Un estudiante del colegio Nuestra Señora de la Paz de Torrelavega recuerda un episodio sucedido en la Navidad de 1914. Han pasado cuatro meses desde que comenzara la I Guerra Mundial y los soldados franceses y británicos acuerdan con los alemanes una tregua para celebrar esa fecha tan especial. Villancicos, charlas, intercambio de regalos y fútbol demostraron que en las trincheras nadie quería la guerra.

Campo de Ypres (Bélgica), finales de 1914. El frente occidental entre el Mar del Norte y la frontera suiza se ha paralizado; Alemania ha ocupado Bélgica y se dirige a París, pero es detenida por tropas británicas y francesas. Para romper la brecha “6.000 taxistas de París transportan, mediante un sistema de estrella, a 30.000 soldados franceses hasta el frente” (Mayer, 2006). La guerra, que se suponía que iba a ser corta, está alargándose y ya han pasado cuatro meses desde su inicio. Soldados de ambos bandos permanecen bajo el frío y la incesante nieve en alerta, con sus fusiles cargados ante cualquier movimiento, desde trincheras separadas unas de otras por apenas cien metros. “Las trincheras son fortificaciones excavadas en el terreno. En un principio fueron concebidas como elementos militares desde los que disparar al enemigo y refugiarse de los proyectiles del adversario” (Peña, 2017), pero acabaron convirtiéndose en el hogar de miles de soldados alemanes, escoceses, belgas y franceses del Frente Occidental. Allí descansan, comen, juegan a las cartas, etc. Esos compañeros ya son “FAMILIA”, aconsejan, ríen y lloran con ellos cuando reciben noticias de sus familias y se reconfortan entre ellos cuando el fuego de artillería descuartiza a alguno de los suyos.

La línea del frente no se mueve y todos los días tienen la misma visión: sus amigos abatidos esparcidos por el suelo de “la tierra de nadie” (terreno entre trincheras de ambos bandos). Intentar recuperarlos es un suicidio, pues el enemigo acecha desde la trinchera. “Al otro lado de la tierra de nadie se encuentra el enemigo, ese que no tiene rostro y de cuya historia, sueños o miedos no se sabe nada” (Peña, 2017).

Viendo acercarse la Navidad, los mandos redoblan sus esfuerzos para que el correo llegue a tiempo a las trincheras y también deciden enviar pequeños regalos (chocolate, cigarros…) para que las tropas se sientan más cerca del calor familiar. El Káiser quiere motivar a los suyos y les hace llegar raciones extra de salchichas y licores, además de unos abetos. El 24 de diciembre, el teniente alemán Zehmisch ordena a sus hombres adornarlos con velas encendidas para que se asemejen a los de sus casas. Mientras están decorándolos, el teniente, invadido por la melancolía, comienza a cantar el villancico ‘Stille Nacht’ (‘Noche de Paz’) y le acompañan sus compañeros. Los aliados, al escuchar el coro, se asoman por la trinchera y ven una línea de luces, son los abetos y se animan a hacerlo en sus propios idiomas. Después cantan ‘Adeste Fideles’ que, al ser en latín, les une en un solo coro.

“Zehmisch envalentonado por la amigable reacción del bando enemigo, se acerca a la línea británica y con las manos en alto pide permiso para dar sepultura a sus muertos, que yacen por decenas, rodeando sus trincheras” (Amiguet, 2014). Esto hace que los otros combatientes se animen a salir de las trincheras deseando hacer amigos y decidan abandonar las armas. ”A última hora de la tarde los alemanes se volvieron divertidísimos, cantando y gritándonos. Dijeron en inglés que si no disparábamos ellos tampoco lo harían…” Explicaba en una carta el sargento británico B. J. Brooks (Villaroto, 2014). Durante la mañana de Navidad varios soldados alemanes desarmados salen de las trincheras enarbolando banderas blancas y con unos carteles: “Merry X-Mas, Frohe Weihnachten, we not fight, you no fight” y se dirigen hacia la tierra de nadie. Poco después soldados de ambos bandos se encuentran “intercambiando chocolate, cigarros y bebida y mostrándose fotos y recuerdos de sus familias y confraternizando como buenos vecinos” (Fuentes, 2016). Escribieron sus nombres y direcciones para, acabada la guerra, poderse cartear. “Arrancamos los botones de nuestras chaquetas y tuvimos a cambio las de la armada imperial alemana, pero el regalo más bonito fue el pudding… los alemanes, después del primer bocado, eran nuestros amigos de por vida”, contaba un soldado escocés en una carta a su familia (Paolucci, 2014).

