Un trabajo en el que conoceremos más sobre un auténtico tesoro cántabro: Las cuevas de Altamira.Una alumna repasa la historia y antropología coincidiendo con la presentación de la réplica de Altamira.
La historia es, ante todo, una ciencia imprecisa, ya que cuanto más antigua, más dificultades presenta el estudio de la misma.
El contexto de siglos ‘cristiano’ queda ‘pequeño’; hablar de la Prehistoria es hablar de los milenios que nos han precedido, con la dificultad añadida de la ausencia de un código escrito interpretable por nosotros, en un borrador constante, como consecuencia de los estudios científicos que son llevados a cabo cada año, como por ejemplo los recientes sobre La Garma (Omoño) y El Pendo (Camargo).
Hagamos un resumen de nuestra existencia en este mundo. Los primeros mamíferos aparecieron hace 65 millones de años (Cretácico) pequeñas ‘ratas’ convivían con gigantescos dinosaurios en selvas de tipo tropical. Es en este modelo de ecosistema donde más tarde aparecerán los primeros simios antropomorfos y hominoideos (Mioceno). Hace 5 millones de años nuestro linaje se separó del de los chimpancés apareciendo el primer antepasado del género humano: el Ardipithecus ramidus. Y hace 4 millones de años, el primer Australopitecus, que ya era bípedo y frecuentaba territorios abiertos.
El Homo habilis, descendiente de los australopitecos, es el primer representante de nuestra especie sobre la tierra propiamente dicho; hace tan solo unos 2 millones de años. Su descendiente el «Homo ergaster, abandona África y coloniza Europa y Asia. En el Pleistoceno aparecen las glaciaciones y el nuevo eslabón, el >Homo erectus, hace millón y medio de años. Entonces el erectus evoluciona en dos razas diferentes, Homo neanderthalensis y Homo sapiens, que más tarde derivaría en sapiens sapiens, nosotros.
Lo que puede parecer una hazaña increíble, sólo es un latido en el corazón de la Tierra, de 4.600 millones de años de edad. Pero a pesar de nuestra ‘corta’ existencia, el tiempo no ha sido malgastado ni mucho menos. Para nosotros ha supuesto una auténtica odisea, repleta de cambios constantes para adaptarnos, sobrevivir y permanecer en la cúspide de la pirámide evolutiva.
La Antropología: aciertos y desaciertos
Al principio, la antropología, una de las múltiples ramas de la biología y pariente de la arqueología y paleontología; era una disciplina tímida, algo despreciada, dada la falta de medios, conocimientos y todo hay que decirlo, manipulación (¿consciente o inconsciente?) de la misma. Los antropólogos contaban con escaso presupuesto para realizar las excavaciones, y en muchos casos los grandes descubridores se encuentran entre los ‘aficionados’. Incluso los fraudes y equívocos eran tan frecuentes que era de esperar que nadie apostara fuerte por las investigaciones; recordemos por ejemplo el caso del ‘Hombre de Piltdown’: en 1912 Charles Dawson anunciaba lo que podría ser ‘el eslabón perdido’. La sorpresa sobrevino cuando se descubrió el fraude, el hallazgo era un cráneo mezcla de un humano actual con la mandíbula de un orangután, todo ello teñido con tintes artificiales para parecer antiguo. El escándalo y la polémica duraron 40 años.
O también el ridículo caso del ‘Hombre del diluvio’ un esqueleto de salamandra que recordaba vagamente a un cráneo y columna vertebral, que sirvió durante años para acuñar el término ‘antediluviano’ usado por los profesionales y el mismo Cartailhac hasta que Sautuola ‘inventara’ el más apropiado ‘Paleolítico’, que es el tecnicismo aplicado ahora.
Con semejante panorama, sobradamente desmoralizador, el conocimiento por parte de la opinión pública consistía en una imagen del hombre prehistórico como un bruto salvaje y sanguinario, incluso un mono descerebrado (recordemos las malinterpretaciones y mofas que Darwin tuvo que sufrir por parte de sus coetáneos intentando exponer sus teorías, en 1859) Pero la tenacidad de los estudiosos y la calidad de los descubrimientos no pudieron hacer más que prevalecer la verdad sobre las falacias y confirmar lo que hoy se da por sentado.
