Francia e Italia’98, una crónica de un viaje de fin de curso irrepetible de los alumnos de 3º de BUP. El día 19 de febrero de 1998 salieron hacia Italia 98 alumnos del Instituto de Bachillerato de El Astillero, a las 20,30 horas aproximadamente. Ninguno de estos alumnos podía imaginar que este iba a ser el viaje de sus vidas.

ALERTA ROJA EN ITALIA

Contentos y felices subieron a los autobuses después de despedirse de sus progenitores. Una vez se alejó el autobús del alcance visual paterno, la fiesta comenzó en el mismo. Canciones, chistes, alegría, risa y bailoteo inundaron el ambiente viajero del alumnado. Los profesores se sumaron a la fiesta: María Llanos, Guillermo, Carmen y Vicky. No sabían la que se les venía encima.
Risueños y despreocupados, los alumnos percibieron en el aire que el mal se acercaba a ellos: «Paco, el Cabreao» ascendió por las escaleras y con su potente voz de camionero les acongojó para los siguientes diez kilómetros.
Tuvieron que cruzar Bilbao para llegar a Francia, hicieron noche en ruta y se divirtieron despertando a algunos de los camioneros que se encontraban durmiendo en las estaciones de servicio donde paraban.
A la mañana siguiente, sorprendentemente, el autobús estaba en completo silencio. No era por temor a «Paco Paquito», no, sino por el sueño acumulado tras pasar la noche en vela por el vozarrón del mismo.
Horas más tarde, el peligro pasó de la península a Francia, cuando los alumnos cruzaron la primera de las dos fronteras que debían atravesar. Mientras tanto, la gente se dedicaba a contar túneles o los famosos puestos de peaje de los que acabaron hasta el gorro.
Por fin llegaron a Niza (Francia), donde esperaban con ilusión el poder llegar al hotel donde descansar y darse una ducha. Lo malo de las duchas era que no tenían cortinas y, si no querían mojar el suelo, tenían que ducharse sentados.
Después de tan refrescante baño, los alumnos sólo tuvieron que cruzar una carretera para llegar a una enorme superficie comercial donde investigar y hacer sus compras.
Olas de alumnos entraron en él y, al minuto, volvieron a salir tal y como habían entrado: los elevados precios eran aterradores. Algunos alumnos se pedían ayuda entre sí para sacarse el cuchillo de las espaldas.
Pasaron un par de horas y: ¡al bocadillo! Las papeleras y el inodoro del hotel se llenaron en menos de 5 minutos.
Tumbados en la cama y con la mirada fija puesta en la tele, unos veían con deleite Euro Sport y otros…
Esa noche partieron hacia la ciudad de Niza (pues el hotel se hallaba en las afueras), donde pudieron destrozar algunas de sus hermosas fuentes, montarse en una noria francesa o montárselo con una francesa (o francés en el caso de las chicas). Algunos franceses les llamaron al instante españoles ruidosos sólo porque estaban cantando y bailando a las 3 de la mañana a plena voz, algo insólito.

Noche de calma en Francia. La única, por decirlo de algún modo, en todo el viaje. Al día siguiente partieron hacia Florencia, no sin antes pagar los primeros desperfectos en el hotel; y no sin parar por el camino en las famosas estaciones de servicio y sin dejar de despertar a los camioneros. Esta vez iban con «Paco er Güeno», que les consideraba sus «pequeñas diabluras».

Llegaron a Pisa y visitaron algunos de los museos y tiendas del lugar, donde unos famosos muñecos de harina se harían famosos más tarde en el autobús. ¡Dios mío! ¡Aquello estaba plagado de extranjeros! Las autoridades italianas advirtieron de que la famosa torre del lugar se había inclinado unos 25º más.

Ya en Florencia, llegaron al «hotel» (si se le puede llamar así), donde si querían ducharse lo tenían cómodo: las bañeras tenían asiento, pero no cortinas.
Esa noche comenzaron a volver locos a los desafortunados conductores de autobús para desplazarse de las afueras de Florencia, donde estaba sito el hotel, hasta el centro de la ciudad, no sin antes haber sido estafados por los vendedores de los tickets para este. Sin embargo, más tarde se vengaron de ellos, usando los tres días que pasaron en Florencia el mismo ticket. Resultó curioso comprobar cómo en un autobús de capacidad para cuarenta personas entraban como en una lata de sardinas los ciento dos astillerenses y algún que otro florentino.

En los tres días que estuvieron en Florencia (sábado, domingo y lunes) volvieron locos a media Florencia:
*Asaltaron la cúpula de la catedral;
*la plaza de Miguel Ángel perdió su esplendor;
*la galería de los Ufizi sigue preparando facturas;
*el Puente Vechio perdió su iluminación;
*y el palacio Pitti tuvo que ser definitivamente derribado.
*y por último, los seguidores de la Florentina perdieron todo gusto por el fútbol.

Esta es la crónica de uno de nuestros intrépidos reporteros, enviado especial, que subió a la cúpula del duomo.

