Corría el otoño del año 2267 cuando una pequeña barca a motor se acercó a la solitaria isla de Inner Farne, en la costa Nordeste de Inglaterra. Era uno de los pocos lugares en los que se podían encontrar animales y, debido a la ausencia total de personas, naturaleza. Las gaviotas eran sus habitantes.
El resto del mundo estaba, literalmente, invadido. Vigilado por inmensos edificios y donde casi el único punto verde que se podía encontrar eran los discos de los semáforos. Sin embargo en aquella isla dominaban los árboles y sobre todo, las gaviotas. Esto último era lo que buscaban los tripulantes de la barca, a la que las olas de un mar manchado, aceitoso y contaminado estaban azotando. De hecho cualquier zona a menos de 40 millas de la costa, aproximadamente, carecía absolutamente de peces; sólo se podían encontrar algunos en áreas en pleno océano, donde la polución aún no había llegado.
La frágil embarcación se escoraba y temblaba cada vez que una ola o una ráfaga de viento y lluvia se hacía notar. Los tres tripulantes que en ella viajaban iban abrigados con chubasqueros y congelados; cuando uno de estos golpes de aire sacudía el bote los tres se juntaban y se agarraban fuertemente, intentando evitar el frío. Pudieron atracar la barca en un pequeño entrante, resguardado de la tempestad. Eran tres biólogos belgas, Albert Kleinberg, Johana Fern y Jean Courrier, los que aquel día ascendieron entre los antiguos senderos de los acantilados, hasta lo alto de la isla.
La gaviota tridáctila era el centro de su atención, miles de ejemplares tenían los precipicios cubiertos de nidos y al ver llegar a los visitantes habían echado a volar gritando en señal de alerta. Los científicos se quedaron atónitos ante tal espectáculo y ensordecedor ruido. Entre tanto las aves ya comenzaban a calmarse y posarse de nuevo en sus nidos; entonces el Dr. Kleinberg, un hombre que, aunque mayor y con barba blanca, era alto y robusto, se acercó a uno de los nidos para coger algunos huevos. Inmediatamente, varias gaviotas se le echaron encima picoteándole, auque sin causarle demasiado daño; así y todo había conseguido tres huevos. Aún una gaviota le quiso atacar cuando regresaban a la embarcación con el preciado objeto de estudio, afortunadamente la Dra. Fern pudo golpearla a tiempo, dejando al ave tendido sobre el terreno. La joven bióloga levantó al ave del suelo y lo llevó con ella a la barca.
De vuelta a tierra firme no repararon en el frío, la lluvia, las olas y el viento que les azotaban; tan sólo pensaban en los geniales experimentos y estudios que podrían hacer sobre las gaviotas con el ejemplar y los huevos. Estaban en lo cierto unos meses después escribieron un libro sobre las experiencias con las gaviotas, que tiempo antes habían realizado.
Pero desgraciadamente los tres biólogos cometieron un gran error, una vez hubieron terminado los experimentos, las gaviotas les eran innecesarias, de modo que abrieron la ventana y las dejaron escapar. Otro factor que influyó en el gran desastre que después ocurriría fue la ambición y el egoísmo de muchos empresarios, en especial los de las compañías constructoras. Estos comenzaron a edificar por toda la superficie de la isla de Inner Farne, haciendo así huir a las gaviotas. Mientras tanto los ejemplares que habían sido liberados en la urbe por los científicos, habían anidado en los edificios, como si de acantilados se tratase, y habían puesto huevos y procreado. No obstante estas apenas contaban con algunas decenas y no suponían ningún riesgo, incluso resultaban curiosas. Sin embargo al estar éstas ya asentadas, las gaviotas huidas de la isla anidaron junto a ellas, creando así una colonia.
Poco a poco iban llegando bandadas de gaviotas tridáctilas, que se establecían en todas las repisas de las ventanas, en cada tubería o saliente de una fachada. Todo estaba plagado de nidos, en cuyo interior podían verse huevos moteados y pollitos, que permanecían inmóviles en el nido, por miedo a caer en el abismo. La llegada de las gaviotas asombró a la población, aunque más tarde causarían pavor entre los ciudadanos.
Las gaviotas se reproducían cada vez más rápido, no había ningún depredador que regulara la población de gaviotas. Sus depredadores naturales, el zorro y la corneja, la cual se alimenta de los huevos, todavía no estaban extintos, pero solamente podían verse algunos ejemplares en laboratorios y zoológicos. Así que las aves tenían la posibilidad de expandirse por donde les viniera en gana. Tampoco tenían nada que comer, la isla en la que antes vivían constaba de algunos peces y además existía un vertedero, donde encontraban comida, sin embargo este había sido sellado para poder construir sobre él. Aunque no suponían una amenaza directa para el hombre, las gaviotas tenían necesidad de alimentarse y su fácil adaptación al medio les llevó a robar comida de supermercados y factorías. Enormes bandadas sobrevolaban la ciudad y descendían todas juntas al ver alguna tienda, entraban suscitando involuntariamente terror entre la gente, que chillaba, a la vez que intentaba esconderse.
Pese a ello las gaviotas nunca causaron daño físico a nadie, en cambio saqueaban los alimentos allí donde los hubiera. En aquella época verdaderamente escaseaba la comida, apenas había animales y cultivos, a causa de la contaminación y de la expansión de las ciudades, que habían hecho desaparecer casi todos los campos, que ahora se cubrían de edificios. Si el número de gaviotas seguía creciendo, no habría suficiente comida para todos.
