La ruta del Cares, en algún lugar entre Cantabria, Asturias y León, es un camino poco fácil y muy sinuoso, pero de hermosa factura. Estas fueron las impresiones de nuestro grupo, integrado por 56 componentes, que regresaron en su totalidad pese a los múltiples peligros a los que nos enfrentamos.

Pero sin mayor demora, comenzaré nuestra particular aventura por el principio. Es justo mencionar la acertada  fecha que escogimos para realizar la ruta, pues nuestro «guía», eligió (por primera vez) un día con las características idóneas para realizar una excursión de senderismo.

Tras un par de horas de viaje en autobús, (salimos desde el instituto), llegamos al principio de la ruta en cuestión. Comenzamos sacando pecho, y pensando que sería pan comido la ascensión, pero como casi siempre, metimos la pata hasta el fondo, y hacia la mitad de la primera cuesta (que se encontraba tras ascender por una pista asfaltada, y hacer un giro a la derecha), empezamos a jadear, haciendo una parada para hacer acopio de fuerzas.

Únicamente cinco minutos de descanso nos fueron necesarios para recuperarnos casi totalmente.
Comenzamos de nuevo la ascensión, y cuando coronamos lo que parecía el final de la cuesta, nos dijeron (sin anestesia ni nada), que aún nos quedaba la mitad de la cuesta. Jurando en arameo, proseguimos el camino durante veinte minutos más, hasta que descendimos la primera cuesta.

Una vez hubieron llegado todos, el «guía» nos habló acerca de la formación de la Garganta del Cares, momento en el que aprovechamos para recuperar algo de energía comiendo frutos secos y chocolate, y prestándole algo más de atención a esta acción que a la historia que nos contó.

Aproximadamente hasta la mitad, el recorrido fue monótono, caminando a un buen ritmo.
Esta monotonía sólo se rompía cuando atravesábamos uno de los múltiples túneles que había, o cuando el «guía» ordenaba el alto, para deleitarnos con alguna de sus explicaciones.

Mientras caminábamos, algunos cantábamos canciones, al mismo tiempo que observábamos el maravilloso paisaje que se extendía ante nuestros ojos, parándonos únicamente para hacer una foto al paisaje.

Un accidentado en el camino

Pero hacia la mitad del recorrido comenzó la sucesión de acontecimientos: ocurrió lo inevitable, es decir, hubo un accidentado. No fue nada grave, pero nos gustaría aconsejar a los senderistas que no salten, ya que la pared tiene salientes, capaces de obsequiarnos con un chichón de tamaño excepcional.

Unos veinte metros más allá de donde se procedía a la aplicación de hielo al accidentado, justo cuando nos disponíamos a pasar por un trecho donde el camino se estrechaba, comenzaron a caer desde las alturas OVNIs, es decir, Objetos Voladores No Identificados.

Apenas quince segundos más tarde, identificamos los objetos como PLPCs, lo que traducido quiere decir Piedras Lanzadas Por Cabras. Estos pequeños desprendimientos se producían cada vez que una de ellas saltaba de una roca a otra.

Pasado este tramo, el camino regresó a su monotonía, sólo interrumpida por nuestro paso por algunos puentes desde los que se podía observar la caída del agua desde unos metros por encima del puente hasta el río.

Aproximadamente a un kilómetro del final de nuestro destino (Caín), entramos en una zona donde se encontraba un túnel bastante largo, iluminado sólo en algunas zonas gracias a la entrada de luz natural a través de unos miradores desde donde se podía ver los saltos de agua que esta producía al sobrepasar una presa.

Estos túneles son de escasa altura, por lo que recomendamos que si se es más alto de 1´55 m, se vaya agachado, a no ser que se quiera ser accionista de la fábrica de vendas y tiritas. Además, a pesar de la aportación de la luz natural, también recomendamos llevar una pequeña linterna, pues en el interior no se veía ni seis curas en una pila de cal.

 Una vez pasamos el último puente, continuamos el camino unos cuantos metros más hasta llegar a Caín donde comimos y recuperamos fuerzas para el regreso. Antes de partir de nuevo hacia Poncebos, nos abastecimos de agua para el regreso, que fue como el viaje de ida, con las excepciones del herido, de las explicaciones del «guía», y de los campeonatos de cabras de «tiro al senderista».

Finalmente, afrontamos la última subida para a continuación iniciar el descenso final. Éste fue más duro de lo que parecía, pues hay que cargar todo el peso sobre las rodillas.

La distancia que obtuvo el primero en llegar sobre el último fue de unos cincuenta minutos, en los que se aprovechó para descansar y contrastar opiniones.

El regreso a casa fue un poco accidentado, pues nos encontramos un camión volcado en la carretera que nos tuvo retenidos a la salida de Poncebos casi una hora.

Después de esto, continuamos nuestro regreso, pero tuvimos que hacer otra parada, ya que la gente tenía ganas de vomitar, y los suministros de bolsas estaban casi agotados, de modo que paramos en Unquera para tomar un poco el aire.

Tras un cuarto de hora de espera, proseguimos el viaje, llegando a nuestro instituto con una hora y cuarto de retraso. Sobre este «pequeño» retraso, se hicieron varias bromas dirigidas al «guía», tales como:
¡Por fin una excursión en la que llegamos sobre la hora!

Trabajo original