El alumnado de ESO del colegio San José de Santander ha participado de nuevo en el Concurso InterAulas de periodismo escolar dando rienda suelta a su creatividad literaria. Los estudiantes muestran en textos, tanto de información como de ficción, su visión de la llegada del covid y su impacto en el medioambiente. Iniciamos aquí la primera de las cuatro publicaciones de sus trabajos. 

COVID Y MEDIOAMBIENTE
Por Camila Cometivos Rojas, 2º ESO

A finales de 2019, todo estaba normal, todos felices y sin problemas (esto en España), pero en otro país estaba comenzando algo cuyo nombre nunca olvidaremos. En China, a comienzos de diciembre de 2019, un grupo de personas cayeron enfermas (en la ciudad china de Wuhan) de un tipo de neumonía desconocida. Entonces decidieron nombrar a este virus como covid-19 (coronavirus). La OMS (Organización Mundial de Salud) lo reconoció como una pandemia el 11 de marzo de 2020.

En España el coronavirus llegó a finales de enero, pero se pensaba que no iba a ser para tanto, cosa que tiempo después cambió. El 15 de marzo se inició un confinamiento, es decir, no podíamos salir a la calle salvo que fuésemos a comprar.

El trabajo se hacía desde casa (teletrabajo), pero algunas personas perdieron su empleo debido al coronavirus y al confinamiento. La covid afectaba mayoritariamente a las personas que tenían otras enfermedades y a las personas mayores. El confinamiento hizo que nos quedáramos en casa por unos meses. Debido a eso pasaron varias cosas, había casos en los que animales llegaban a la ciudad, ya que no había nadie en las calles. También la contaminación fue disminuyendo, ya que las fábricas pararon. Un tiempo más tarde se canceló el confinamiento, es decir, ya podíamos salir a la calle pero, obviamente, con mascarilla, ya que aún seguía la covid-19. 

Después de un tiempo ya se normalizó un poco la situación de la covid, hasta el punto de que ya podíamos reunirnos en grupos de pocas personas. Los adultos comenzaron a trabajar de vuelta y los estudiantes ya no tenían que quedarse en casa estudiando. Una cosa negativa que volvió a surgir fue la contaminación, que empezaba de nuevo por las mascarillas y plásticos. Había y hay gente que no lleva la mascarilla puesta o la tiraban por algún lado, o que en sí estaban incumpliendo las medidas de seguridad. 

A finales del 2020, se empezaron a poner las primeras dosis de la vacuna contra la covid. A lo largo del  tiempo empezaron a aplicar la vacuna a la gente según su edad (hay varios tipos de vacunas). Primero pusieron la vacuna a las personas mayores y por último a los niños.

Gracias a la vacuna, ahora la situación del coronavirus está más controlada.

 

UNA IMAGINACIÓN ESPECIAL
Por Patricia Santana Pellejero, 2º ESO

Un día, cuando era pequeña, vi las nubes moverse y dibujaba figuras con la cabeza. Era una familia de dos padres y una niña paseando tranquilamente por las calles de un país arcoíris. Digamos que desde ese entonces me he aficionado a pensar en una historia detrás de cualquier cosa. Hasta la más inerte que se haya visto. A mí me gusta creer que es un superpoder.

Soy Selena, la pequeña de mi familia y, por qué no decirlo, la más guapa y lista, aunque mis hermanas no estén de acuerdo. En mi familia somos tres hermanas, mi madre y el hombre con la paciencia inagotable: mi padre. Antes también estaba mi abuelita, mi persona favorita en todo el planeta, pero hace muy poco se la llevó el mar y no ha vuelto a casa. Es lo que les suele pasar a las tortugas como ella que ya están mayores. Mi abuela era la que solía ayudarme con los deberes, me preguntaba la lección y hacía las mejores tartas de larvas del mundo. 

En general éramos una familia bastante feliz, a pesar de que no fuésemos la más pudiente. Seguimos yendo todos los meses a la orilla a honrar a mi abuela, pero cada vez hay más y más monstruos que acaban con nosotras, las tortugas. Siempre hemos tenido este problema, pero no sé qué les pasa a los humanos que cada día son más los residuos que hay que esquivar, aunque nosotras preferimos referirnos a ellos como monstruos, que queda más tenebroso si se lo cuentas a alguien.

Hoy, como todos los meses, fuimos a la orilla. Allí había un banquete montado, y es que para nosotros la muerte no es un problema. Aquí la celebramos a lo grande, ya que pensamos que es la llegada a otro lugar, posiblemente mejor. 

De camino, me encontré innumerables objetos raros. Uno de ellos me llamó la atención: uno de esos que hacen gracia con nariz roja redonda y normalmente el pelo rizado. Era un disfraz o algo así se llama. Un atuendo que hace a la persona mentir sobre quién es, no lo entiendo muy bien. Luego me encontré uno de esos con cuerdas enredadas que creo que los humanos se ponen en las patas, ¿será eso así? ¿Para qué necesitan ponerse cosas en las patas, o como ellos lo llaman, en los pies? Tampoco lo entiendo. No entiendo nada de los humanos.

Pero lo que más me atormenta últimamente es que hay más de esos trapitos con cuerdas amarradas. Suelen ser azules, pero hay de todos los colores y tipos. No sé en realidad qué es. En la playa vi a algunos humanos con ella puesta en la cara, ¿será una moda? Yo no le veo atractivo. Yo me imagino que son una familia feliz, todos juntos y del mismo color pero, poco a poco, estos objetos se van descomponiendo hasta llegar al punto en el que se le caen gomas porque ese es el verdadero material del que están hechos. Para mí son una familia en la que el padre es empresario y la madre no trabaja porque con el sueldo del primero les basta. Una familia ejemplar y muy unida que cada vez va teniendo más y más hijos. Porque el mar cada vez está más lleno de estas cosas raras. 