Uno de los soldados había recibido un balón de fútbol como regalo y se organizó un partido en el que lo que menos importaba era el resultado. Lo primordial era darse cuenta de que una vez que se les mira a los ojos, todos los hombres son iguales y que sólo han tenido la mala suerte de estar en distintos bandos. De no ser así posiblemente hubieran sido muy buenos amigos, mejores  que algunos compañeros de trinchera. Así es como son conscientes de que luchan sólo para cumplir con las ambiciones de unos altos mandos y políticos que no arriesgan la vida pues están cómodamente sentados en sus despachos: “ni los jefes, políticos, generales y ningún gobernante, por insignificante que sea, mueren en la guerra” (Fuentes, 2016).

Y se ponen de acuerdo entre ellos: ¡NO MÁS GUERRA! Por unas horas el enemigo deja de serlo, y sin enemigo no hay guerra. “No se trataba de confraternización con el káiser, sino con soldados corrientes, lo que fue posible debido a que muchos de ellos en el bando alemán habían trabajado en Gran Bretaña antes de la guerra y hablaban inglés” (Boyle, 2014). “Aunque pareciera una confianza ingenua, la fe en sus semejantes prevaleció durante ese momento” (Teveira, 2017).

Los muertos de ambos bandos son enterrados e incluso se oficia una celebración conjunta de las cuatro nacionalidades: alemana, escocesa, francesa y belga. Todos lloran la muerte de todos.

Al acabar el día de Navidad, esos hombres que ahora se conocían y habían visto fotos y cartas de las familias que les esperaban en casa, se niegan a luchar. Aún cuando los mandos más altos les obligan, lo soldados avisan antes a gritos, se saludan o disparan muy por encima de las cabezas. Hay camaradería de la buena.

 

El ‘The Daily Mirror’ se hace eco del acercamiento de las tropas enemigas.


Pero la buena noticia de la tregua llega a los cuarteles generales y los que no arriesgan sus vidas, cómodamente a salvo, lo toman como alta traición y empiezan las represalias: muchos soldados franceses son fusilados para escarmentar al resto de los compañeros; los soldados alemanes son enviados a los frentes más peligrosos hacia una muerte segura; muchas cartas que los soldados escoceses  habían enviado a sus familias fueron interceptadas y destruidas; las fotos que los soldados franceses habían tomado esos dos días fueron confiscadas y destruidas y toda información que llegaba a los periódicos británicos o franceses fue censurada. Pero ese embargo fue roto por ‘The New York Times’ el 31 de diciembre, y a este le siguió una portada el 8 de enero del ‘Daily Mirror’ en el que salía “la primera foto de soldados confraternizando” acompañada de textos que hablaban de ‘la falta de malicia por ambos bandos” (Amiguet, 2014).

En general, estos soldados no estaban arrepentidos, sino orgullosos de haber podido dejar de lado las diferencias nacionales y compartir una noche sin odio.

“En definitiva, la tregua vino a cuestionar la guerra y a resaltar lo absurdo de la misma para los individuos que la vivieron en primera persona, desde las trincheras… soldados arrastrados por las decisiones políticas y militares a una guerra entre naciones, en la que la propaganda patriótica había cumplido un papel esencial en los años anteriores al estallido del conflicto” (Peña, 2017).

La tregua de Navidad de 1914 ha sido estudiada por historiadores y también por compositores, guionistas, directores de cines, etc. Algunos ejemplos son la canción ‘All together now’, de The Farm, o la película francesa ‘Joyeux Noël, de Christian Carion, quien procedía de la zona ocupada por los alemanes y se preocupó de documentarse por medio de la consulta en archivos de soldados franceses, alemanes e ingleses.

En 2014, para celebrar ese hito histórico, la cadena Sainsbury hizo el anuncio https://youtu.be/e_kfszOgCr8 para recordar a todo el mundo lo que hubiera ocurrido si la decisión la hubieran tomado los que morían, personas normales, en lugar de los políticos acomodados al calor de un buen fuego en sus despachos a muchos kilómetros del frente y de sus trincheras.