‘Diario de una cuarentena’ (o cómo convertir todos los días en un lunes) recoge algunas reflexiones escritas por jóvenes alumnas de 1º de Bachillerato del IES Alberto Pico de Santander acerca de las sensaciones y de las experiencias vividas en el extraño periodo que estamos viviendo desde hace un año.  

 

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Ya no recuerdo cuántos meses estuvimos confinados en nuestras casas, aburridos, con miedo de lo que pueda pasar, de si le ocurriese algo a personas importantes, preguntándonos cuándo acabaría todo, y si lo hará.

Es triste saber que este año no se recuperará, que podría haber sido el mejor de nuestras vidas y, sin embargo, ha sido uno de los peores. Pensar en la situación que estamos viviendo abruma, puesto que no sabemos cuándo mejorará ni cuándo emporará. Sin embargo, y a pesar de las cosas malas, también ha habido cosas buenas: los médicos, por ejemplo. Ellos han sido nuestros ángeles de la guardia, han seguido haciendo su trabajo como han podido a pesar del miedo, y no me quiero hacer una idea de aquello por lo que han tenido que pasar.

Otra cosa favorable fue el apoyo; el apoyo de los niños a los que enfermaban, enviándoles cartas y dibujos para hacerles felices y que no se sintiesen solos. También es increíble la actitud que estos pequeños pacientes tuvieron, sabiendo que la situación que estamos pasando es dura, e intentando sobrellevarlo de la mejor manera  posible. Es difícil para ellos el no poder ir a jugar al parque con sus amigos, ni poder visitar mucho a los abuelos, tener que llevar mascarilla, y tener a los padres detrás de ellos impidiéndoles tocar nada.

También fue duro para aquellos padres el  tener que ir tras los hijos por miedo al contagio, de no saber cuándo se quedarían sin trabajo, si cobrarían, si les pondrían pronto la vacuna; o  cómo gestionar los horarios, teniendo que dejar a sus hijos con los abuelos. Y me parte el corazón el solo pensar cómo podrían haber contestado a las preguntas curiosas de los niños: “Mamá, ¿qué es lo que pasa?  Papá, ¿por qué no puedo abrazar al abuelo? Mami, ¿la abuela está bien?”, etcétera.

Y ellos, los ancianos, encerrados en una residencia, sin poder ni siquiera salir a dar un paseo; eso que les hacía más agradable la mañana, el no poder ver a sus nietos ni a sus hijos, ¿Cuánto llevarán sin haberles dado un abrazo o un beso?

También esos adolescentes que han perdido un año de salir de fiesta, de experimentar cosas nuevas, de conocer a gente nueva, de ir a la playa, de salir con amigos, de tener un paseo porque sí, porque están agobiados por los trabajos y exámenes y lo necesitan, y solo pudieron estar encerrados en casa, con el móvil, tumbados, deprimidos…

Se me hiela el corazón al pensar en los ingresados, debatiéndose entre la vida y la muerte, luchando hasta que ya no puedan más, y, cuando no pueden, se van solos. Es una de las muertes más devastadoras y tristes: morir solo, no poder despedirte y debatir contra tu mente en los últimos minutos. Y todo porque una señora decidió que por hoy no pasaba nada en quitarme la mascarilla mientras paseaba por la calle; el señor aquel que fumó dentro de un establecimiento porque simplemente a él no le pueden prohibir nada; por aquel joven que le pareció gracioso hacer botellón con diez amigos; por ella, que justo se quitó la mascarilla para toser mientras paseaba, o por aquel que llevaba la mascarilla por debajo de la nariz porque no se dio cuenta.