-Papá, papá, ¿qué son estas cosas raras que los humanos utilizan?-pregunté ingenuamente.
-No lo sé, hija. Supongo que los humanos nos odian y por eso, sea lo que sea, lo llevan hasta el mar -me dijo.

Luego estaban los frascos de plástico. Normalmente solían ser pequeños y de color blanco. Flotaban sin cesar de allá para acá y parecían perdidos en la inmensidad del mar. Algunas veces, si estaban recién arrojados a mi casa, los objetos se iban descomponiendo solos. Olía extraño y de la textura ya ni hablar. Pero ¿qué utilidad tenía eso? Otra vez, no entiendo a los humanos y nunca los entenderé. 

Cada uno de esos frascos podría ser un señor solitario que muere muy viejo sin ninguna aspiración y deprimido todo el día, al que nadie es capaz de ayudar por mucho que quiera. Era sencillamente imposible.

Lo comento con mis amigos y personas más cercanas, y nadie sabe nada. Toneladas y toneladas de residuos. El más antiguo, más abajo se encontraba, pero no paraban de llegar nuevos día tras día.

Ya había pasado un mes, y no sé por qué estaba cada vez más triste. Había pasado del estado de shock a asimilar que nunca más estaría con mi abuela. No era capaz de hablar de ella sin ponerme a llorar y con solo recordarla ya me empezaban a brillar los ojos y a ponerse acuosos. Ya había pasado un mes e iba de mal en peor. Lo que más me molestaba es que la abuela no estaría para nada orgullosa de mi actual estado de ánimo, cuando ella era la felicidad hecha persona.

El día de celebrar su tercer mes de fallecida volvimos a la playa y yo estaba más débil de lo normal. El agua a mi alrededor pesaba más de la cuenta sobre mí. Me encontraba cansada y no sé todavía por qué. Sin más, me atrapó una de las hijas de la familia feliz, uno de esos artilugios que los humanos llevan creo que mal puestos en la playa. Uno de esos que con el sueldo de su padre ya les valía. 

Se me enroscó en el cuello y no sé ni cómo ocurrió. No podía respirar. El agua se empezó a enturbiar debido al movimiento que yo hacía y las burbujas que salían. Intenté quitármelo de encima, pero aquello apretaba más cada vez que me movía un milímetro.

—Mamá, ¡Mamá! Me estoy ahogando. ¡Ayuda!

Nadie me oyó. Mi voz no llegaba a ninguna parte porque, aunque a mí me pareciera que estaba gritando todo lo fuerte que podía, estaba sola, en un hilo y sin fuerzas. 

Allí estuve un rato hasta que acabó conmigo. Y ya no podía hablar, tampoco moverme, simplemente estaba allí. Notaba como poco a poco mi alma salía de mi cuerpo y ya no sentía. 

Solo espero que mi familia siga sonriendo día tras día y que les dé una buena impresión mi recuerdo. Que vayan mes tras mes a la playa, pero que completen el camino y no se queden a la mitad. 

No guardo rencor a los humanos por muy desordenados que sean o parezcan. Ya no estoy y eso significa estar en una tranquilidad absoluta con uno mismo, eso es lo que importa. Pero igual los humanos deberían tomar un poco más de consciencia ante esto. He muerto por su culpa. 

 

RESPIRACIÓN AHOGADA
Por Ángela Gómara Rivas, 3º ESO  

14 de marzo del 2020. El día en el que todo cambió. Nada había vuelto a ser igual desde entonces. El mundo se estaba apagando y nosotros éramos los grandes culpables de todo. Ya sabíamos que esto iba a suceder, pero nos dio igual, seguimos adelante con nuestro egoísmo y egocentrismo, sin pararnos a pensar en las consecuencias que esto traería consigo.

Mi vida tampoco era la misma. Esta horrible y terrorífica pandemia se había llevado a mucha gente que quería, que necesitaba a mi lado para seguir adelante. Pero también la estaba perdiendo a ella, estaba perdiendo el magnífico regalo que todo ser humano tenía, que teníamos el derecho de disfrutar pero la obligación de cuidar. Y en vez de eso lo ignoramos, elegimos el camino más fácil, liberándonos de todas las responsabilidades y actuando solo por nosotros mismos.

Durante mucho tiempo recibimos advertencias sobre las inmensas consecuencias que nuestros actos podían tener sobre ella y sobre nuestras propias vidas, pero hicimos caso omiso y miramos hacia otro lado, porque cambiar suponía un sobreesfuerzo que no estábamos dispuestos a hacer.

Muchas veces me preguntaba por qué habíamos sido los elegidos para recibir este regalo si luego lo íbamos a malgastar de tal manera que íbamos a perjudicarnos a nosotros mismos. El porqué aún no lo había descubierto. Pero lo que sí sabía a ciencia cierta era que si continuamos así vamos a acabar con la raza humana en poco tiempo. El respirar aire puro, limpio y libre de gases contaminantes, lo echaba tanto de menos; el silencio y el resplandor de la naturaleza, los animales, era algo de lo que hacía mucho tiempo que no disfrutaba.

