¡Por fin llegó el momento! Estamos acabando Bachillerato a trancas y barrancas y podremos despedirnos para siempre de la castaña de historia para empezar a estudiar en la universidad algo que realmente nos guste.
No es inusual que en nuestra ciudad existan tres facultades de la materia que nos interesa, pero a causa del distrito compartido, en dos de ellas si no sacas un 12,34 en Selectividad no habrá manera de que la media de tus notas sea suficiente para conseguir tan ansiada plaza, y la restante es una Universidad privada que cobra dos millones al año más la matrícula, y eso si no suspendes nunca ni la hora libre. Como quiera que no tenemos pensado acabar la carrera en los cinco años de rigor…¿Cuánto tiempo vamos a tener que trabajar para pagar lo que te has gastado en la facultad? ¿No es bastante una hipoteca en la vida?.
Así que agarramos nuestra guía del estudiante preuniversitario y observamos con horror que la facultad pública más cercana donde podemos hacer realidad nuestra vocación se encuentra en los alrededores de Honolulu. Entonces llega el momento de plantearnos levantar el vuelo y emigrar del cálido hogar familiar, donde una madre nos cuida y mima, y donde no tenemos que preocuparnos por la colada, la comida o los botones descosidos, y donde las tremendas gripes que agarramos cada año son curadas con mucha leche con miel y cuidados amorosos.
¡¡¡SE ACABÓ LO QUE SE DABA!!!. Te has hecho mayor de golpe y porrazo y no te gusta… Una vez asumido por la familia que te largas, llega el momento de decidir dónde vas a vivir en tu nueva ciudad. Como nadie (o casi nadie) tiene la pasta suficiente como para irse cinco años a vivir a un hotel de cinco estrellas, las opciones normalmente quedan reducidas a dos: residencia universitaria o piso de estudiantes. La elección deberá depender del carácter y habilidades del estudiante.
En cuanto a la residencia universitaria es lo ideal para familias que saben que su hijo moriría de desnutrición si tuviera que prepararse él mismo la comida. Su hijo es tan guarro que sólo cambiaría las sábanas por las del compañero del cuarto de al lado. Una sóla vez en la vida le encargaron poner la lavadora. Puso el programa caliente y metió toda la ropa junta, con lo que tiene la ropa interior de color rosita. Es tan salido que si no fuera porque hay horario de llegada no le conocería ni el portero de la residencia.
Por otra parte, el piso de los estudiantes es lo adecuado si el chaval es un cocinilla y se hace las pizzas usando sólo la masa ya cocinada y elaborando él el resto. Se cambia de pijama a diario y quema la ropa con la que ha hecho deporte porque no soporta el sudor. Le conocen todas las señoras en el mercado y distingue el pescado fresco del descongelado. Sabe distinguir la plancha de la batidora por su forma. Además, es el único de toda la familia que ha usado la licuadora…
Se cambia de calzoncillos dos veces al día por si le pasa algo y tiene que verle un médico. Sólo sale con una chica después de haber pedido permiso a sus padres y abuelos.
Vamos a imaginar que has tenido la suerte de encontrar plaza en la carrera que te gusta, y además tus padres te han permitido vivir en un piso con otros de similar edad a la tuya, deberás estar preparado para un mundo de nuevas experiencias y vivencias, donde sólo sobreviven los más fuertes; y donde sólo terminan la carrera los realmente tocados por la diosa Fortuna.
Normalmente, los padres no son partidarios de que su hijo adquiera la libertad tan de golpe, pero los precios de las residencias y la dificultad para encontrar plaza en una de ellas hacen que se inclinen por la opción del pisito compartido. Es más usual el caso del estudiante que, después de cinco años en primero de Empresariales, decide irse a un piso a ver si le cunde más y el director de la residencia deja de darle consejitos paternales. Sus padres, acceden encantados.
Lo que ocurre es que en este tipo de pisos, es tradicional que se celebre una fiesta salvaje que recuerde la época en que los romanos dominaban el mundo conocido. Normalmente, estas fiestas acaban siempre con uno (o varios) vecinos aporreando la puerta salvajemente y metiéndose con vuestra querida madre.
Los pisos que la gente alquila para estudiantes son de lo más variopinto y te puedes encontrar desde auténticos palacetes orientales decorados por una señora más hortera que Ágata Ruiz de La Prada, hasta cuchitriles en ruinas supuestamente amueblados que sólo contienen una silla robada de una terraza de verano y una cama en la que no es capaz de dormir ni un vagabundo.
Para evitar que una inspección de sanidad os obligue a desalojar el piso, se hace necesario establecer unos turnos de limpieza que, al menos, deberá ser semanal. Es muy habitual que alguno de los inquilinos invente múltiples disculpas para evitar tener que limpiar.