Todos somos conscientes, conscientes de las muertes, de la cantidad de contagios, de la gente que no es capaz de darse cuenta de la gravedad del asunto y de no acatar ciertas normas por el bien común, de la saturación de las UCIS, del desgaste mental, del físico, del miedo y de muchas otras cosas más. Pero en lo que me gustaría centrarme es en unas palabras, que, aunque no fueron de las más empleadas durante este año, como pandemia, confinamiento o virus, para mí, las más importantes. Y fueron esperanza, valor y fortaleza.  Porque a pesar de todo, muchos días sale en las noticias gente que se ha recuperado, que la vacuna funciona, que puede que dentro de un tiempo podamos volver a abrazar a quien hace ya más de un año que no abrazamos…

Y sí, puede que en algún momento todo se tuerza, pero es parte del proceso, porque sin una recaída no hay una recuperación.

Ya se nos ha hecho rutina esta situación. Lo mejor que podemos hacer es cumplir con nuestro deber, ser responsables con nuestras acciones, decirles a las personas que amamos lo importantes que son para nosotros, cuidar de todos y de nosotros mismos. Y vivir, que como se suele decir, la vida son dos días.

 

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Ya casi va a hacer un año de que se decretara el estado de alarma y en un principio todos pensábamos que solamente serían quince días, y aun así yo me sentí mal, ya que no podría ver a la gente que quiero. A medida que fueron pasando los días me sentía incluso peor ya que a mí, personalmente, me parecen una comunicación muy fría los mensajes o las llamadas y por tanto extrañé mucho las conversaciones mirando a los ojos.

En verano dejamos de estar confinados, pero de alguna manera me sentía encerrada, pues a mi edad me hubiese encantado estar de fiesta disfrutando con las personas que amo. Y, al final, lo peor de todo es que estos años nunca van a volver; terminaremos creciendo sin haber podido disfrutar de la etapa más bonita y divertida de la vida.

Sinceramente, estos últimos meses he vivido preocupada de que alguien cercano a mí tuviese que estar en el hospital, ya que no podría visitarle y en el peor de los casos no podría despedirme y creo que esa es la más dolorosa de las cosas.

La verdad, me encantaría cambiar muchas cosas del mundo para que todo pudiese volver a la normalidad y poder vernos las caras unos a otros, poder abrazarnos, poder disfrutar de una noche en la playa, de un paseo al amanecer… Poder disfrutar de todas esas cosas que valoramos tan poco antes de todo esto.

 