Estaba harta de esta horrible situación, necesitaba que acabase, no podía más.  Estábamos inmersos en un círculo vicioso de problemas al que no le veía el final: la pandemia, la destrucción de la naturaleza, la guerra… Estábamos sufriendo, la gente estaba muriendo, necesitábamos salir del profundo y oscuro agujero en el que nos habíamos sumergido y que nos estaba consumiendo por dentro, no nos dejaba respirar ni vivir con libertad. Teníamos que hacer algo para recuperar la cantidad de tiempo y momentos que habíamos perdido.

No sabía cómo, cuándo ni por qué, pero estaba claro que no podíamos dejar que esto siguiese así. No podíamos quedarnos quietos mientras veíamos que nuestras vidas estaban llegando al final, que esto se acababa, y todo por nuestra culpa. Me sentía muy impotente, ¿Cómo iba yo a conseguir cambiar algo tan grande en tan poco tiempo? ¿Cómo iba a deshacer todos los grandes errores que habíamos cometido, errores que habían perdurado generaciones? No lo sabía. Al fin y al cabo solo era un diminuto grano de arena en un infinito universo lleno de playas enteras, playas que no estaban dispuestas a cambiar su manera de vivir, su manera de ser y de relacionarse con el entorno, ese que, poco a poco, se estaba desvaneciendo y esfumándose de nuestro alcance.

Pensar en esto me llenaba de miedo. Me consumía por dentro. No entendía que nadie fuese capaz de hacer algo para salvarnos, para evitar lo que tarde o temprano llegaría, lo que nos haría desaparecer en un instante, sin apenas tiempo para poder despedirnos, para recapacitar sobre las horribles cosas que habíamos estado haciendo todo este tiempo. El final estaba llegando, y en algún momento tocaría nuestras puertas, la puerta del mundo que habíamos destrozado, que nos había estado avisando de lo que podría suceder, al mismo mundo que habíamos ignorado, del que nos habíamos olvidado, ese mundo que nosotros mismos estábamos haciendo desaparecer.

Yo tenía claro que esto está a la vuelta de la esquina y que, cuando menos lo esperemos, va a arrasar con nosotros y con todo.

¿Y tú? ¿Estás dispuesto a cambiar, a renunciar a algunas cosas para salvar la humanidad, para que futuras generaciones tengan la oportunidad de disfrutar del mismo regalo que nosotros no hemos aprovechado?

 

EN UN ABRIR Y CERRAR DE OJOS
Por María Inmaculada Ramos Yruela, 3º ESO

Solo oigo el mar, sirenas que cada vez se oyen más próximas, pero no veo nada salvo la inmensa oscuridad de mi interior. No soy consciente de lo que está pasando a mi alrededor. Lo único que soy capaz de percibir es el dolor inmenso que recorre todo mi cuerpo: cabeza, piernas, brazos… A partir de ahí no recuerdo nada más. Todo está borroso. Hay un velo que me impide rememorar lo que pasó.

Destellos de luz es lo que percibo cuando vuelvo a estar consciente. Después de haber estado sumida en mi oscuridad, inconsciente un periodo de tiempo que no soy capaz de concretar, se agradece ver claridad. Mi próximo paso es abrir los ojos para ver que me encuentro entre cuatro paredes blancas con diversos aparatos característicos de un hospital. Maldigo para mis adentros estar aquí y no saber la razón, pero en cuanto lo hago, de repente aparece un médico. Lleva una bata y una camiseta blanca, unos pantalones caqui algo holgados y una mascarilla. En cuanto me ve, abre los ojos como si verme despierta fuera algo demasiado inesperado, como si fuera un milagro.

Horas después, aparece una mujer con los ojos llorosos, el pelo alborotado y una vestimenta que parece haber sido escogida en un santiamén. Está todo arrugado: pantalones, chaqueta… De repente por mi mente aparecen demasiados recuerdos a la vez: ella, otra chica y yo. Supongo que es… ¿mi madre? No doy crédito. Hay mil y un recuerdos que pasan de forma desordenada por mi cabeza, pero no comprendo cómo ninguno de ellos me hace recordar lo que se quiere a una madre. Puedo ver felicidad en ellos, pero no veo amor, y eso me asusta. No sé cómo era sentir ese sentimiento y ahora mismo siento un gran vacío que no se puede llenar con objetos. Es muy complicado explicar cómo es echar de menos algo que no recuerdas, sientes ese vacío que parece prácticamente insaciable. 

Ha llegado la hora de hacer como si recordase, a base de todos estos recuerdos puedo hacerme un leve esquema de cómo era nuestra vida antes de la caída. Eso lo recuerdo perfectamente. El dolor que sentí recogiendo la basura de los demás que lo único que hacían era ensuciar un lugar hermoso donde me sentía segura. No entiendo cómo si puedo recordar, por ejemplo, lo que me gusta y lo que no, dónde me siento segura y dónde no, pero no poder ni poner nombre a mi posible madre, ni a mi familia, simplemente no lo puedo llegar a asimilar, de momento.

—Ca-Camille e-estás…—Dice mi supuesta madre mientras sus ojos siguen derramando lágrimas. Supongo que ese será mi nombre. Camille. Suena bien. 

—…viva. No lo puedo creer, de verdad. Joana y yo te hemos echado mucho de menos. Que sea la última vez que te acercas tanto al borde de las rocas.  

