Proveniente de una familia de granjeros, James Dean (Indiana, California, 1931) se quedó huérfano de madre a la temprana edad de 8 años, por lo que su padre confió su educación a unos tíos del pequeño, que le animaron a que estudiara, pero abandonó la carrera de Derecho para unirse a un grupo de actores con solo 20 años.
Comenzó con papeles pequeños en películas y varios anuncios publicitarios estando en el Actor’s Studio. Todo cambió el día que fue descubierto por Elia Kazan. A raíz de esto consigue un contrato con la Warner y protagoniza la película de su descubridor Al este del edén.
Su éxito hizo que en ese mismo año rodara dos películas más: Rebelde sin causa, de Nicholas Ray y junto a Natalie Wood, y Gigante, dirigida por George Stevens, estrenada en 1956 y en la que trabaja con dos de los actores más importantes del momento: Elizabeth Taylor y Rock Hudson. Pero no llegaría a verla acabada. James Dean muere el 30 de septiembre de 1955 al volante de su Porsche con sólo 24 años, dejando conmocionada a la sociedad americana y dando paso al mito.
En mi opinión, aparte de su indiscutible talento como actor, James Dean marcó un antes y un después en lo que se considera un sex symbol de Hollywood. Digamos que fue el modelo a seguir para los guapitos de las distintas épocas del cine Robert Reford, Brad Pitt, Leonardo Di Caprio, Matt Damon,…
Era una revelación, un sueño, la encarnación del hombre ideal para miles de adolescentes que aprendían a amar, que veían en él a un príncipe azul de carne y hueso, lejano por ser una creación del cine y, a la vez cercano, por no pertenecer a un cuento.
Eso simboliza James Dean: la adolescencia.