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El confinamiento fue bastante duro tanto física como psicológicamente para mí. Todavía me acuerdo de ese viernes en el que estaba en Inglés a primera hora con mi amiga y nos dijeron que teníamos que apuntar nuestros números de teléfono y correos electrónicos para estar en contacto y seguir con las clases a través de internet. Yo no era consciente de lo que estaba pasando; es más, todavía tengo en mi mente lo que mi amiga me dijo cuando nos enteramos de todo esto: ´´No pasa nada, ahora tenemos que centrarnos en nuestro partido de mañana en Galicia´´. Como todo el mundo se esperaba, excepto nosotras, el partido y los entrenamientos fueron cancelados. La verdad que fue una situación a la que me costó adaptarme unas semanas.  Estaba acostumbrada a entrenar todos los días dos horas, salir de fiesta los fines de semana, ir a clase y estar con mis compañeros, etc. Pensándolo ahora de forma detenida lacosa que más echaba de menos era ir a ver a mi abuela, sentía que tenía que pasar el mayor tiempo posible con ella por lo que pudiese ocurrir, pero me tuve que conformar con verla a través de una cámara. También echaba muchísimo de menos estar con mi pareja aunque solo fuese verle de lejos en persona, me valía cualquier cosa. Con todos los deberes, trabajos, llamadas, etc. no podía casi ni hablar con él, pero dejaba trabajo para la noche para, de esa forma, poder tener un ratito para hacerlo. Para coincidir en horarios era muy difícil, él es más mayor que yo y todavía tenía menos tiempo, pero todos los días, si no podíamos hablar porque habíamos tenido un día complicado, nos dejábamos un mensaje. Ahora ya me he medio acostumbrado, pero mi vida ha cambiado bastante. Es cierto que también he madurado mucho y tengo mis ideas claras, sobre todo en el tema estudios. Sobrellevarlo es bastante difícil porque yo me acuerdo de que iba diciendo a mis padres “ya queda menos para las fiestas”, intentaba no engañarme sino ser positiva pero llega un momento en el que tu visión empieza a oscurecerse y acabas desesperándote. Esta desesperación habrá gente que no la entienda, pero es muy duro ver cómo no puedes abrazar, besar, ver a la gente sin mascarilla y sobre todo, para los jóvenes, que llegue un fin de semana y no se pueda ir a una discoteca o salir con amigos hasta la hora que quieras. Realmente estos años que para mí son de los mejores no los vamos a poder volver a vivir. Yo ahora mismo, y pensé que nunca me pasaría esto, estoy desganada. Llega el fin de semana y no tengo esa felicidad de unos años atrás, cuando llegaba un viernes e ibas saltando por las calles. Para mí la semana sigue y vivo en un domingo continuo. Esto va ligado también a que debido a la situación de poder salir hasta las diez de la noche prefiero centrarme en los estudios, aprovechar al máximo las horas para estudiar, hacer trabajos e ir adelantando cosas para la semana. Los fines de semana a veces quedo con amigos pero hay días que, si he tenido una semana complicada, cuando tengo tiempo libre me voy a jugar al fútbol, a correr, a bailar o cualquier cosa relacionada con el deporte y trabajo con  las redes sociales. Mi vida ha dado un giro de trescientos sesenta grados en todos los aspectos pero sobre todo estoy orgullosa de mis resultados académicos. Siempre he sacado buenas notas pero ahora en Bachillerato estoy sacando notas que nunca había tenido y lo que más contento me provoca es ver que esos resultados los saco a base de trabajo y constancia ya que en mi casa nadie puede ayudarme por circunstancias de la vida. También tengo que hacer una confesión, el COVID 19 me hizo tomar la mejor decisión de mi vida, cambiarme de instituto. En mi antiguo instituto todo era muy duro, te preparaban desde que ibas a primero de la ESO para la universidad entonces, como era de esperar, en cuarentena me levantaba a las ocho de la mañana y hasta las once de la noche no acababa, eso no era vida. Entonces un día me dije a mí misma “si los profesores, estando en casa, nos atiborran a trabajo, en el curso el año que viene mejor no pensarlo”. Y por eso empecé a mirar institutos. Los profesores y los compañeros te hacían sentirte inferior. Por eso, en parte, me alegro de que hubiese aparecido este virus y me hubiese hecho tomar esta decisión. Ahora estoy en un instituto donde los compañeros son geniales y los profesores me valoran y me han ayudado a quererme a mí misma y valorarme. Ahora con la vacuna estoy más animada y veo más próximos las fiestas, quedar con amigos y abrazarnos, irme de vacaciones, etc. Por último, he de decir que con esta situación he aprendido a valorar más a las personas de mi entorno y esos abrazos de tus amigos cuando estabas mal y te animaban con caricias, abrazos, besos. Sobre todo, y para mí lo más fundamental, he empezado a darme cuenta de que la vida hay que vivirla al máximo cada segundo y que la familia hay que cuidarla por encima de todo. En mi caso lo de la familia es muy importante porque yo soy hija, nieta y sobrina única y al final mis padres, mi abuela y mi tía son mis ejemplos a seguir en mi vida y mis apoyos incondicionales, sin ellos yo no sería la misma.