Hasta después de varios segundos, no me di cuenta de que el médico la agarró del brazo haciendo un gesto para que quizás no me saturara tanto justo cuando me acababa de despertar de lo que ha parecido un sueño. Me sorprendió un poco que me dijera eso, pero luego comprendí que si yo tuviera una hija que hubiese actuado como yo estaría igual. No puedo culparla, solo vela por mi seguridad.

—Mamá…—respondí. 

Y se lanzó hacia mí con los brazos bien abiertos con gran ilusión. Mientras me daba un fuerte abrazo y disfrutaba de su calor, hice una seña al médico para que la dejara hablar libremente y este me dedicó una leve sonrisa.

Todo pasó bastante rápido. Muchas personas con mascarillas entraron y salieron de la habitación, pero no a muchas de ellas recordaba, salvo a una chica y un chico, mis… mejores amigos, creo. Cuando estos entraron a la habitación traían una rosa negra, mi flor favorita. La felicidad era muy fácil de percibir si echabas un vistazo a sus ojos. Se sentaron en un sillón que se encontraba a mi lado derecho. Al principio todo era muy incómodo, nadie hablaba y yo tampoco quería hacerlo. No sabía qué decirles. No quería comenzar esta conversación con algo ridículo, pero el tiempo pasaba y solo me observaban, como si fuera débil, como si el hecho de la caída me hubiese hecho de cristal. No lo podía permitir, así que me rendí y empecé yo la conversación.

—Chicos, ¿estáis bien? Se os ve muy callados…—.

La chica echó una risa sarcástica que no me gustó nada. Me daba la sensación de que esto no iba a acabar bien… Se quitó la mascarilla de un tirón y se acercó a mí. El chico la intentó parar, pero este se detuvo cuando ella empezó a hablar.

—Camille, ¿de verdad no te vas a disculpar? ¿de verdad? —Dijo mientras su semblante iba cambiando de felicidad a enfado.

—No entiendo por qué me tengo que disculpar. No he hecho nada —respondí.

—Me decepcionas, Camille. Somos nosotros los que te dijeron que no te acercaras más al borde de las rocas, que no tenías que recoger la basura porque al día siguiente todo iba a volver a estar sucio. —Hizo un parón para coger aire y continuó con su especie de sermón. —Somos nosotros quienes vieron cómo te resbalaste y te diste con la roca. Te podías haber matado!

Vale, he de decir que eso no era exactamente lo que me esperaba, pero podía haber sido peor, o eso creo. Después de esa escena, el chico agarró a la chica con fuerza como si estuviera cabreado con ella por lo que había hecho y se fueron. Pero antes de nada el chico me abrazó. Ese abrazo fue el mejor que había recibido en mucho tiempo, y al mismo tiempo en que sus brazos abrazaron mi pequeño cuerpo en comparación al suyo, le susurré al oído:

—Gracias…

—Gerard. —Dijo él con una sonrisa.

—Gracias Gerard —pude decir al fin con una sonrisa.

El tiempo voló hasta que me dieron el alta. Leyendo el tiempo pasaba como si un segundo equivaliera a una hora, por ejemplo. Leer era escapar. Escapar de aquellas cuatro paredes donde la gente iba y venía llevando siempre la misma mascarilla azul o negra, dependiendo de la persona. Lo único que podía pensar cuando las veía era que muchas de ellas acabarían en el océano y otras personas como yo las limpiaría. Por eso no se preocupan. Ya estamos nosotros para limpiar sus desechos. Pero no lo hacemos por ellos, lo hacemos porque todo lo que tiran forma una distorsión entre la hermosura del océano y una gran cantidad de paisajes y una capa de residuos causados por fábricas, personas… 

Mi primer día fuera del hospital fue normal, volví a ver mi casa. Es bonita. Tiene dos pisos, un jardín y un garaje y es completamente blanca. Entro en mi habitación y la veo igual que antes, ningún cambio, todo es… raro. Volver a revivir tantos momentos en tan poco tiempo es agobiante, asfixiante, siento que me falta el aire. Veo a los tres: Gerard, Clary y a mí, ahí sentados, pero creo que hay muy pocas posibilidades que eso vuelva a pasar. La aprecio, pero Clary se pasó. Me hirió y lo dejó todo muy claro. Creo que quizás es un poco inmaduro por mi parte no hablar claramente con ella, pero la impotencia ante la lucha que generaría esa conversación para ver quién tiene la razón, como si fuéramos dos competidoras, no es algo que me entusiasme, así que decido ignorar, poner unos muros entre nosotras. Eso es lo que debemos hacer.

La corriente que se cuela por la ventana de madera me despierta antes de tiempo. Así que antes de que mi madre venga a despertarme para ir por primera vez en mucho tiempo al colegio, decido abrir Instagram. No lo abro desde el accidente, así que ya llegó la hora de ver qué pasó en mi ausencia. Pulso el icono de Instagram, con colores que tornan desde el amarillo hasta el azul, y la aplicación empieza a iniciarse. Cuando se abre tengo algún que otro mensaje, pero tengo muy claro que por el momento los voy a dejar a un lado hasta que eche un vistazo a la aplicación. Una sonrisa se dibuja en mis labios al ver que no ha cambiado nada muy relevante. Por una vez me siento feliz al ver que no ha cambiado nada, que después del accidente al menos hay alguna cosa más que sigue normal aparte de mi habitación. No sé cómo expresar la felicidad que siento ahora mismo. Me rebosa, así que me pongo a saltar sin importar la hora que sea. Ahora mismo solo puedo ser feliz. Es un momento feliz, me repito una y otra vez mientras mis pies no tienen freno. Después de tanta alegría se me ocurre escribir un texto defendiendo lo que hice para que quede claro que no me arrepiento. Así que procedo a volver a acceder a Instagram, entro a stories y empiezo a escribir mi mensaje: 

