En los primeros días del nuevo año se celebra en Silió, pueblo del Valle de Iguña, la Vijanera, una de las fiestas más antiguas de Cantabria. Se trata de una mascarada de invierno inserta en el ciclo carnavalesco que encarna el paso, la transición de un año a otro.
En la mañana del primer domingo del año, el pueblo de Silió se despierta entre la algarabía de los campanos, movidos por los bravos zarramacos, y el colorido de los trapajones, traperos y otros personajes que junto con el oso se integran en la Vijanera, una fiesta ancestral redimida del olvido por los mozos del Valle de Iguña, que han sabido conservar la tradición de sus padres y abuelos.
En esta fiesta sólo participan los varones del pueblo y es por esto que en los disfraces de estos personajes han jugado, desde siempre, un papel muy importante las prendas femeninas.
Para completar la transformación de los personajes algunos cubren sus caras con máscaras. Otros, como los zarramacos, se tiñen el rostro de negro, para lo que, antiguamente, se usaba el tizno de la sartén o carbón vegetal mezclado con aceite. Las pieles de oveja son las encargadas de simular la imagen temible del oso que sigue siendo uno de los papeles más difíciles debido al agobio del disfraz.
Como complemento divertido de los disfraces se urden farsas ingeniosas, como cuando idearon un truco con una cuerda para simular que ahorcaban a Calín (uno de los vecinos del pueblo).
Los esforzados zarramacos, agobiados por las pieles y el peso de los enormes campanos que han de soportar, custodiados por trapajones y traperos, son realmente la figura central de la Vijanera. Llevar los campanos más grandes, hasta más de 40 kilos de campanos, es el orgullo de un buen zarramaco. La forma de atar éstos ha venido considerándose generación tras generación todo un rito, una labor en la que siempre había alguien especialmente dispuesto y con fama de experto. Las sogas de esparto o las de uncir utilizadas para atar los campanos al cuerpo del mozo zarramaco hubieron de ser cortadas en más de una ocasión ya que algunos jóvenes no permitían que les quitasen los campanos en un último alarde tras haberlos llevado todo el día incluso para comer.
En un primer momento de la fiesta, los zarramacos se acercan a la raya, divisoria con el pueblo vecino, Molledo, en donde piden guerra o paz. Cumplen así el doble reto de jorricar (mover) mejor, con mayor gracia y más fuerte los campanos y sobre todo impedir que los contrarios pasen de ese límite, infracción que en la vida ordinaria supuso más de una muerte en tiempos pasados.
A continuación inician el pasacalles que se dirige al interior del pueblo. Abren el cortejo carnavalesco un par de danzarines, les siguen los zarramacos, desplazándose en círculo y haciendo movimientos que provocan el estruendo de los campanos. La Madama y el Mancebo van detrás.
En la sección siguiente aparecen el Oso, el Amo y la Pepa. La pareja de viejos camina detrás y el cortejo va flanqueado por los trapajones encargados de ampliar el espacio de la comitiva.
Otro momento importante de la fiesta es la escenificación del número del año en el que se cantan las coplas satíricas referidas a sucesos del pueblo, del valle, nacionales e internacionales. La Vijanera cumple así una función de jocosa crítica social.
La muerte del Oso, que tiene lugar a continuación, viene a ser en esta nueva Vijanera una evocación de viejas simbologías: mediante ella se preservaban los ganados y además se canalizaban las hostilidades de la comunidad.
Teniendo como pretexto la Vijanera, el ingenio popular ha dado lugar además de a estas coplas a numerosas escenificaciones, así junto a la del sacamuelas, una de las parodias más usuales en la Vijanera, ha sido la de la parturienta que encarna la transición de un año a otro.
Como música casi ininterrumpida en esta celebración rural, suenan incansables los campanos de los mozos del Valle de Iguña que con el estruendo expulsan los males materiales y espirituales que acechan a la comunidad, para que no afecten a personas animales o pastos.
La Vijanera, que en el pasado compartían otros valles como el de Anievas, Toranzo o Luena es una fiesta de remotos orígenes sin duda, posiblemente en parentesco próximo con las honras al dios Jano de la antigüedad clásica.
La Vijanera exalta la entrada de un tiempo nuevo, evoca la regeneración de la vida en la tierra en el momento en que se aleja de nosotros el año viejo. La costumbre la ha situado en ese mágico cambio de calendario en la propia Nochevieja o bien en los primeros días de enero.
La Vijanera es una fiesta ancestral, manifestación de la cultura popular que ha hecho perdurar hasta nuestros días arcaicas simbologías relacionadas con los espíritus, la fertilidad, el sexo y lo social.
La figura singular y ambigua de la Pepa, los Trapajones y Traperos, Zarramacos, haciendo ostentación del porro y los campanos, la Vieja y el Viejo, los hijos del pobre, la Madama y el Mancebo, la Mona y el Domador, el Oso y el Húngaro, los Guapos, la recién parida y otros personajes resucitados del recuerdo dan vida en el umbral de cada año con nuevo vigor a la Vijanera, Vejanera o Viejanera como es también conocida esta fiesta que es orgulloso patrimonio del Valle de Iguña.