 

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Mis días solían ser libres, aun sin sentir deseos de salir sabía que podía hacerlo a cualquier hora y lugar; ahora no. Los fines de semana suelen ser los días más esperados para nosotros, los jóvenes; son como lagos en medio de un desierto (la semana), necesitamos de ellos para tener un equilibrio en nuestra vida. En estos tiempos, nuestros “días de descanso” se reducen a quedarnos en nuestras casas. Es como un patrón: “casa-instituto, instituto-casa»; es por ello que siento la fugacidad del tiempo cada vez más. Puedo afirmar que no recuerdo algún día “memorable” durante este periodo de pandemia; todos los días son aburridos y monótonos. Es una pena, porque se siente como si me robaran recuerdos de la adolescencia que no tengo. Desde la llegada de las mascarillas he logrado acostumbrarme a ver a la gente con ella a un grado grave, porque siento que pertenecen a sus rostros; tanto es así, que cuando se las quitan se siente sumamente extraño: sus rostros tienden a ser diferentes a como los dibujaba en mi mente. La mascarilla me tiene agotada, me impide hablar, salir, hasta ver (cuando utilizo gafas). Es triste darte cuenta de que no puedes hablar con tus amigas mientras comes un bocadillo; tengo que alejarme lo más que pueda. Nada de abrazos ni tener un mínimo contacto con nadie (ahora nos volvemos más “fríos”). Por un lado, no me afecta mucho ya que no suelo hacerlo, pero veo alrededor gente a la que sí le afecta, a la que le arrebatan su esencia. A veces siento que los demás son encargados de programar cómo debo vivir; siento que soy un robot. ¿Cómo lo sobrellevo? Observando qué tan lejos puede llegar este virus; pienso en conocidos que la pasaron y están pasando mal…Y también recuerdo a los que ya no están a causa de él. Creo que pensar en los demás tal y como me gustaría que piensen, en las personas que amo, me hace seguir con las normas impuestas. Practico la empatía; además, siento que cada día es un día menos para que acabe esta pesadilla….Pero da igual, porque así es como pasa toda mi vida.

 

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Bueno, ¿qué contaros que no sepáis?  Hace ya un año que empezó esta pesadilla; exactamente el 13 de marzo del 2020.

Al principio todos pensábamos que esto del covid-19 no iba a ser para tanto, que iba a durar 15 días y que después volveríamos a la normalidad. Pero cada 15 días se iba alargando más y más esta horrorosa pesadilla.

Todo esto hizo que nuestra vida cambiará de la noche a la mañana y que nuestras vidas dieran un giro de 360 grados; dejamos de hacer cosas que hacemos en nuestra rutina: dejamos de ir al instituto, no podíamos ver a nuestros seres queridos ni amigos… Esto del confinamiento nos arrebató meses de nuestra vida, los cuales no volverán y aparte de arrebatarnos tiempo nos quitó experiencias, viajes, amores, las tardes en la playa…

Según iban avanzados los días, las semanas y  los meses te ibas dando cuenta de que todo esto iba a pasar a ser nuestra nueva realidad. En mi caso, todo lo que estaba ocurriendo me pasó factura para mi salud, ya que empecé a sentir varios síntomas de la ansiedad como una fuerte presión en el pecho, falta de oxígeno… Al pensar que este maldito virus  podría llevarse a gente muy importante en mi vida, seme encogía el corazón; lo único que quería hacer era pasar tiempo con mi madre y con mi hermano.

Poco a poco fuimos saliendo a la calle, y llegó el verano, una estación bastante extraña ya que no podíamos hacer lo que normalmente hacemos en  verano como salir de verbena, quedadas, viajes, ferias, campamentos… No obstante, hay que mirar el lado positivo de las cosas, ya que por lo menos pudimos salir y disfrutar de estos meses con nuestros seres queridos al lado.

Hoy en día es bastante difícil sobrellevar esta situación, ya que no puedes tener la misma vida que antes, pero esto hay ciertas personas que no lo entienden y pretenden que rindas igual que antes. Ellos lo que no ven es que todas las personas tenemos mucha presión encima. Aunque no sean temas muy importantes para algunos, para nosotros, los adolescentes, sí lo son.

 

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Si me lo hubiesen dicho, si alguien me hubiese dicho que el mundo entero se vería asolado por una pandemia, no me lo hubiera creído, pensaría que quien me lo contaba se había sacado la idea de un cómic, de un youtuber conspiranoico de algún versículo bíblico. 