Oigo hablar a la gente y no sé qué decir. Muchos os preguntareis por qué lo hice ya que no encontraréis respuesta a ello por vosotros mismos. Poneos en mi lugar: soy una chica que ama el mar, los animales, los pasajes, la naturaleza y esos son a la vez mis lugares seguros que, por desgracia, están cubiertos por vuestra basura. Sí, la basura que vosotros tiráis y os da igual. Pero no pensáis que hay personas que no son capaces de ver un lugar lleno de vida con bolsas de pipas, patatas… No me podéis preguntar por qué lo hice si ni siquiera sabéis la razón. Así que aquí la tenéis: la razón sois vosotros. Rodas esas personas que tiráis basura y pensáis que no tiene importancia. Al final una montaña está formada por pequeños granos de tierra.

Ya está escrito. Me ha servido para desahogarme. Sin pensarlo doy a publicar la storie y tiro el móvil a la cama. Bajo las escaleras de casa una vez aseada y vestida con el uniforme del instituto. Me deslizo por el pasillo hasta llegar a la cocina para ver qué puedo desayunar. Entonces, al pasar el marco me encuentro con Joana, mi hermana, y mi madre haciendo el desayuno. 

Después de desayunar mi madre me dice que meta la mochila en el coche, así que hago lo que me dice: preparo la mochila y la cargo en mi espalda. “No pesa mucho” pienso mientras bajo las escaleras y empiezo a correr hasta el coche por pura diversión. Meto la mochila en el maletero y suspiro al darme cuenta de que mi móvil se ha quedado en mi habitación. Por un momento pienso en dejarlo, ya que nos vamos en un minuto. Pero lo vuelvo a pensar y de un salto me voy corriendo a mi habitación, corro escaleras arriba, abro la puerta, lo cojo y me vuelvo al coche donde Joana y mi madre me están esperando.

En el viaje de mi casa al colegio lo único que se oye es la música que a mi hermana y a mí nos gusta. Pero esta vez yo me dedico a ver qué ha pasado con mi historia. Entonces me doy cuenta de que ha sido compartida por bastantes personas. Apago el móvil y me centro en la carretera. 

Hemos llegado. Tengo el instituto frente a mis ojos. Es inmenso, más de lo que yo recordaba. No me puedo permitir estar nerviosa, respiro hondo varias veces, me pongo la mascarilla y salgo del coche. Cuando paso la entrada hay gente que me empieza a mirar, pero no mal como en las películas, si no que sonríen, no me critican por lo que hice, ni me llaman exagerada y eso me alegra. Al llegar a mi taquilla veo que Gerard viene corriendo hacia mí y me dice con gran ilusión:

—Camille, ¿lo has visto? 

—No, ¿qué tendría que haber visto? —Le digo con total sinceridad. 

No sé qué tenía que haber visto hasta que me enseña su móvil. Mi historia está en perfiles de gente importante, como algún cantante importante español diciéndome mensajes de apoyo. Eso me llena de felicidad y doy un abrazo a Gerard mientras doy pequeños saltitos de emoción, porque quizás es suerte lo que me ha ocurrido, pero no lo quiero ni pensar, simplemente ha pasado. Hay mucha gente que me apoya, que opina igual que yo. Que ese mensaje se haya hecho viral me hace sentir, sentir mucho.

Y así es como un simple mensaje puede significar mucho. Aún sigo sin saber cómo ha podido ocurrir todo esto en un periodo tan corto de tiempo. Ahora sé que tengo a gente que apoya mis ideales y que quieren proteger el ecosistema al igual que yo. Pero también hay otras personas que no están de acuerdo como mi antigua mejor amiga. Con ella al final todo se quedó en el pasado porque  no soportaba lo que yo hacía y finalmente nos alejamos. Me alegro por haber podido hacer que haya más personas que se hayan concienciado y no tiren tanta basura al mar… Todo lo que me ha pasado ha sido como un milagro: desde despertarme hasta lo del mensaje. Pero no todo ha sido a base de milagros. Yo en ningún momento me he rendido porque la gente me diga que lo que hacía era ridículo o que no servía para nada, porque ya ves: la vida cambia de un momento a otro cuando menos te lo esperas.

 

 

EL COVID-19 DA UN RESPIRO A LA NATURALEZA 
Por Rudi Iván Aguilar Junsán, 3º ESO 

Nuestro medio ambiente ha ido empeorando con el paso del tiempo a causa de la constante contaminación de las fábricas y los vehículos, tanto terrestres como aéreos y marítimos. Además, con el crecimiento de la población mundial, la explotación de recursos ha ido aumentando y, a consecuencia de ello, los ecosistemas han ido cambiando, los animales se empiezan a extinguir y el clima de cada zona geográfica también ha ido cambiando. La naturaleza no se queda observando cómo destrozan sus ecosistemas, por lo que esta responde con desastres naturales que son incontrolables y que dejan bastantes daños materiales, heridos y cadáveres.  Aunque esto sea doloroso y costoso, la humanidad no detendría ni las fábricas ni los vehículos porque, cuando ya pase un tiempo de lo sucedido, la gente empezará a olvidarse de lo que pasó y volverán a sus rutinas diarias. Puede pasar que en un futuro esto sea irreversible y tenemos que darnos cuenta de ello.

