El IV Concurso InterAulas de periodismo escolar premió esta edición los trabajos realizados por alumnado del IES La Albericia y los colegios San José, Sagrado Corazón de Jesús de Santoña y Mata Linares de San Vicente de la Barquera. El certamen, convocado por el proyecto de la Asociación de Periodistas de Cantabria y la Consejería de Educación, FP y Universidades, tenía como tema en esta edición ‘Comer con sentido’. En este artículo presentamos los cuatro trabajos ganadores del concurso y durante el verano estamos publicando en la sección ‘Amigos’ todos los trabajos presentados.
EDUCACIÓN PRIMARIA | MODALIDAD INDIVIDUAL
‘LA ALIMENTACIÓN SALUDABLE’
Por Alaya Briz, alumna de 6º de Primaria del CEIP Mata Linares de San Vicente de la Barquera.
EDUCACIÓN PRIMARIA | MODALIDAD GRUPAL
‘SABORES DEL MUNDO’
Por Inés Muela San Román, Florentina Vijande Scholz, Aitana Urrutia Gómez, Damián Ruiz Velasco y Álvaro Madera Liaño, estudiantes de 6º de Primaria del CC Sagrado Corazón de Jesús de Santoña.
ESO/ BACHILLERATO/ CICLOS FORMATIVOS | MODALIDAD INDIVIDUAL
‘DE LA GRANJA AL SUPERMERCADO’
Por Patricia Santana Pellejero, alumna de 4º ESO del colegio San José de Santander.
Hoy es un nuevo día en el supermercado ‘Ecosuper’. Como siempre es Guille quien abre las puertas poco después de que salga el sol. A Guille le gusta su trabajo, es amable con los clientes y, además, se gana un dinero para poder pagar sus estudios, pero odia los días como hoy en los que llega el camión de la gran mercancía.
Mientras está pensando en el día que le espera, es Paquita la primera en entrar.
Ding Dong. «Ojalá ese sensor timbre poco hoy», piensa Guille.
—Buenos días, guapo— dice la señora.
—Buenos días, Paquita. Tan madrugadora como siempre— responde él.
Para Manolo el día empezó hace unas horas. Él es el repartidor del camión al que espera Guille, en él transporta todo tipo de alimentos. El transportista está al teléfono y parece enfurecido. No está prestando suficiente atención a la carretera. De pronto, algo suena en la parte de atrás del camión. Con el frenazo parece que algunos alimentos se han movido de su lugar y para ellos se ha formado una gran guerra, no están acostumbrados a relacionarse entre ellos.
Lechuga y Filete se miran y eso basta para entenderse, mientras a su alrededor se ha formado una batalla casi sangrienta. Al final, es Lechuga quien empieza la conversación.
—Es ridículo— afirma ella.
—Tienes razón, ¿para qué pelear si estamos en una situación parecida? Hemos acabado todos aquí— responde Filete.
Cuando Lechuga entiende que esas palabras vienen de alguien que está triste, se siente identificada. Al final ¿de qué servían las guerras entre ellos si se parecían más de lo que percibían al mirarse?, todos de distinto color, de distinta proveniencia. La única guerra posible estaba en las calles, con los humanos.
Cuando la batalla en el camión cesó y no volaban objetos por el aire, fue Filete el primero que se envalentonó y le contó su historia a lechuga. Filete ha vivido mucho para lo joven que es. Viene de una granja de España en donde, según lo que sus recuerdos le permiten rememorar, había más animales. Había, aparte de cerdos, pavos, vacas y pollos.
Antes de convertirse en lo que es, Filete fue un cerdo que vivió en nefastas condiciones. Filete cuenta que ha visto morir a todos sus amigos cuando tenían apenas meses de vida porque él siempre fue un poco más pequeño para su edad. Aún así, antes de matarle, le inyectaron productos químicos para engordar rápido y le daban de comer pienso enriquecido artificialmente. Recuerda el espacio en el que vivían, a duras penas se podían mover. No podían darse la vuelta, no se podían girar, no podían tumbarse para dormir. Naturalmente, estos problemas llevaban a otros entre ellos mismos, como a discusiones sin sentido por tonterías con sus más queridos.
Mientras Filete habla con Lechuga se le nota la voz quebrada y los ojos vidriosos. Por último, cuenta lo más traumático para él: cómo era el proceso del matadero. Cuando los cerdos estaban en las condiciones óptimas para ser matados lo notaban. Las personas que se dedicaban a ello les visitaban constantemente, les hacían pruebas viendo el peso, el tamaño… Filete se acordaba de un detalle, ellos no lo llamaban matadero lo llamaban algo así como el último pasillo. Usando un eufemismo, maquillándolo así, no se veía tan mal, pero ellos mismos de una forma o de otra se sentían mal con su trabajo.