Recuerdo el marzo del año pasado como este marzo que está a punto de culminar. Se rumoreaba entre los adolescentes el sueño de tener dos semanas de vacaciones (que no lo eran) en plena segunda evaluación, y seamos totalmente sinceros al decir que la mayoría de nosotros se encontraba “entusiasmado” con dicha idea.

Sin saber casi nada de aquel virus oriental, nos aventuramos a lo que sería el principio del fin de nuestros días como adolescentes, dejando en los más afectados una huella imborrable. Y cuando digo “afectados” estoy muy lejos de referirme a los que convalecieron de esta enfermedad, sino a los que se vieron obligados a convivir con familias desestructuradas durante tanto tiempo, rodeados de violencia doméstica y de maltrato; me refiero a aquellos adolescentes que veían la calle como una manera de escapar de sus hogares, dejando vía libre al miedo del “un día más”. Sin embargo, los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses, hasta llegar a nuestro aniversario. Así que, ellos también son héroes.

Lo que para muchos significó una oportunidad para relajarse, para otros se convirtió en un verdadero infierno. Cada mañana, de cada día,  me veía obligada a quebrarme la espalda en el ordenador. Por aquel entonces tenía dieciséis años; sin embargo, mi cuerpo empezaba a indicarme cuarenta y siete recién cumplidos a punto de entrar en la crisis de la mediana edad.

Os preguntaréis cuán difícil fue continuar los estudios durante el confinamiento. Bien. Yo os responderé, según mis síntomas, googleados en clinicasorigen.es, tengo fuertes indicios de depresión y estrés severo, pero ¿a quién demonios le importa si estoy demasiado triste como para hacer los deberes, cuando hay una pandemia que está literalmente matando a la población y Teams, Edmodo, Correo y por supuesto, Classroom no van a esperar a que me sienta mejor? Tenemos que poner en orden nuestras prioridades porque a nadie parece importarle nuestra salud mental.

Sin embargo, y sin hacer hincapié en todo lo ya antes mencionado, esto no es lo que causa ni la mitad de mi enojo. Mi descontento y decepción están particularmente reservados para aquellos adultos perfectos y sin voluntad de vivir, para usted señor de setenta y tres años: persona de alto riesgo que durante un año de pandemia nunca pudo descifrar el complicadísimo algoritmo de cómo utilizar una mascarilla. Y claro, si no sabemos cómo usar una mascarilla, mucho menos comprenderemos la difícil relación que hay entre el número de infectados y el incorrecto seguimiento de las medidas de protección hechas para protegerlo a usted. Aprovechando que estamos sacando a la luz unas cuantas verdades, me parecería una falta de respeto no mencionar a aquella señora con notorios problemas pulmonares que conocí mientras trabajaba de camarera al finalizar el confinamiento. A ella le dije expresamente que estaba prohibido fumar en la terraza del bar; fue dar una vuelta y verla con el porro en la mano. Espero que ahora sí mantenga una estrecha amistad con el gel desinfectante y las normas conductuales, ya que hay que mantener suma cautela con una vida a la que parece excitarle la ironía. Hoy estás enfermo; a lo mejor mañana no, y al siguiente has pasado a mejor vida.

Es por ello que este comunicado es en nombre de todos nosotros, la generación Z, la de cristal, la de los consentidos, los que no necesitan recorrer el Sahara para llegar a un colegio, los que nacieron con el móvil en la mano y que ahora lo usan para denunciar las injusticias sociales. Somos nosotros, vuestros hijos, sobrinos y nietos, diciendo que aquí somos la víctima y no el enemigo. Estamos aquí porque el mundo de los adultos no hizo bien su trabajo, que es protegernos. Así que muchas gracias; estamos aquí por vuestra negligencia.

De los Z para los Perfectos.