Como cada año, el concurso literario del IES Garcilaso de la Vega saca a la luz futuras promesas del mundo de las letras españolas. El refrán dice “Para muestra, un botón”, así que aquí dejamos no uno sino tres “botones” de 1º de ESO C. Muestran que asignaturas como Lengua Castellana y Literatura son algo más que gramática; son, entre otras cosas, creatividad y mundo real: el texto de Celia, sentimiento; el de Daniela, loa de la rutina en vacaciones y el de Daniel, una reflexión surgida a partir de una actividad en el Día Internacional del Migrante (18 de diciembre).
SIN TÍTULO
Celia Penagos Iglesias
Olas que vienen,
olas que van.
Con ellas, mi soledad.
Te marchaste en un barquito,
en un barquito a la mar.
Desde ese mismo momento,
te espero mirando al mar.
Y mirando al mar espero,
espero verte llegar,
sonrisa de oreja a oreja
que refleja tu bondad.
Bondad que llena mi vida,
bondad que llena de paz,
esa paz que solo encuentro
junto a las olas del mar.
UN DÍA DE VACACIONES
Daniela Gutiérrez Díaz
Estos días de vacaciones estoy,
lo cierto es que me hace falta descansar;
a veces debato con mi abuela,
por la hora a que me he de levantar.
¿Primero me ducho o voy a desayunar?
Zumo, tostada y leche voy a degustar,
y cojo dos guindas del pastel
que la abuela ha hecho para merendar.
Como hace buen tiempo,
a la Viesca iré a pasear,
el cielo está color azul aguamarina
y ninguna nube puedo observar.
Por el puente colgante voy a cruzar,
miedo al balanceo no voy a pasar.
A la hora de comer, a casa regresaré,
se está nublando,
con lo que una pequeña siesta me echaré.
A las seis de la tarde,
a mis clases de baile asistiré,
estiramientos, ejercicios, acrobacias y diversión tendré.
El día se está acabando,
pero no las vacaciones,
aún días me quedan para seguir disfrutando
SIN TÍTULO
Daniel Payno Melgar
Pedro era un niño de 12 años. Vivía en una familia a la que no le faltaba de nada. Su padre tenía un buen puesto de trabajo en una gran empresa, su casa era grande y podían tener lo que quisieran. A Pedro no le gustaban las cosas caras, ni la ropa de marca. Era un niño muy sencillo que con poco era feliz y cantidad de cosas que tenía las donaba para los más necesitados. Le encantaba ir al colegio y, sobre todo, ayudar a sus compañeros.
Un día llegó a su clase un niño nuevo. Era africano. Se llamaba Kumba. Al principio no hablaba mucho, pero Pedro intentaba ayudarle con la tarea, con el idioma… En poco tiempo, se hicieron buenos amigos. Muchos niños del colegio no querían hablarle, se metían con él y le llamaban “inmigrante». Pedro no sabía muy bien por qué le trataban así siendo un niño como ellos. Pensaba: “¿Qué más da de dónde sea? ¿Acaso importa? ¿Qué más da su color de piel?”
Gracias a Kumba, que vivía en una zona de la ciudad donde había mucha gente de otros países, Pedro hizo muchos amigos: de Marruecos, de Kenia, de Ucrania, de Rusia, de Argentina… A su padre no le gustaba que fuera a esa zona de la ciudad, ni que anduviera con inmigrantes, le decía. Pedro preguntó a su padre por qué no podía, por qué les trataba mal la mayoría de la gente, por qué querían que regresaran a su país. Su padre, que se fijaba mucho en la apariencia, le dijo que eran gente que no quería trabajar, que venían a vivir a nuestro país y que muchos eran mala gente de la que no nos podíamos fiar. Pedro le contestaba que eran buena gente y que detrás de su llegada aquí había dolor, tristeza, una historia y una esperanza. Todo tenía su porqué. Y, que gente mala la puede haber aquí también. Él no entendía por qué la gente de su país era así.
Pasó el tiempo, y un día llegó su padre muy triste a casa. Se reunieron y les dijo que su empresa iba a cerrar, que había empezado una gran crisis en el país y que no había trabajo. Tenían que emigrar a Francia para buscar un nuevo trabajo y una vida mejor. Pedro se despidió de todos sus amigos y, sobre todo, de Kumba. Ahora él iba a hacer lo mismo que había hecho él.
Llegaron a Francia. Sus padres buscaron trabajo, tuvieron que pedir ayudas para poder cubrir sus necesidades. Ahora no vestían ropa cara, ni vivían en una casa grande, ni podían tener lo que quisieran y, ahora a ellos les llamaban inmigrantes. Su padre luchaba por conseguir un trabajo digno, pero era muy difícil al ser de otro país. Entonces, Pedro veía cómo su padre empezaba a entender por todo lo que podían haber pasado los inmigrantes que llegaban a España. Al final eran gente que tenían que salir de su país natal para poder subsistir, para conseguir una vida mejor y que habían dejado atrás a su familia. Entendió que siempre hay un porqué y que a nadie le gusta tener que dejar su vida. De nuevo tuvieron que dejar Francia e ir a vivir cerca de Alemania, a una ciudad pequeña. Allí, la gente era muy amable, les acogieron como a unos más, nadie preguntaba, les ayudaban en todo lo que podían, y su padre encontró trabajo.
Pedro fue creciendo, y su familia y él siguieron ayudando a todo el que lo necesitaba. Fue un niño muy querido. Después de muchos años, regresó a España y fue a visitar a Kumba, con el que nunca había perdido el contacto. Aunque pasó unos años muy duros, Kumba había conseguido estudiar y tenía un trabajo estable. Le contó que España había cambiado muchísimo. Ya todos eran iguales. Daba igual el color de piel que tuvieras, el idioma que hablaras, el aspecto que tuvieras y la ropa que llevaras. Ya nadie escuchaba la palabra “inmigrante”. Pedro se quedó a vivir junto a su amigo Kumba que le ayudó a buscar casa, trabajo y le dio toda la ayuda que de niño había recibido de él. Siempre fueron grandes amigos y nunca olvidaron lo que hicieron y aprendieron el uno del otro.