Durante la cuarentena causada por el coronavirus, mejor conocido como Covid-19, todo empezó a paralizarse (menos los trabajos esenciales para atender a las necesidades básicas del ser humano) y pudimos ver que, con la desaparición de la humanidad, la contaminación empezó a disiparse y los ecosistemas empezaron a recuperarse poco a poco. Algunas personas llevaron la cuarentena bien mientras que otras estuvieron sufriendo porque a la gente se le empezaba a acabar el dinero y los suministros. Dentro de todo lo malo que trajo el Covid-19, hubo algo que benefició a la naturaleza y es que este virus le dio un respiro para que se recuperara de todo el daño que le hemos hecho la humanidad con nuestro egoísmo y nuestra codicia.

El Covid-19 ha sido algo muy doloroso porque se ha llevado un elevado número de personas a las que queríamos en el mundo entero. El Covid-19 ha sido como una venganza por parte de la madre Tierra, porque la estamos destruyendo vertiendo sustancias tóxicas en las aguas de todo el mundo y en los bosques. La Tierra también es destruida por personas que no tienen ni una pizca de empatía porque ellos tiran basura como botellas de vidrio que pueden provocar un gran incendio que destruya todo lo que se le venga por delante. 

Si no queremos que pasen cosas como esas tenemos que concienciarnos de que sentados con un móvil en mano criticando a la gente que hace maldades no va solucionar ningún problema que tengamos. Lo que tenemos que hacer es ayudar con acciones y no con palabras porque las palabras no van ha hacer nada. Las acciones que debemos hacer para salvar el planeta son reciclar, moderar la explotación de los ecosistemas, procurar no usar el vehículo que tengas, etc.

Si cada persona del planeta aportase su granito de arena y ayudase a cuidar la Tierra no pasarían este tipo de cosas. 

 

EL COVID
Por Diego García Luengo, 3º ESO

El covid es un virus procedente de China que empezó en 2019. De ahí viene el nombre de covid-19. Se expandió por todo el mundo pero, principalmente, por Europa. Llegó a España en menos de una semana y al escuchar que llegó aquí, nos mandaron a todos para casa. 

Se preveía que fuese un confinamiento de un mes, dos meses o como mucho tres. Pero no fue así, estuvimos confinados casi un año, tuvimos que celebrar los cumpleaños y la navidad en casa, cosa que nunca nadie hubiese imaginado. Te podían llegar a multar si salías de casa sin tener que ir a comprar y sin tener necesidad de bajar a tu perro. Es normal que te multaran por salir, porque en ese entonces el covid-19 era mortal prácticamente para las personas mayores. Digo prácticamente porque pocas personas que lo tenían sobrevivían. Para personas de otra edad también lo era, pero menos. 

Todos teníamos miedo de coger el covid-19 porque pensábamos que si lo cogíamos lo íbamos a pasar mal en el hospital ingresados o, incluso, podríamos morir o cabía la posibilidad de pegárselo a familiares mayores, y pensar que un virus podría arrebatarte a una persona importante era impensable. Por supuesto que nadie quiere perder a sus abuelos, aunque desgraciadamente muchas personas de todos los países del mundo perdieron a sus familiares. 

Más adelante las medidas de confinamiento bajaron en cierta manera. Podías salir a correr dentro de un intervalo de horas y a todo aquel que estuviese fuera de casa a las 9 de la noche, si le pillaba la policía, era multado o detenido a no ser que tuviese algo para justificarlo, como por ejemplo, tener que ir a la farmacia a por algún tipo de medicamento. Pero ¿a esas horas quién iba a estar en la calle para ir a comprar? Nadie, porque estaba todo cerrado. 

Cambiando de tema, ir a otro país no era fácil, porque para poder ir necesitabas un permiso para tener una razón de ir, por ejemplo por temas de trabajo. Cada día a las 8 de la tarde todos nos asomábamos a las ventanas para aplaudir a los bomberos y a la policía por el trabajo que hicieron en esos momentos de confinamiento. Ese momento fue el más icónico de toda la pandemia: los bomberos y la policía pasaban por debajo de las casas durante 30 minutos aproximadamente para recibir nuestros aplausos, incluso después de pasar esa hora, había mucha gente en sus casas poniendo música por el altavoz y eran como fiestas y la gente en redes sociales publicaba historias sobre lo que vivían ellos en sus casas relacionado a las canciones que ponían en su urbanización alrededor de las 9 de la noche. 

Las navidades de ese año fueron un poco tristes porque no podrías reunirte con tu familia, solo te dejaban que estuvieseis con cinco en casa y había mucha gente que ya eran cinco personas en sus casas y por lo tanto, por desgracia, no pudieron pasar las navidades con sus seres queridos. 

Después de un tiempo ya podías salir a la calle. Eso sí, tenías que llegar a casa antes de las nueve, aunque había muchas comunidades autónomas que la subieron o bajaron esa hora dependiendo de los casos por covid de esa comunidad. Los restaurantes, bares, etc. estaban cerrados o abiertos, la mayoría abiertos pero algunos tuvieron que cerrar porque por culpa del covid perdían dinero porque lo que vendían se ponía malo después de estar casi un año sin poder salir, y los que estaban abiertos luchaban prácticamente por no arruinarse, porque sabían que nadie compraría un bar o lo alquilaría por lo mal que iría por falta de personas, o por falta de productos para vender. Por lo tanto era muy difícil vivir de eso porque en general perdían mucho dinero por culpa del covid-19.