El arte mobiliar y el arte parietal son el reflejo de los pueblos creadores, de su cultura y de sus modos de pensamiento. Gracias a los útiles y pinturas conservadas podemos saber con fidelidad, cómo vivían. Los yacimientos y santuarios arqueológicos más ricos y abundantes en arte se hallan, entre el sur de Francia y el norte de España (unos 300 aprox.). Y ya sólo nuestra región cuenta con 56 cuevas con arte. Altamira es la más célebre de todas y reconocida mundialmente como ‘La Capilla Sixtina del Arte Cuaternario’.
Hallada por Sautuola en 1875, y la célebre sala en 1879 por la curiosidad de su hija María, Altamira no siempre estuvo tan valorada y reconocida como ahora, ya que su descubridor tuvo que luchar arduamente por defender la autenticidad y riqueza de dicha cueva, de tal magnitud que resultaba increíble; causándole el desdén y desprecio de sus colegas. Escribió, entre otros, ‘Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander’ que fue considerablemente criticado y desacreditado, por medio de excusas y calumnias tales como la falta de acreditación, ya que en realidad Sautuola era abogado y empresario. Murió en 1888 sin ver reconocida su tarea. Y años más tarde, la evidencia conseguida tras un hallazgo similar en Francia, haría disculparse públicamente al máximo representante de la prehistoria francesa y detractor de Sautuola, Emile de Cartailhac, mediante el documento ‘La Grotte d’Altamira. Mea Culpa d’un Sceptique’ en el que reconocía su cerrazón al inminente descubrimiento. Más tarde se trasladó a Cantabria para continuar la investigación de la misma. Desde entonces, la popularidad de Altamira no ha hecho más que aumentar, ya nadie duda sobre su indiscutible valor, mundialmente conocido e historia ya mítica. Pero su deterioro, y los derrumbes que obligaron a reforzar con hormigón las paredes de la cueva, restaron atractivo y veracidad al contexto en el que nuestros antepasados habitaron el lugar. Esa es la razón principal por la que se aprobó el proyecto de Matilde Muzquiz y Pedro Saura, que consistió en reproducir al milímetro el original, de forma que se consigue lo mejor para la cueva original, y lo mejor para nosotros. Ese proyecto es hoy una realidad.
El ciudadano actual es heredero de ese legado que los prístinos artistas nos quisieron dejar, pero no para consumirlo, sino para enriquecerlo. España y Cantabria, tienen un tesoro y una gran responsabilidad: acrecentar ese patrimonio.
Por ello, las pinturas han sido reproducidas en un gran panel compuesto de trozos que encajan por varias partes, como un gigantesco puzzle, siguiendo las grietas naturales de la roca. La técnica y materiales utilizados para la reproducción no son otros que los del propio artista. Un terreno de 150.000 metros cuadrados para albergar las instalaciones y la propia obra, quedará a disposición del público hacia el año próximo. Posiblemente a partir de la época estival.
La nueva Altamira, no es, por lo tanto, un sucedáneo, o un sustituto del original, sino un instrumento para facilitar el conocimiento y el ambiente prehistórico cultural.
El contexto histórico.
Los magdalenienses: el hombre de Altamira.
El Paleolítico Superior es el período de tiempo más apto para el florecimiento del arte, siendo la etapa Magdaleniense ( del 15.000 al 10.000 antes del presente/13.000 al 8.000 antes de Cristo) la más brillante de todas. El Magdaleniense contiene el momento del fin de la época glacial. Todo el norte de Europa está cubierto con un enorme cascote de hielo, las líneas de la costa no son como las actuales ya que el mar se halla a un nivel 100 metros más bajo, dejando accesibles kilómetros de tierras hoy sumergidas. Los bosques son menos densos y cuentan sobre todo, con coníferas. Dominan las grandes praderas de hierba.
