El instituto Las Llamas de Santander ha fallado recientemente los premios del certamen literario que convoca cada curso escolar. Este concurso tiene dos modalidades: narrativa y poesía y cada una de ellas está dividida en dos: alumnos de secundaria y de bachillerato. En este número reproducimos los trabajos que consiguieron un accésit en cada una de las categorías.
NARRATIVA. NIVEL-I (ESO)
ERA UN DÍA DE INVIERNO
Roberto Calderón de Vega, alumno de 2º B ESO
«Era un día de invierno como otro cualquiera. Tan frío y gris que apenas se podía vislumbrar el sol. Yo estaba tumbado en mi cama, pensando en cómo me podría divertir en un día tan gélido y aburrido. No se me ocurría nada, así que les pregunté a mis padres qué podría hacer.
– ¡Ay hijo!- contestó mi madre malhumorada- ¿Por qué no haces como tu hermano y lees un libro? Carlos, esta iniciativa seguro que te gustará más que jugar a esos absurdos videojuegos.
– ¡Ni lo sueñes, mejor salgo a la calle para quedar con algún chaval! – contesté muy enfadado.
Hice lo que le dije a mi madre y con mucho orgullo en mi interior me vestí, cogí el primer paraguas que vi en el paragüero, y salí a la calle pensando en lo que me había dicho mi madre sobre la lectura, hasta que me di cuenta de que hacía un frío espantoso y por eso mismo antes no quería salir.
– ¡Se me había olvidado el tiempo que hacía, pero ahora no me puedo echar atrás, ya que la sabionda de mi madre tendría razón y no lo puedo permitir!
Así que no tuve más remedio, si no quería perder mi orgullo, que ir por las desoladas calles en busca de alguien que me hiciera compañía. Poco a poco, me iba poniendo triste, ya que en todas las calles que recorría encontraba lo mismo: desolación, oscuridad.
Convencido de que encontraría alguien con quien charlar, me fui adentrando por callejas que no conocía, hasta que me di cuenta que estúpidamente me había perdido.
Me empecé a poner muy nervioso, en parte porque mi plan de encontrarme con alguien había fracasado y sentía frío por todo mi cuerpo. Pensé en resguardarme en algún establecimiento; para encontrarlo tuve que recorrer unas cuantas calles y un par de avenidas.
– ¡Bueno, por fin he encontrado un sitio donde guarecerme! Me llevé una sorpresa no muy grata al leer el rótulo del establecimiento: BIBLIOTECA. Me quedé de piedra, ya que justo por no querer leer en casa había salido, pero prefería entrar a quedarme fuera con una tormenta avecinándose.
Era la primera vez que entraba en una biblioteca, por lo tanto no sabía cómo estaba organizada ni cómo se guardaban los libros, si se devolvían, si se podía hablar… me estaba empezando a picar la curiosidad, así que entré sin más dilación con un poco de nerviosismo.
– ¡Hola, buenos días! – dije esperando que alguien me contestara.
– Buenos días a ti también- contestó un señor que estaba ordenando unos libros en una estantería- Tu cara no me suena, no debes de haber venido nunca. ¿Verdad que tengo razón?
– Sí señor- contesté con aire extrañado, mientras guardaba el paraguas en el paragüero.
– ¿A qué has venido, joven? ¿Acaso te interesa leer un libro? Porque tengo muchos y te aseguro que te van a gustar.
– Es que… yo…- no podía decirle a ese hombre que sólo quería resguardarme en su local, ya que leía en su rostro que era un hombre muy solitario al que nunca nadie visitaba.
– Sí, sé lo que vas a decir, no quieres ningún libro… eres igual que todos los demás, ya pocos quieren leer, y ninguno de ellos en mi biblioteca… ¡maldita la hora en que avanzó la tecnología en el mundo!, ya nadie se esfuerza en hacer nada, sois una panda de vagos que lo único que hacéis es faltar al respeto a los demás, burlaros, pegar por diversión… mientras que los que leen y aman la lectura aprenden conceptos ya olvidados como la amistad, el amor, la poesía.
– Bu… bueno, cogeré algún libro de aquella estantería.
Con un poco de miedo me acerqué a la estantería que había señalado y me puse a mirar libros sin mucho interés.
– ¡Eh, este parece divertido, por lo menos la portada!- dije con asombro pensando que quizá mi madre tuviera razón.
– Pues llévatelo, te lo regalo.
– Muchas gracias, ya me tengo que ir pero le prometo que lo leeré.
– Adiós muchacho, y vuelve por aquí, ¿entendido?
– Sí, señor- fue lo que le contesté mientras cogía el paraguas y salía del local.