Ante tan tremendo problema el gobierno británico encargó a sus científicos algún proyecto para solucionarlo. El comité biológico del Estado estaba dirigido por el Dr. Foulton, quien tenía a cargo unos quince trabajadores. No obstante ni Foulton ni ninguno de sus operarios eran biólogos, eran físicos, químicos e informáticos en su mayoría. A pesar de esto, el gobierno no estaba dispuesto a gastarse nada de dinero extra en pagar el trabajo de un equipo de biólogos, como habían solicitado los doctores Kleinberg, Fern y Courrier. Aunque no se les concedió el proyecto, los tres biólogos trabajaron para encontrar un arreglo al conflicto que ellos mismos habían originado.
Al cabo de unos meses el equipo de Foulton presentó una idea, que fue aceptada por el gobierno. Se proponía distribuir por toda la ciudad gran cantidad de zorros y cornejas, para que acabaran con las gaviotas. Solamente un ministro no estuvo de acuerdo con aquel proyecto, Ben Murray. Expresó su disconformidad con el plan de Foulton, alegando que era una locura, pero no se le hizo caso.
Entre tanto los científicos belgas también habían desarrollado otro diseño y al enterarse de lo que el gobierno se proponía, quisieron exponer su idea; pero el Estado era totalmente negativo ante cualquier otro proyecto y no les escucharon. Lo que el equipo del Dr. Kleinberg proponía era crear un hábitat artificial para las gaviotas tridáctilas. Pretendían utilizar una pequeña isla deshabitada, en medio del Pacífico Norte, para llevar allí zorros y cornejas; en cuanto a la comida, esta isla está lo suficientemente alejada de la costa, como para que la contaminación haya dejado vivir a los peces. Después las gaviotas serían atraídas hasta allí. El único problema que se presentaba era que los zorros estaban casi extintos y los únicos ejemplares eran parte de un zoológico estatal. A partir de ellos Foulton estaba reproduciendo artificialmente zorros, en un laboratorio, para así acelerar el crecimiento de población de los mismos.
Al tiempo que Kleinberg, Fern y Courrier intentaban hacerse oír y demostrar que acabaría por haber una plaga de zorros en la ciudad. Afortunadamente los tres biólogos pudieron hablar con Ben Murray, este les ofreció su ayuda y les mostró todo su apoyo. Entre los cuatro decidieron que la única vía de detener la catástrofe que Foulton iba a desencadenar era sabotear su plan.
Con la inestimable ayuda del ministro Murray, los biólogos pudieron entrar a escondidas en la nave industrial donde Foulton tenía su laboratorio. Era un edificio construido a partir de placas metálicas, de forma semicircular a dos alturas carecía de ventanas y sólo tenía una puerta, custodiada por dos militares. Las paredes estaban desgastadas y se habían oxidado, en el exterior había aparcado un automóvil del ejercito, junto a la verja de seguridad que rodeaba el reducido terreno. El coche del ministro Murray paró frente a la entrada, de él se apearon el mismo ministro, Fern y Courrier, mientras que Kleinberg se quedaba al volante. Uno de los centinelas dio un pasó al frente al ver a los intrusos, pero pronto no solo se tranquilizó al reconocer a Ben Murray, sino que también abrió la puerta al paso de los tres visitantes; e incluso quiso acompañarles al interior del laboratorio, sin embargo la voz fría y seca de Ben Murray diciendo: «Retírese, por favor«, le hizo regresar a la entrada de la nave. Sobre una enorme mesa podían verse varias probetas, con embriones de zorro en el interior. Courrier y Fern colocaron cuidadosamente estas probetas en un maletín e inmediatamente salieron del laboratorio, ante la pasiva mirada de los militares, y se introdujeron los tres en el coche del ministro.
Sólo pasó un día antes de que Foulton se enterara de que las probetas habían desaparecido y alertara al ejercito, que se dedicó a buscar a Murray, Kleinberg y sus compañeros por toda la ciudad. Afortunadamente Ben Murray ya había conseguido previamente un avión y un piloto de las Fuerzas Aéreas; y todos volaban con los zorros en dirección a la isla del Pacífico. En la cola del avión iba colgando una gigantesca red llena de comida, sobre todo pescado, que debería atraer a las gaviotas de toda la ciudad. En un principio nadie iba detrás del avión, pero repentinamente varios helicópteros del ejército aparecieron de entre la nube de polución que cubría la ciudad. Intentaban hacer parar al avión. Cada vez se acercaban más y más. Al ver que los biólogos no reaccionaban los militares comenzaron a disparar, aunque sin llegar a herir a nadie. Los helicópteros iban justo detrás de la aeronave de los científicos, parecía que ya todo estaba perdido.
De repente una gran nube blanca surgió en la lejanía, a medida que se iba avecinando era más grande, y poco a poco se fueron distinguiendo millones de gaviotas tridáctilas que se acercaban motivadas por la red de comida, que iba desequilibrando el aparato de Kleinberg y sus colegas. Justo en el momento en que los helicópteros se arrimaron al avión, las gaviotas avanzaron velozmente. Y de pronto un ensordecedor ruido ronco y brusco se oyó, a la vez que el estridente chillido de miles de gaviotas. Gran cantidad de las gaviotas que seguían el alimento habían sido atrapadas por las hélices de los helicópteros militares, haciéndoles así caer en picado sobre el océano.
De este modo fueron llevadas las gaviotas hasta la isla donde se liberaron también cornejas y los zorros que habían sido procreados artificialmente. La población de zorros también sería controlada en la isla.
Unos días después Kleinberg, Fern, Courrier y Murray regresaron a la ciudad, allí no solo no fueron condenados, sino que fueron recompensados y a partir de aquel momento los tres biólogos pasaron a formar parte del gabinete científico del Estado.