Joaquín, alumno del IES Santa Cruz, recoge el testimonio de su abuelo, Francisco Fernández Muñoz, sobre sus recuerdos de la Guerra Civil española.

Cuando empezó la Guerra Civil yo no contaba con más de cinco años y vivía en un pueblo de Soto-Iruz llamado La Regata, junto a mis padres y hermanos.

Nosotros, cuando empezó la guerra, estábamos en casa y sentimos ruido de aviones y disparos. Nos asomábamos a las ventanas de la casa para ver combatir a los aviones enfrente de nuestra casa, en un lugar llamado Vega de Trasvilla, donde se ametrallaban. Se enfrentaban los que venían de Asturias y los que venían por la derecha de Burgos.

Los que venían de Asturias ya venían bombardeando, pero los que venían de Burgos empezaban a bombardear al pasar el monte de Ontaneda, arrasando todo lo que encontraban a su paso. Venían en escuadras de siete u ocho aviones.

Que yo recuerde, en el pueblo cayeron varias bombas en diversas casas, pero me acuerdo de dos perfectamente, una que cayó en el solar de mi casa, que abrió puertas y ventanas, y otra que derribó una casa por completo matando a su dueña al quedar bajo los escombros.

En una finca enfrente de mi casa, en un lugar llamado Los Cuetos, cayeron 12 ó 13 bombas y a la dueña de la cabaña y de la finca la mataron cuando iba a llevar la leche a vender con su burro, iba a la SAM. Todo esto ocurrió a las 19,00 horas, aproximadamente.

Nosotros salimos a asomarnos a la ventana al oír el ruido de los aviones, primero venía uno grande que le llamaban El Abuelón, por su tamaño y el ruido que metía, que sonaba dos o tres veces más que los otros, y luego ya venían las escuadras de siete u ocho aviones, bombardeando.

A 100 metros de mi casa se formó toda la orilla de una finca bastante grande, de camiones militares, que fueron calcinados a los pocos días debido a un incendio que no supimos lo que lo originó al ser de noche.
Cuando esto ocurrió, nos trasladamos a una cueva de La Penilla, pero era muy pequeña y nos trasladaron a la Cueva Piz, en Pando, en la cual ya había unos refugiados. Esta cueva era mucho más grande, estaba rodeada de robles y había que acceder a ella por medio de unas escaleras de tierra, ya que estaba un poco como hundida en el terreno. Allí nos traía la comida nuestra abuela en un burro y dos cuévanos y, cuando había bombardeos, se tiraba al suelo como si estuviera muerta y el burro quedaba paciendo no muy lejos de ella.

Al poco tiempo de estar en la cueva nos mandaron salir diciendo que la guerra ya había terminado, pero no era así y cuando todos estabamos en el prado, fuera de la cueva, nos ametrallaron y nos tuvimos que volver a meter dentro. Allí permanecimos hasta pasar otro día y nos avisaron de que habían sido Las Asturianas que nos habían ametrallado.

En el pueblo de Soto-Iruz, donde ejercía sus labores de párroco, se escondió en el altar mayor de la iglesia con un fusil y unos cuantos peines de balas, cuando escuchaba algún ruido andaba por dentro del Altar, porque ya habían ametrallado una o dos veces todos los altares de la iglesia por si había escondido alguien dentro. El no habló, no chilló, ni dijo nada, logró mantener su vida y cuando acabó la guerra salió por una trampilla que había en la parte superior del Altar. Esta párroco se llamaba Valentín del Moral Narazábal.

 

Trabajo original