Al abandonar la biblioteca me di cuenta de que había dejado de llover y lucía un sol radiante, por lo que pensé en ir leyendo mi primer libro- y el último pensaba yo- por el camino, sin saber si llegaría por las estrechas callejuelas a mi casa.
Después de un par de horas, con unas cuarenta y tantas hojas leídas, sin saber cómo, llegué a mi casa. Sin esperar un segundo, me senté en la cama para seguir leyendo. Las páginas leídas habían resultado divertidas e intrigantes.
Pasó el tiempo, se puso el sol, yo seguía leyendo.
Transcurridos unos días terminé la novela, por lo que decidí volver a la biblioteca a buscar otra, eso sí, esta vez intentaría no perderme por el camino.
Pasaron los meses, y cada día que pasaba sentía que los libros me gustaban más; frecuentaba la biblioteca con frecuencia. Ya había leído relatos de terror, amor, aventura… ya no necesitaba los videojuegos, había algo que me divertía más: la lectura.»
– Ha pasado mucho tiempo de esto que te he contado, hijo mío.
– Sí, me lo imagino, papá, pero ¿por qué me lo cuentas ahora?
– Ya sabes que soy muy mayor y que dentro de pronto moriré inevitablemente en este hospital, ya que los médicos no pueden hacer nada para luchar contra el tiempo, así que quería contarte mi secreto: para ser una persona lista y bondadosa hay que leer. No quiero que repitas mi error.
– ¿Y cuál fue tu error?
– Abandonar mis preciados libros. Fui un estúpido al mudarme de lugar y alejarme de los libros, de la biblioteca y del bibliotecario. Por ello he llevado una vida vacía de ilusiones, pensamientos sublimes, experiencias únicas que estaban en los libros. ¡Hazme caso y no cometas mi error, acércate a los libros!
Un día me llevaron mis recuerdos y mis inclinaciones a visitar la calle en la que los había conocido. Busqué con afán la casa que habitaron, pero no di con ella. Por supuesto estoy hablando de los libros de la biblioteca a los que tanto aprecio tenía.
Estaba muy nervioso, puesto que me quedaban muy pocos días de vida y quería por todos los medios encontrarla, pero no lo conseguí. No pude hacer más; habían pasado ochenta y dos años desde mi primer contacto con la biblioteca, mi mente ya no funcionaba correctamente. Volví a mi cama del hospital, a llorar por una vida desperdiciada, por un mundo que me había hecho infeliz y en el que no quería seguir a mis noventa y dos años.
Poco me quedaba de vida, no sabía si iría al cielo o al infierno. Mi mujer me decía:
– No pienses eso, Carlos, no lo pienses.
POESÍA NIVEL-I
SER FELIZ Y HACERSE GRANDE
Begoña Gómez Hoyal 2º-C
“Cuando hay en la tierra tantos hombres que sufren
ser feliz da vergüenza,
pero yo lo soy, casi sin querer”
G. Celaya
Aprecio las pequeñas alegrías
y eso me hace grande,
grande en vida y amor.
Me acecha un umbral de esperanza,
esperanza de felicidad.
Felicidad que todos deberían tener.
Hombres que hacen una guerra de la vida
tendrían que ver más allá de la metralla.
Ver las pequeñas cosas, para así,
dentro de sí, hacerlas grandes.
NARRATIVA. NIVEL II (Bachillerato)
DÉJÀ VU
Juan Alonso Pérez 2º C Bachillerato
Era una fría noche de invierno. El bosque estaba iluminado por la luna llena y las sombras de los árboles proyectadas en el suelo danzaban delicadamente al ritmo del leve silbido del viento.
No era un lugar demasiado acogedor, y a nadie se le ocurriría vagar por él de noche y menos aún en solitario. No obstante, un hombre yacía inconsciente a los pies de un enorme árbol viejo y deshojado.
Tendría unos treinta y pocos años y, a pesar de lo magullada que estaba su cara, se podía ver que era un chico bastante atractivo. Iba vestido de traje, pero lo tenía sucio y rasgado, parecía que lo hubiese llevado puesto durante días. No cabía duda de que aquel hombre había recibido una terrible paliza.
De pronto, abrió los ojos bruscamente como si se hubiese despertado de un mal sueño. Poco a poco, fue volviendo en sí. Maquinalmente, y no sin dificultades, se incorporó, y también maquinalmente se llevó las manos a la cabeza, porque en su nueva postura se le desvanecía algo. Al retirarlas después, las vio teñidas de sangre. El corazón le latía muy deprisa y tenía dificultades para respirar. Su cuerpo estaba cubierto por un sudor frío que le pegaba la ropa a su piel y su cara reflejaba miedo, pero sobre todo, confusión. No recordaba nada de lo que había hecho aquel día, no entendía qué hacía allí. La cabeza le sangraba preocupantemente. Con cuidado, acercó su mano izquierda a la brecha, pero tuvo que retirarla rápidamente pues el dolor era insoportable.
