No es justo. Ya está bien de criticar la televisión. Como poco tendríamos que estarle eternamente agradecidos. ¿Qué más podemos pedir?: un instrumento que por un diminuto precio nos libera de las azarosas charlas con los hijos, de las intrínsecas y retorcidas preguntas pre-adolescencia, de los gritos con el marido…
Por unas 5.000 pesetas descansamos de nuestras esposas casi nueve horas al día: que si la telenovela, que si el programa, que si esto, que si lo otro… ¡¡Qué más queremos!! Encima, la televisión es unisex, se compadece de los dos: los esposos pueden echar la siesta plácidamente sin tener que pronunciar ninguna palabra hasta el final de Lucecita, en la merienda: «¡Calla!, que no oigo a la Quintana». Y por la noche: «¡Quita!, que no veo a Nacho».
Los domingos son el día de descanso televisivo para ellas: simplemente, pasan el relevo. Porque la televisión, eso sí, tiene que permanecer encendida. Ahora es el marido quien realmente disfruta: fútbol a todas horas, fútbol por la mañana, por la tarde y por la noche.
Por un módico precio mensual, tenemos médico, profesor para los niños y agentes del FBI en casa; podemos viajar a otras partes, conocemos nuevos sitios y hasta me han contado que ahora puedes viajar a Marte sin moverte del sofá. Realmente increíble.
Aunque, claro, como en todo, en la televisión también hay programas malos, y encima, esos los repiten todas las cadenas, hablan de lo mismo y, por si fuera poco, los emiten todos los días a la hora de comer. ¡Qué horror!. Esas cosas tan raras y tan desagradables… ¡Y qué poca imaginación! Siempre lo mismo: que si guerras, que si muertos… Yo pienso que tendrían que ver más la tele.
Lo mejor: la noche. Llegas, te sientas, enciendes, cenas, y encima te ríes y te diviertes. Aunque hay programas que tratan unos temas…: la familia, la incomprensión, el abandono, la incomunicación y esa persistente dosis de violencia. ¡Dios santo! ¡Qué cosas inventan!
Bueno, por ahora no hay problema: mientras sólo suceda en la tele…