Relato de la misionera navarra Benita Prat, una religiosa de la Compañía de María que vive y trabaja en Albania desde hace cuatro años, a 150 kilómetros de la guerra, y es testigo del drama de los refugiados kosovares.

Benita Prat Aguirre siente que los días amanecen silenciosos en las calles de Tirana. Ningún albanés dice una palabra, se limita a pasear mirando alrededor un paisaje de hambre, frío y desolación. El silencio de Albania es un silencio de muerte porque nadie sabe qué va a pasar al día siguiente. A 150 kilómetros está la frontera con la guerra de Kosovo.

La misionera pamplonesa vive todos los días la contienda en la capital albanesa. Es el combate contra el hambre, contra la desesperación, contra el sufrimiento de miles de niños que han perdido a sus padres en Kosovo y que no comprenden el significado de una guerra que les ha dejado solos, sin nada, en un país extraño. «Los albano-kosovares cruzan la frontera huyendo de la guerra y buscan en Albania un refugio que les proteja de los serbios. Pero nosotros somos un país pobre que poco puede hacer por ellos. Les acogemos, pero son muchos. Les damos comida, pero no hay suficiente. Esto es la guerra, Albania está desbordada y la catástrofe no ha hecho más que comenzar.» relata la religiosa de la Compañía de María Benita Prat desde Tirana.

La incertidumbre

Este es el cuarto año que Benita Prat Aguirre de 60 años vive en Albania junto con otras tres religiosas de la Compañía de María. Se dedica a educar a los niños en una pequeña escuela.

Esta semana han tenido que cerrar el Arco Iris (Ylber) – nombre del colegio- porque no sabían si Albania entraba dentro de los objetivos de Milosevic. Y todavía no lo saben.

«El primer día que la OTAN bombardeó Kosovo, llegué a casa y me encontré con el vecino, estaba preparando el refugio. Yo no sabía qué pasaba y le pregunté qué es lo que estaba haciendo. Entonces él me dijo que el Ministerio de Defensa había dado la orden de acopio de víveres y puesta a punto de los refugios ante un posible bombardeo – recordó la religiosa-. No estamos libres de nada. Esta es una tierra llena de sorpresas, imprevisible, nunca sabes lo que va a suceder a la hora siguiente, y esto nos deshace psicológicamente.»

De momento, en Albania, no ha ocurrido nada. Sólo que más de 150.000 albaneses han llegado en los últimos días desde Kosovo y el país apenas tiene que dar.
«La infraestructura del país es terrible. Este invierno nos ha faltado el agua, la luz, nos ha faltado todo, apenas hay cosas porque durante la dictadura sólo se construían refugios y bunkers -describe Benita Prat-. Si la infraestructura era para 200.000 personas, ahora somos más de 800.000. Tirana está desbordado y sigue sumando».

El odio y la solidaridad

La historia entre los albaneses de Albania y Kosovo no es precisamente un relato de fraternidad. Los segundos siempre han sido «los ricos» y los de Albania les culpan de haber introducido en su país la delincuencia y la prostitución. Sin embargo, el enemigo les ha unido en un mismo frente.
Ahora están todos contra los serbios. «Cuando llegó la primera avalancha de refugiados a Tirana, se dispuso un polideportivo para que formase un campamento. Sin embargo, cuando pasé por allí al día siguiente la sorpresa fue que estaba vació. Las familias se habían llevado a sus casas a los kosovares», explica Benita Prat.
En el barrio donde la misionera de Pamplona vive, una familia de 10 personas ha acogido a 17 desplazados. Lo mismo ocurre en las demás casas, siempre pequeñas, sin camas ni colchones, y sobre todo, sin comida. En la ciudad hay tres campos de refugiados para seguir dando cobijo a la continua llegada de familias que se han quedado sin casa, sin pertenencias y sin documentos.

«La ayuda llega pero es insuficiente para la magnitud del desastre. En los campos de refugiados no hay duchas ni camas y la gente tiene que sobrevivir como puede. El peligro de una epidemia es inminente y, si sucede, no quiero pensar en la cantidad de muertes que nos esperan,-dice la religiosa-. Además no sabemos hasta qué punto se soportará esta situación. Los albaneses están siendo hospitalarios pero llegará un momento en que se van a cansar».

Ahora Albania entera mira al cielo esperanzada. Confía en los aviones de la OTAN, en los bombardeos y en las armas porque cree que los aliados van a acabar con Milosevic. «Están encantados. Piensan que van a poder volver pronto a casa cuando no tienen nada. Se han quedado sin hogar y pasará muncho tiempo hasta que se reconstruya su ciudad.»

Mientras, Tirana se ha acostumbrado al sonido de las balas. Todos los domingos, a las siete y media de la mañana, Benita Prat se levanta con el estruendo de los cañones. De madrugada, los aviones surcan el cielo albanés camino de Kosovo. Ese es el silencio de Albania. La guerra continúa a un lado y otro de la frontera.

Ahora en Albania tampoco se adivina si la guerra será larga. Benita Prat cree que esta situación no puede sostenerse, que Albania está desbordada y que, de seguir así, el país entero será pasto de epidemias. «El final de la guerra solo pondrá fin a la lucha armada, porque los refugiados seguirán pasando hambre y viviendo en la miseria. Aunque no haya guerra no podrán volver a Kosovo porque ya no tienen casa. Los serbios les han roto toda identidad, no tienen ningún documento ni ninguna propiedad. Y los niños, ¿Cómo van a superar el trauma que están viviendo? Han visto quemar a abuelos, padres, les han separado de sus madres… Han visto tanto que será difícil que sepan lo que es vivir en paz».

Cáritas y Cruz Roja han comenzado sus preparativos para acoger a refugiados en España. Mientras, convoyes cargados con toneladas de alimentos van llegando a Albania.

Trabajo original