Estas condiciones favorecen la constitución de nutridos rebaños de bisontes, caballos, ciervos, uros, etc que constituirán la dieta habitual de los magdalenienses. Los mamuts son escasos y entre los depredadores se encuentran hienas y leones de las cavernas, formidables felinos del tamaño de un tigre actual. El oso de las cavernas y el rinoceronte lanudo tampoco sobrevivirán al final de la glaciación. En las zonas montañosas abundan las cabras y rebecos. Los ríos rebosan de truchas y salmones. La recolección de plantas, bayas, frutas silvestres, raíces y hongos, también supone un complemento seguro en el consumo diario.
En este mundo hormigueante de vida, los humanos no son excesivamente numerosos y se organizan en grupos espaciados, no tienen ninguna dificultad para ejercer la pesca, la recolección y el asalto o carroñeo de los animales menos afortunados. Cuando preveen un agotamiento o escasez de recursos, se movilizan hacia otro área más propicia. Utilizan arpones, azagayas, y sobre todo el propulsor, una herramienta genial para matar a las piezas con más facilidad, eficacia y desde una prudente distancia (hasta casi 30 metros). El sílex, la piedra, el hueso y el asta son las materias primas más utilizadas. Las puntas obtenidas para las armas se adherían a la madera con resina y tendones de animales (se utilizaba absolutamente todo del animal capturado).
Para pintar utilizaban los propios dedos y, en muchos casos, pinceles, muñequillas, ‘lápices’ (palos a los que se ha afilado y quemado la punta) o incluso rudimentarios ‘aerógrafos’ que proporcionan un acabado más logrado. Para conseguir los pigmentos, no dudan en aprovechar los minerales: el oligisto y la hematites para los rojos y otro óxido de hierro, procedente de la limonita, para el amarillo. Diluidos con agua y mezclados con un aglutinante, grasa animal o tuétano. Podría decirse que es el primer óleo utilizado por el hombre (la grasa animal además se utilizaba para alimentar los ‘candiles’ con los que se iluminaban). El negro se obtiene del óxido de manganeso. El carbón de aplica como el carboncillo actual. En ningún caso se utilizaba sangre, dada su impermanencia (con el paso del tiempo ennegrece o/y se pierde) y difícil manejabilidad, si ya disponían de los óxidos no había razón alguna para trabajar con este elemento. Con esta paleta básica podían conseguirse colores derivados haciendo gradaciones y mezclas. Se suelen aprovechar las formas y salientes de la roca, recurso que por ejemplo, los habitantes de Altamira han utilizado con pericia para conseguir logradamente el volumen de sus pinturas.
Armas, estatuillas, bastones de mando y otros objetos, son decorados con grabados por medio de buriles o punzones.
Se organizaban en clanes familiares de unos 30 individuos, se reconocía la influencia de un chamán y una estructura jerárquica. Se ha propuesto incluso una ginecocracia, propiciada por la importancia que se otorga a la fertilidad.
Como nota curiosa se puede decir que los autores del arte rupestre fueron Homo sapiens ya que los Homo neanderthalensis no pintaban, pues dicha actividad no encontraba eco en una cultura tan diferente como la suya.
Este es el contexto histórico en el que el hombre de Altamira vivió, y dadas todas estas circunstancias, no cabe duda de que el hombre prehistórico era un ser dotado de una asombrosa sensibilidad artística; observador, imaginativo y detallista, deteniéndose a decorar los aperos más cotidianos con la misma riqueza que plasma una ambiciosa y gran obra, que no debemos perdernos: Altamira.
Bibliografía consultada
*AA.VV. 1998. «Altamira» pp.216, Ed. Lunwerg. Barcelona.
*Clottes, J. 1994. «La caverna de Niaux» pp.30, Ed. Castelet. Ariège.
*Laming-Emperaire, A. 1984 «La Arqueología Prehistórica» pp.176, Ed. Martínez-Roca, Barcelona
*Montes, R.; Muñoz, E.; Morlote, J.M.; San Miguel, C.; Serna, A. y Luque, C.Glez. ; 1997 «El Arte Rupestre Paleolítico en Cantabria». Ed. Cibermedios-Consejería de Cultura y Deporte de la C.A.C. Santander.