De visita cultural

Estás en Florencia, delante de la Catedral, y ves al fondo una pedazo cúpula «que te cagas» de lo grande y lo alta que es. Entonces ves un cartel que dice: CÚPULA y sigues la flecha porque te han entrado ganas de ver esa cosa por dentro.
Llegas a la taquilla y ves en el letrero que la entrada cuesta 10.000 liras. ¡Casi mil pelas! Además, el carnet internacional de estudiante no te sirve de nada: no te hacen ninguna rebaja.
Así todo decides entrar porque, ya que has venido hasta Italia y tienes dinero para gastar en estas cosas, ¡qué menos que ver todo lo posible!
Pasas la taquilla y todo cambia. Dejas de estar entre la decoración abundante y lujosa y de materiales carísimos, esa decoración típica de las iglesias y catedrales, que están llenas de imágenes de santos y de retablos, añadiendo a todo esto los numerosos frescos que esta en concreto posee, y todo cambia: entras en unas estrechísimas escaleras de forma de caracol por donde sólo se pueden cruzar dos personas si pasan de perfil, todo se vuelve lúgubre y ancestral; allí no hay nada: sólo tú y unas escaleras y paredes construidas hace cinco siglos. Ni siquiera hay esos teléfonos con línea directa para hablar con el Papa. ¿O eran para escuchar la explicación de los cuadros? No me acuerdo.
Empiezas a subir por las escaleras que parecen no terminarse nunca. Casi no hay luz. Hay mucha humedad.
Estás aislado del mundo y no puedes dar marcha atrás.
Sigues subiendo y ¿quién te puede decir que no has retrocedido quinientos años y que cuando bajes de la cúpula no te vas a encontrar con Donatello pintando un fresco en la catedral?
Total, que estás inmerso en otro mundo mientras subes entre dos paredes de grandes piedras. Entonces llegas al interior de la cúpula y despiertas de tu fantasía.
Allí hay gente con cámaras y otros aparatos que en tu mundo imaginario ni siquiera se han inventado todavía. Además, unos grandes cristales te impiden asomarte a la barandilla (sin comentarios).
Pero tu mundo vuelve cuando sigues subiendo hacia el exterior de la cúpula. Incluso se hace más real, porque ahora es todo mucho más tenebroso y rudimentario, más estrecho y húmedo que antes.
Cuando llegas arriba, ha merecido la pena, porque se ve todo, y tu mundo está ahí, porque Florencia vista desde arriba no desvela su edad.
Todos los tejados son de teja y ningún edificio sobresale sobre los demás, estás entre montañas y hay bosques alrededor.
Luego, bajas, bromeas un rato con el Papa por teléfono, «coges prestadas» un par de velas de recuerdo y te vas.

… continúa el viaje

Lo peor de todo el viaje fue cuando llegaron el lunes (en realidad entrada ya la madrugada del martes) a las afueras de las afueras de las afueras de Roma…
El hotel se llamaba algo así como Rouge et Noir o Blanc et Noir o Noir et Bleu o Noir et coloré, no venía en ningún mapa de Roma. Estaba a 70 km de la city: en las afueras de Nápoles. ¡Vamos! Menuda montaron.

*Los Museos Vaticanos siguen jugando a buscar a Wally con sus obras más valiosas.
*Misteriosamente, el techo de la Capilla Sixtina fue encalado en su totalidad.
*El Papa, que fue el más afectado, ya cantaba y bailaba hasta la Macarena pese a su delicado estado de salud.
*Y las pobres Piazza y Basílica de San Pietro; cómo quedaron… ¡Irreconocibles!
El Papa decidió no pronunciar el discurso de los miércoles por lo mal que se encontraba él, y la Plaza.

Con lo que mejor se dice que lo pasaron los alumnos fue con la visita a las Catacumbas de San Calixto, donde conocieron a un simpático individuo que solamente sabía contar hasta siete, pasando por el tres y por el cuatro (tres número divino, cuatro número bíblico, uno…, dos…, tres…, siete, número bíblico).

Cuando llegaron a la Plaza de España dieron definitivamente valor a su nombre. La plaza se llenó de jolgorio, sevillanas, juergas, canciones y otro tipo de «cancioncillas»…
El paso por la Fontana de Trevi (que habitualmente suele estar llena de las monedas de aquellas personas que piden sus deseos) hizo que esta se quedara casi sin agua.
El Foro y el Coliseo, que estaban en obras, no se libraron de estos intrépidos aventureros. No era de extrañar que alguno de ellos fuese arrojado a los leones.
Después de dejar al Moisés de Miguel Ángel peor que un puzzle, el Panteón sin techo y la Piazza Navona sin Piazza, partieron hacia Carcassone (La France).
Carcassone fue el único lugar visitado que se salvó de la quema, principalmente porque los alumnos estaban cansados de sus anteriores fechorías, porque sólo era una noche y porque, además, algunos tenían discoteca.

Un pueblo pequeño, en el que sobre todo reinaba (y digo reinaba) el aspecto llamativo de su castillo y fortaleza.

El día 28 de febrero llegaron a Astillero estos individuos que contagiaron Italia y Francia con su alegría, y que llenaron el instituto de una larga lista de facturas que hoy en día están sin pagar. Pero esa es otra historia…

Trabajo original