Intentó recordar, cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia delante, apretaba los dientes fuertemente debido al dolor, pero también debido al gran esfuerzo que hacía por rememorar lo ocurrido, tenía una vaga idea.
Lo último que Rubén recordaba es que había viajado de vuelta a su pueblo natal, Cabezón de la Sal, en una búsqueda por recuperar la vida dejada allí cinco años atrás. En realidad siempre fue muy feliz en el pueblo, pero cuando un estudio de arquitectos de Barcelona le llamó y le comunicó sus deseos de trabajar con él, la oferta fue irrechazable; no lo dudó y se marchó.
Atrás dejó a su padre y a sus inseparables amigos. Tenía un buen sueldo y eso le bastaba, al menos al principio. Muy pronto compró una bonita casa a las afueras de la ciudad, un coche. Al año de estar allí la conoció. Laura era una atractiva abogada, enseguida se enamoraron, y a los dos meses de conocerse ya se habían casado. Dos años más tarde tuvieron su segundo hijo, todo iba sobre ruedas.
Sin embargo, la felicidad duró poco; a Laura no le iba bien en el trabajo y ella sola no podía cuidar a los niños. Rubén no paraba en casa, apenas dormía y empezaba a abusar peligrosamente de la bebida. Se compró un pequeño pero lujoso apartamento donde organizaba fiestas y llevaba amiguitas. Otras noches se las pasaba enteras en el casino jugando interminables partidas de póker. Tenía un gran problema con el juego: nunca ganaba. Pronto empezó a deber mucho dinero a gente peligrosa.
Una noche, cuando volvía del casino, encontró en casa una nota de Laura: se había ido con los niños a casa de sus padres y quería el divorcio. A Rubén le importaba más el dinero perdido aquella noche que la situación familiar. Sólo tenía dos opciones: podía dar la cara e intentar saldar la deuda entregando su casa, aunque sabía que no era suficiente y probablemente le partieran las piernas, (con suerte sólo eso) o podía volver al pueblo y seguir con la vida que dejó atrás. Sin dudarlo, y sin hacer siquiera la maleta, Rubén viajó de vuelta a Cabezón esa misma noche. Cabía la posibilidad de que le encontrasen allí, pero esta era muy remota.
A partir de ese momento, Rubén no recordaba nada más. Miró a su alrededor, conocía ese lugar, era el bosque en el que había pasado la mayoría de las tardes de verano de su infancia. Nacho, Quique y Rubén solían ir allí. Tenían una casita de madera encima de un árbol de fuertes ramas, cerca de la orilla del río, donde se bañaban y pescaban truchas. El lugar no les quedaba lejos de casa, a un cuarto de hora en bici, pero Rubén tenía prohibido ir allí. Su padre era muy protector, demasiado. Intentaba asustarle diciéndole que había lobos y animales peligrosos, aunque Rubén sabía perfectamente que no era así. Y cuando, después de comer, su padre se marchaba a la fábrica a trabajar, los tres amigos se reunían en la puerta de la iglesia e iban a la cabaña. Rubén no recordaba en qué momento dejaron de ir, pensaba que cuando se empezaron a interesar por las chicas, pero no estaba seguro.
Ahora no debía estar lejos del lugar de la cabaña, aquellos árboles le sonaban pero hacía mucho tiempo que no volvía por allí. Se puso en pie con dificultad y permaneció quieto. Fue entonces cuando oyó las aguas del río. Recordó que pasaba cerca de la carretera. Guiándose por el oído comenzó a andar lentamente, pues tenía el cuerpo muy dolorido. Cuando llegó a la carretera se dirigió a Cabezón.
En realidad no sabía muy bien dónde ir. No se atrevía a aparecer, después de cinco años sin dar signos de vida, en su casa o en la de sus amigos y menos con ese aspecto. Pensó que debería ir al hospital, pero estaba muy lejos y no se veía con tantas fuerzas. Decidió entonces ir a casa de Nacho; estaba a unos cuarenta y cinco minutos andando, aún así estaba más cerca que su casa o la de Quique. Sentía vergüenza por los cinco años transcurridos, pero sus amigos comprenderían su marcha.
No llevaba ni diez minutos andando cuando las luces de un coche que venía de frente le iluminaron. El coche frenó. De él bajó un hombre joven, alto y con aspecto preocupado. Rubén no se lo podía creer. Nacho le miraba atónito, pero de pronto dijo algo que le sorprendió enormemente:
– ¡Por fin apareces! Estábamos preocupados y… – Nacho reparó entonces en el aspecto de su amigo- pero ¿qué te ha pasado, tío?