Guille estaba viendo la hora en el móvil, el camión de Manolo llevaba ya algo de retraso y eso significaba que iba a salir más tarde del supermercado porque de ahí nadie se iba hasta dejar todo colocado. Un chico con camiseta de tirantes y músculos bastante definidos entra por la puerta. Ding dong. Guille le saluda.
—Perdona, ¿dónde están las bandejas de filetes?— pregunta el chico.
—En el último pasillo, a la derecha— le indica Guille desde la caja.
Después el chico termina su compra y sale del supermercado.
De vuelta al camión, Manolo ha hecho una parada en un supermercado. Lechuga, desconocedora de todo lo que le están contando, solo puede poner cara de pena.
Ella no ha vivido nada de eso. Le sorprende también lo que Filete le ha contado de los pollos que estaban en un área cerca de la explotación ganadera donde él se encontraba. Bajo el punto de vista de Filete, los pollos eran los más vulnerables, pero no sabía muy bien por qué. Igual era porque era el área en la que más problema había, allí se daban peleas y matanzas todos los días sin excepción. Para evitar el canibalismo, los dueños empezaron con el proceso del despique. De esta forma, lo primero que viven los pollos más pequeños cuando nacen es que les corten el pico.
Aunque Filete pregunta por la vida que ha tenido Lechuga, ella es breve porque no quiere hacerle sentir mal. Lechuga le cuenta que ella se ha criado en un huerto pequeño donde las dejaban crecer de forma natural, respetando su crecimiento por completo. Sin químicos, sin abrillantadores, no podía poner ninguna pega. Venía de un huerto pequeño, pero con gran importancia en la zona. Era llevado por un señor al que le apasionaba su trabajo y se entregaba a ello, aunque también tenía sus trabajadores ya que necesitaba gente de confianza, él ya se iba haciendo mayor y lo sabía.
Lechuga le comenta que también tenía animales, pero no se lucraba con ellos. Tenía una granja de pequeños animales para consumo propio, unas gallinas que llegaban a satisfacer al diminuto pueblo de al lado y muchos perros. Estos deambulaban por toda la parcela y tenían una expresión feliz permanente. Filete se hizo preguntas. ¿Por qué los humanos no comen perros? ¿Por qué todo el mundo les defiende? ¿Por qué tienen hasta leyes? Llegó a una conclusión: todo se basaba en ideologías y construcciones sociales.
Finalmente, el camión cargado de alimentos llegó a ‘Ecosuper’ y Guille empezó a colocar en las baldas todos los alimentos que contenía. Lechuga y Filete se separaron, pero agradecieron infinitamente la conversación ya que les ayudó a abrir la mente y comprender otras situaciones también reales.
Filete siguió pensando y alguien a su lado lo notó.
—¿Triste de estar aquí? — le preguntó otra bandeja de carne.
—Yo ya no siento nada— contestó.
Siguieron hablando ya que Filete, en ese momento, quería saber más y más. Resulta que su compañero de balda había tenido una vida muy distinta a él: viviendo en unas buenas condiciones, con pienso óptimo para su edad y crecimiento, respetando su espacio vital y sus años de vida. Filete se acordó de Lechuga y sintió de nuevo la tristeza que antes le invadió. Pero era una tristeza de rabia, de vivir una situación de injusticia frente a la que mucha gente prefiere tener una venda en los ojos que les impide ver la realidad, ya que muchas veces prefieren vivir en esa ignorancia, en la comodidad. Y eso es triste. Realmente lo es porque vivimos en una sociedad en la que tenemos facilidades para expresarnos y, por otra parte, escuchar opiniones de otros y elegir defenderlas o no. Esto es algo de todos. Reducir el consumo de carne, fijarnos en su proveniencia y también apoyar a los pequeños comercios.
Filete estuvo en el supermercado un día y unas horas y vio pasar mucha gente, familias, jóvenes, personas mayores… Se acordó de su gente, de los que están en su misma situación, de Lechuga. Él solo no podría, pero se dio cuenta de una cosa: por desgracia había muchos casos como el suyo, él mismo lo había visto. No sabía de datos, de cifras, pero abrió su mente y quiso hacer un cambio.
Poco a poco, intentó dar su mensaje a cuantos más alimentos mejor, quiso entender a cada uno de ellos con la esperanza de que algún día esto cambie.
ESO/ BACHILLERATO/ CICLOS FORMATIVOS | MODALIDAD GRUPAL
‘ALUMNOS VIAJEROS’
Por Adriana Peña Pérez, Adriana Salmón Pelayo, Gabriela Irodoi, Inés Cantera Elguero y Raquel Abascal Negueruela, alumnas de 4º ESO-3 del IES La Albericia de Santander.
Más información:
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