Luego, después de un tiempo, llegaron las dosis de la vacuna del covid, pero fueron poniéndolas por edades: primero a los mayores de 80 años, luego a los mayores de 70, después los mayores de 60 y así hasta los niños. Pero eso para la primera dosis, luego cuando empezaron a poner la segunda dosis fue otra vez de mayores de 80 hasta llegar a los niños de nuevo. Para ponerlas había dos maneras: que ellos te llamasen para ir a vacunarse o llamar tú para ir a ponértela.

La mayoría de las personas están vacunadas, pero hay gente que se cree que esto del covid es una estrategia o algo del gobierno y por eso no se la ponen, cosa que es un poco absurda, pero ya ellos verán, si no se la ponen se la juegan a coger el covid y a perder familiares. Pero es muy poca población y de esa población la mayoría oscila entre los 30-40 años o incluso de 50. Eso sí la función que tiene la vacuna es prevenir la enfermedad, pero aun así puedes seguir teniendo mocos y dolor de garganta y más efectos del covid. Se dice que están empezando a dar una tercera dosis de la vacuna a personas mayores de momento, luego irán como la primera y la segunda dosis de mayor a menor.

Ahora la situación está más calmada, aunque en navidades de este año hubo muchos casos de covid en España. Pero ahora parece que la cosa se ha calmado un poco, y ahora puedes hacer vida normal como antes. Si quieres puedes ir por la calle sin mascarilla, pero yo sinceramente voy con ella, porque siempre me veo con mi abuela y, aunque los síntomas sean leves por la vacuna, es mejor no comprobarlo. Por eso es mejor prevenir que curar, como dice el dicho y en este caso es verdad. Y aunque todo se haya calmado y todos o casi todos tengan las 2 primeras dosis mínimo, es mejor seguir llevando la mascarilla e intentar no bajarla si hay una multitud de gente cerca, porque nadie te dice que alguien de esa multitud no lo tenga y si lo tienen es muy probable que lo cojas.

En general el covid ha impactado de la peor manera en las vidas de las personas y ha llegado en un momento muy malo del año y eso, quieras o no, pasa factura. Muchas personas han perdido seres queridos y también hay personas que no han perdido pero sí que lo han podido pasar mal con sus familiares ingresados en el hospital. Por eso vendría bien que las personas que van por ahí sin miedo a cogerlo piensen las cosas antes de hacerlas o antes de bajarse la mascarilla o cualquier cosa. Y esto es todo sobre el covid.

Espero que te haya gustado.

 

EL ENCIERRO QUE ME DIO LIBERTAD
Por Brigitte Herrera Latorre, 3º ESO

La pandemia, fue algo que a muchos sorprendió, algo que se veía muy lejano para ellos pero que ahora tomó el control de sus vidas.

Cuando se anunció el comienzo del confinamiento por este virus, se pensaba que solo iban a ser dos semanas, pero el tiempo seguía y dejaron de ser tan solo dos semanas. La gente, que cuando todo empezó estaba feliz de estar en casa, se empezó a aburrir de no hacer nada, de solo estar en su sofá sin poder salir. El estrés y el agobio se manifestaron en estas personas, querían salir otra vez y no estar rodeados de las paredes que ya conocían muy bien por la cantidad de tiempo que llevaban encerradas en ellas. Esto es una desgracia que nadie querría volver a repetir, pero para lo que muchos era un infierno, para mí era tranquilidad. No estaba nada agobiado por la situación, al contrario, incluso pude sentirme mejor, no sentía la gran presión que tenía antes, era como si por fin pudiera respirar. Ahora tengo tiempo para mí sin que nadie me moleste, sin que nadie abuse de mis capacidades. Sé que todos me utilizan para su beneficio, fingen que les importo cuando no es así, no se toman el tiempo de apreciar mi presencia, de ver lo grandioso que puedo llegar a ser, esperan a que dé lo mejor de mí sin recibir nada a cambio. No está en mis manos cambiar eso, siento una gran impotencia al saberlo. Me utilizan y lo único que puedo hacer es dejar que se aprovechen de mí.

Por eso, al empezar la cuarentena, por fin pude estar tranquilo aunque solo fuera un segundo. Eso era más que suficiente para mí. Me han hecho tanto daño que se me hace raro estar bien. También cada vez estoy peor, lo noto, y hay pocas personas a las que les interesa, es tan cruel… pero no puedo hacer nada. Cuando esté realmente mal será demasiado tarde, todos se arrepentirán y querrán que me recupere como sea, no porque les importe, sino porque no podrán beneficiarse de mí, es lo único que les importa. Lamentablemente esto funciona así y por más que quiera que pare no se podrá. 

Ya ha pasado un tiempo desde que empezó la cuarentena y poco a poco las cosas han vuelto a ser como antes, me hubiera gustado que no fuera así pero no tengo el control sobre eso. 

Me encantaría que me aprecien más, que en vez de solo usarme para su consumo me aprecien. 

Atentamente, 

El medio ambiente.

 

COVID Y MEDIOAMBIENTE
Por Fiorella Loor Maza, 3º ESO

Está demostrado que desde el confinamiento la contaminación ha disminuido. Esto se debe al parón brusco de las actividades humanas por la pandemia. También, en unos estudios se han dado cuenta que el planeta tiene menos vibración, probablemente porque la gente se quedó en su casa sin salir durante un largo periodo de tiempo. Esto hace que algunos movimientos sísmicos más leves, que antes de la pandemia no se veían tan nítidos, se puedan detectar y poder evacuar a la gente de ser necesario. Asimismo, en redes se han visto publicadas varias fotos de animales salvajes paseando tranquilamente por las ciudades vacías. 