Rubén estaba sin palabras; no recordaba qué había hecho desde que dejó Barcelona, pero contaba con que no había visto aún a sus amigos. Tras unos segundos en silencio, habló:
– No lo sé. No recuerdo nada. Me he despertado en el bosque magullado y no sé cómo… no recuerdo haber estado contigo… no recuerdo nada desde que salí de Barcelona. Han debido ser ellos… debieron averiguar…
– Espera, espera- le interrumpió Nacho- ¿Barcelona? ¿Ellos? Tío, ayer te cogiste un buen pedo, pero no sabía que tanto- Nacho rió – ¡Menuda resaca!, ¡ya verás cuando se lo cuente a Quique! ¡Ja, ja, ja! Anda sube al coche.
Rubén estaba muy confuso, no entendía nada. ¿Era posible que fuese eso? ¿que simplemente se hubiese emborrachado y que le hubiesen pegado tal paliza? ¿que se hubiese inventado cinco años de su vida? No, definitivamente su amigo debía de estar vacilándole.
– ¿Estás de coña, no?- preguntó Rubén.
– Tío, estás empezando a asustarme- dijo Nacho que ya no mostraba ningún signo de diversión- Anda sube al coche, te llevo al hospital. Tienes un aspecto que da pena. Te dije ayer que dejases en paz a aquella chica, que tenía novio y con malas pulgas, pero tú, como siempre. A saber qué hiciste para que te dejasen así. No debí dejarte solo, perdona. ¿Quieres subir de una vez?
Rubén no se movía, estaba muy asustado, se empezó a marear, todo lo veía borroso. Se desmayó.
Cuando abrió los ojos aún estaba aturdido. Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba en el coche de Nacho, éste conducía.
– ¡Joder, tío! ¡No vuelvas a desmayarte, casi me matas de un infarto! ¿Me oyes? Te llevo al hospital ahora mismo ¡Joder, joder, joder!
Rubén seguía mareado y confuso. Se sentía muy débil.
– Tío… creo que voy a vomitar…
– ¡No jodas! ¡En el coche no, tío, en el coche no! ¡Espera, toma, creo que tengo una bolsa en la guantera.
Nacho se agachó a coger la bolsa, estaba muy nervioso.
– ¡Cuidado!- gritó Rubén.
Pero era demasiado tarde, Nacho se había cambiado de carril sin querer, un camión les venía de frente, no había tiempo para esquivarlo. Nacho giró bruscamente el volante, demasiado tarde para esquivarlo. El camión tocó el claxon, chocaron. Rubén sabía que ese era el fin, pero…
De pronto se despertó. ¿Lo había soñado todo? No era posible, no se podía tener un sueño tan real. Se incorporó y maquinalmente se llevó las manos a la cabeza, porque en su nueva postura se le desvanecía algo. Al retirarlas después, las vio teñidas de sangre. Rubén no sabía cómo había llegado allí, y no recordaba lo que había hecho ese día, sin embargo tenía una extraña sensación de deja vu.
POESÍA. NIVEL II
Y ABANDONÉ LA VIDA
Sara Nogales, 2ºB Bachillerato
“Y la vida es misterio, la luz ciega,
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
y el secreto ideal duerme en la sombra”
Rubén Darío
Y la vida, pecado de un beso,
que no se encuentra en el alma.
Es una despedida incierta,
un juego de dos mentiras
que se aman.
Y la vida, inalcanzable eternidad,
es un sueño y una dulce lucha
por despertar, y sentir la soledad
y buscar el silencio de un nombre
para suspirar.
Y la vida, invierno y otoño,
es el frío recuerdo del calor y
la permanente ausencia del sentimiento
donde nunca ha existido el sonido
ni el amor.
Y la vida susurros de verdad,
nunca descansa, ni se eleva,
ni siquiera vive, sólo acaricia el aire
y duerme para siempre
bajo el profundo mar.
Y la vida, preguntas sin respuesta:
¿Cuándo las estrellas se convirtieron
en recuerdos y los recuerdos
se desvanecieron en nada?
Y la vida parpadeo oceánico,
lo infinito en su reflejo se muestra,
e ignorando la brevedad con la que los amaneceres
se persiguen ansiamos siempre saber:
¿Acaso la felicidad me está esperando mañana?
pero nuestro destino se había escrito ayer.
Y la muerte, mientras la vida espera
sonríe en la tumba, donde muere el beso.
Quizás en ese beso…
… abandoné la vida yo