Una vez terminado el conflicto en Afganistán parece que todos los problemas han concluido. Sin embargo, el país se enfrenta ahora al grave problema de las minas antipersonales que reflejan la huella del dolor y de la muerte que no terminan cuando acaba la batalla. Numerosas organizaciones están luchando contra ellas para garantizar la seguridad de la población, sin embargo, se necesita un gran desembolso económico, pues son muchas las zonas afectadas por la colocación de estos explosivos.
La existencia de minas terrestres o minas antipersonales, constituyen una de las crisis más grandes en el ámbito mundial, tal como lo es el SIDA u otras epidemias. Cerca de 110 millones de minas están enterradas en más de 70 países, causando 24 mil muertes y heridos por año, la gran mayoría mujeres y niños. Cada 20 minutos alguien es herido por una de estas armas, responsable de 250.000 víctimas, teniendo en cuenta que en los últimos 50 años han causado más muertos y heridos que las armas atómicas y químicas del mundo en conjunto.
En primera instancia las minas antipersonales fueron utilizadas como un medio de protección a las minas antitanques, posteriormente pasaron a ser armas de ataque propiamente letal, siendo su uso ofensivo, tanto en los conflictos internacionales como internos. Como armas ofensivas están destinadas a mutilar el enemigo y también han sido usadas para inhabilitar extensiones de terreno, que son la fuente de abastecimiento tanto de tropas enemigas, como de la población civil.
Desde un punto de vista defensivo, las minas antipersonales se han utilizado como estrategia para garantizar la defensa nacional de los Estados, cumpliendo de este modo, con el rol de la seguridad en sus propios países.
Afganistán es uno de los países del mundo más afectado por las minas y municiones sin estallar (MUSE). Dado que miles de afganos huyen, según se ha comunicado, de las zonas urbanas al campo o hacia las fronteras del país, preocupa al CICR que esto pueda tener como consecuencia un incremento del número de víctimas de las minas.
Según las estimaciones de los grupos e vigilancia, de 150 a 300 afganos mueren o quedan lisiados cada mes a causa de explosivos, entre ellos minas contracarro y contrapersonal, y de munición sin explotar (UXO), como granadas y obuses. Cerca del 20% de las personas atendidas en los hospitales afganos son niños.
Empleadas en múltiples conflictos bélicos desde la segunda guerra mundial, las minas terrestres continúan sembrando el terror; las que quedaron en los campos minados de Egipto siguen lesionando a los Beduinos. El año pasado, los explosivos mataron o mutilaron de 15.000 a 20.000 personas en 70 países, la mayoría rurales.
Después de 23 años de guerra, Afganistán es probablemente el país más afectado del mundo por las minas. El programa de acción contra las minas en Afganistán se dedica a desactivar minas, señalar las áreas minadas y enseñar a los civiles a ser cautos.
Uno de los métodos utilizados consiste en emplear perros adiestrados para detectar minas; cuando un perro olfatea un explosivo, se sienta y espera a su acompañante. Otros afganos utilizan bulldozers y grúas para limpiar los campos de minas.
Existen muchos tipos de minas. La mina más corriente en Afganistán es la llamada mina antipersonal, tamaño de una lata de atún y fabricada para explotar a consecuencia de la presencia, la proximidad o el contacto de unas personas, dejándolas muertas o incapacitadas. Hay otra que estalla a la altura de la cintura, arrojando, metralla de acero. Estas minas se componen de 10 a 250 gramos de explosivo, bastando la presión de 5 a 50 kilos para ser detonada, son compuestas de TNT, plástico y pequeñas cantidades de metal, tornándose más difíciles de ser localizadas.
Durante la invasión de Afganistán los soviéticos sembraron de minas mariposa vastos territorios, a menudo lanzadas desde helicópteros. Unas alas de plástico facilitaban su descenso. Rusia es otro de los países desgarrados por la guerra, concretamente en Chechenia, donde se siguen usando minas. Pero hoy son más las minas que se desactivan en el mundo que las que se colocan, y las cifras de víctimas están descendiendo lentamente. En Afganistán se han limpiado de minas y munición sin explotar un total de 224 Km. cuadrados de carreteras, ciudades y aldeas, y 321 Km. cuadrados de campos de batalla. Pero librar definitivamente al país de los explosivos costará al menos otros 10 años y casi 600 millones.