En mi opinión, la pandemia ha sido algo bastante bueno para el medio ambiente, eso es algo que ha quedado bastante claro. Pienso que deberíamos reflexionar sobre la repercusión que han tenido nuestros dos meses de encierro en el medio ambiente. Puede que nosotros hayamos estado sufriendo en nuestras casas por no poder salir, pero sí nos hemos protegido del covid y a la vez se ha reducido la contaminación. A mi parecer ha valido la pena. Al final nosotros también hemos salido ganando porque hemos podido estar más tiempo con nuestros seres queridos y haciendo cosas que nos apasionan como leer, dibujar, escribir, hacer manualidades y así muchas otras cosas que nos hacen sonreír y desconectar del mundo que nos rodea, que al final es algo que de vez en cuando nos hace falta. 

En mi caso, como estudiante, sé con seguridad que necesito desconectar de tantos exámenes, trabajos y tareas que me traen de cabeza. Repetiría el confinamiento sin duda un par de veces al año, pero sin la tensión de tener una pandemia de por medio, claro está, y si encima me dicen que cuido el medio ambiente encerrada, pues yo me ofrezco voluntaria. Quiero aclarar que no por esto me proclamo una persona con obsesión por no contaminar, está claro que hago lo que puedo, pero más que nada lo hago porque me gusta ir a la playa y verla limpia, cristalina y ver a los peces nadar tranquilamente. Eso es algo que me emociona y me gustaría que en un futuro, no muy lejano, pueda tener esa vista sin basura de por medio. Además, también he hecho una promesa scout: «los scouts siempre dejan el lugar mejor que como lo encontraron». Eso es algo que intento llevar a rajatabla y puede que a veces me cueste, pero cuando veo noticias como por ejemplo la de la tortuga que tenía en la nariz una pajita me digo que yo no puedo ser así. ¿A quién se le ocurre tirar basura al mar como si no hubiese repercusión? ¿Quién no es capaz de pensar que los animales pueden morir a causa de sus irresponsabilidades? Esas y otras tantas preguntas se me pasan por la cabeza cuando al ver u oír ese tipo de informativos la rabia me carcome por dentro. 

Mi conclusión es que de vez en cuando deberíamos darle un respiro a nuestro planeta, que está claro que lo necesita, y concienciarnos de que debemos ser responsables y reciclar, y hacer todo lo posible por no contaminar el medioambiente que al final es algo que también nos perjudica a nosotros.

 

LA COVID Y LO QUE CONLLEVA
Por Marcelo Peña Maza, 4º ESO  

15 de marzo de 2020. Tras tres meses de incertidumbre debido a la aparición de la COVID-19 en Wuhan, el confinamiento había empezado en España y yo sin saber que iban a ser los mejores y peores meses del año que iba a tener. El instituto era a través de clases en línea, videollamadas y tareas por una aplicación llamada Classroom. No había exámenes y la jornada escolar no era la misma, ya que no daba tiempo a hacer todas las clases de esta manera. Eso me venía bastante bien, ya que tenía bastante tiempo para pasar en familia, ver películas, series o jugar a la consola con mis amigos. El problema es que no era consciente de lo que iba a durar aquello.

Un mes sí que te lo compraba, ya que te lo pasas bien, haces lo que quieres en tu casa, estás cómodo… Pero al cabo de dos meses aquello empezaba a aburrir. No podías ver a tus amigos, no podías quedar, no podías hacer absolutamente nada. La única manera que había para salir era el tener que pasear a tu mascota, pero como no tenía ninguna, pues no era el caso.

En el tema de salir de casa tampoco es que sea muy fiestero, ya que en aquel tiempo todavía tenía 14 años, entonces no era de salir por ahí. Como mucho iba a dar una vuelta, comía algo y volvía para mi casa. Pero en fin, comparado con lo que podías hacer durante el confinamiento se agradece el poder hacer aunque sea lo mínimo por salir de tu casa.

Luego estaba el tema de mis padres y el trabajo, y los beneficios que tenía para el medioambiente. Tenía sus ventajas, la verdad, ya que pasaban más tiempo en casa y utilizaban menos el coche, que beneficiaba al medioambiente. Además, a parte de mis padres, prácticamente era todo el mundo el que dejaba de utilizar tanto el transporte privado, como el público, y eso redujo la actividad media mundial de las carreteras casi un 50% comparado con la de 2019.

La calidad del aire también mejoró bastante por las zonas de China y Nueva Delhi, llegando a haber una disminución drástica de dióxido de nitrógeno en las principales ciudades de China.

Además, hablando de mejoras en el medioambiente, debido a la cuarentena, se puede hablar de la mejora que hubo en los océanos.

En el caso del mar Mediterráneo, por la zona de Italia sobre todo, la desocupación del mar hizo que la vida floreciera por allí, ya que la calidad del agua era mejor y la actividad humana era prácticamente inexistente.

Pero bueno, en tal caso lo que quería decir es que la cuarentena nos puede beneficiar y perjudicar al mismo tiempo tanto a nosotros como al planeta entero.

Antes de que nos diéramos cuenta, el 21 de junio, la cuarentena había terminado y habíamos vuelto a la “normalidad” para la situación en la que nos encontrábamos, con mascarilla y restricciones, pero a salvo.