones: «¡Una mujer policía!».

Y me doy cuenta de por dónde va el camino, de que no hay que hacer una revolución sino una evolución, un paso a paso, un poco a poco que nos lleve a un futuro en el que Julia no deba responder a su hija o a su hijo si las mujeres pueden o no conducir autobuses. Los grandes cambios se hacen a través de una integral de pequeñas transformaciones. Los ojos de Julia, los de Alba, los de Gema, los de David, los de Marcos, los de tantos pequeños que van creciendo en nuestro naciente siglo XXI deben empaparse de las pequeñas conquistas del entorno cercano, del triunfo de la mujer policía, de la conquista de la mujer conductora de autobús, del éxito del hombre «amo de su casa» que es capaz no sólo de coser un botón sino también de planchar la colada de ropa blanca

Me viene a la cabeza un viejo slogan de una campaña de Manos Unidas, Cambia tu vida para cambiar el mundo; debo coger la aguja esta misma tarde y empezar a hilvanar sobre la tela de mi familia un futuro mejor para todos.

«Papá, que nos pilla un coche», otra vez Julia me aporta la dosis de realidad suficiente para pararnos en seco aunque ya dentro de la calzada. Una atenta conductora de apenas veinte años nos indica con una sonrisa y una palma abierta que no nos preocupemos, sabe que controla el coche y que ha tenido tiempo de frenar ante nuestro despiste. Y exhalando un suspiro me alegro una vez más de que fuera conduciendo una mujer. Los ojos cambian, nunca la mirada.

 

 

Ana María Cagigal Casanueva (Santander, 1900–Sobremazas, 2001)
Periodista

En 1935 dio sus primeros pasos en poesía y a finales de ese año entró a formar parte de la directiva de la sección femenina del Ateneo de Santander. En 1936 comenzó trabajar como redactora en La Voz de Cantabria, de orientación republicana conservadora. Después de la Guerra regresó de su exilio en Francia y trabajó en el diario Alerta. Marchó a Barcelona y colaboró con periódicos como La Vanguardia y Solidaridad Nacional.
Entre 1945 y 1946 escribió su primera y única novela, Leña húmeda, de corte autobiográfico, al tiempo que continuó escribiendo poesías, entre las que figuran Viento en el mar, Vendaval o Montañés, que retratan aspectos del paisaje y la gente de Cantabria.
En el año 2000, bajo el patrocinio de la Consejería de Cultura y el Ayuntamiento de Medio Cudeyo, se publicó una breve antología de su obra literaria bajo el título de Amor de mar y otros trabajos, seleccionada por José Ramón Saiz Viadero. El mismo año de su fallecimiento apareció la antología de jóvenes poetisas de Cantabria titulada En homenaje a Ana María Cagigal.

Trabajo original