El jurado del I Concurso InterAulas, reunido el 15 de junio, decidió premiar los trabajos realizados por estudiantes del IES Marqués de Santillana de Torrelavega, CC Sagrado Corazón de Jesús de Santoña y el CC San José de Santander. En este artículo reunimos los vídeos, pódcast y textos que han obtenido el primer premio y los accésits en cada categoría de este certamen de periodismo escolar convocado por la Consejería de Educación y la Asociación de Periodistas de Cantabria a través del Proyecto InterAulas.

INFANTIL

¡¡HAY PINGÜINOS EN LA LAVADORA!!
Por Amy Arriaza Alvarado, Pablo Puente del Río y Claudia Santoveña Revuelta, escolares del Educación Infantil 5 años del colegio San José de Santander.

Pincha en la imagen para ver el vídeo.

 

PRIMARIA

LA IGUALDAD EN PANDEMIA’
Por Alejandro Llaguno, Miguel Samperio e Ignacio Villarías, alumnos de 2º E. Primaria del CC Sagrado Corazón de Jesús de Santoña.

Consideramos muy importante el objetivo de la igualdad entre hombres y mujeres y en esta época de pandemia creemos que es posible conseguir logros si aceptamos la responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos. La igualdad está muy relacionada con otros Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Una forma de trabajar para conseguir este objetivo es lo que hacemos en nuestro colegio, es un trabajo continuo, día a día y para explicarlo utilizamos “la red de amor y justicia”.
Es una red imaginaria que cada uno tiene que tejer día a día, cuantos más nudos se hagan más grande será nuestra red, y si se juntan todas las redes, se estará trabajando para conseguir los objetivos para hacer un mundo más justo.

 

 

Accésits:

-PÓDCAST ¿Qué podemos hacer en familia por el desarrollo sostenible?
Por Iraia Arrien Prieto, Laura Jiménez López y Paula García Cotillo, alumnas de 6ºC del CEIP Arturo Dúo de Castro Urdiales.

Cosas muy sencillas pueden ayudar al mundo a no enfermar.

 

 

-PÓDCAST ‘Curiosidades y problemas del mundo en el que vivimos
Por Álvaro Bolado Palacio, Lucas García del Moral y Francisco Pérez Ortiz, alumnos de 6º del CEIP Matilde de la Torre de Muriedas.

Los autores nos acercan algunos datos curiosos, ciertos problemas de nuestros hábitos diarios y las consecuencias que tienen en nuestro planeta.

 

 

ESO / BACHILLERATO/CICLOS FORMATIVOS

VIDEO: ‘SI PERDEMOS EL ECOSISTEMA, PERDEMOS LA VIDA’
Por Lucía Heras Cabrero, alumna de 2°D ESO del IES Marqués de Santillana de Torrelavega.

En este reportaje hablo de los efectos negativos de la basura no biodegradable, casos de basura acumulada en el océano, animales atrapados en este y efectos negativos y positivos del COVID-19 respecto a los plásticos.

 

 

Accésits:

-PODCAST: ‘Los ODS más reales. Hoy, la copa
Por Evelyn Angulo Verdial, alumna de 3º ESO del IES Villajunco de Santander.

¿Aún no sabes qué es la copa menstrual? Escucha este pódcast y descubre por qué es la mejor aliada para los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

 

‘Sofía’
Por Paula Vega Puertas, alumna de 4º ESO del colegio San José de Santander.

En el relato, se cuenta una breve historia sobre la vida de una mujer que por culpa de los malos tratos de su pareja, del Covid, del estado de alarma y al no poder poder salir de casa, no pudo denunciar los abusos de su pareja, perdiendo así la vida. 

 

SOFÍA

Yo soy Sofía y os voy a contar la intensa, triste y corta historia de mi vida. Cuando yo tenía aproximadamente 7 años comenzó el infierno de mi vida. La gente se metía conmigo y, bueno, todos esos insultos me persiguieron durante una gran parte de mi adolescencia. Yo no era capaz de enfrentarme a ellos por miedo a repudias. Así que me callé y aguanté, hasta que no pude más.

Aún recuerdo ese día, en el que por fin me dispuse a hablar y, cuando por fin estaba decidida a hacerlo, noté una mano por detrás. Me giré y de inmediato caí redonda al suelo. Rápidamente los profesores y alumnos se agolparon a mi alrededor. Yo apenas podía ver nada, estaba aturdida, perdida, lo único que podía ver eran cabezas difuminadas a mi alrededor. Mis ojos comenzaron a cerrarse lentamente. En ese instante pasé de estar viviendo la peor pesadilla de mi vida a estar como en las nubes. No sentía nada, era la mejor sensación del mundo. Las preguntas no paraban de rondar por la cabeza, ¿se habría acabado todo este infierno? ¿Es un sueño? ¿Había muerto de verdad? A pesar de que todas esas preguntas estaban en mi cabeza no tenía ninguna preocupación, por fin podría estar en paz, nadie me molestaría, sería por fin feliz.

De repente esa felicidad se terminó. Comencé a escuchar ciertos ruidos, era como si alguien estuviese hablando, pero ¿quién era? Allí donde estuviera, era todo silencioso, no se escuchaba nada. Estaba súper asustada, no sabía de dónde venían esas voces. Mi cabeza no hacía más que darme vueltas y, por mucho que me tapase los oídos, seguía escuchando. De repente, comencé a escuchar las cosas con más claridad. Tenía una sensación muy extraña: era como si me hubiesen sumergido la cabeza en el agua, mis oídos se hubieran llenado de esta y poco a poco se estuviesen vaciando.

El tiempo pasaba y cada vez se escuchaban con más claridad las voces. Hasta que llegó un punto en el que me empezaron a sonar de algo, pero no era capaz de adivinarlo. Sabía que era alguien de mi entorno, pero no sabía quién. A los pocos minutos, pasé de estar en un mundo blanco, yo solo en donde nadie podía molestarme, a escuchar voces…. no me lo podía creer. Era como las películas: estaba viva pero en coma. Los días pasaron y por más que intentaba abrir los ojos no podía. Solo era capaz de escuchar todas las conversaciones que tenían las personas que estaban a mi alrededor. Me estaba enterando de todo, desde que me habían expulsado del colegio, hasta que mi tía Paqui se estaba divorciando de su marido.

Todas las mañanas eran iguales, hasta que un día, aquel lugar blanco e inmenso en donde estaba comenzó a desaparecer y un gran foco me deslumbró la vista. Mis ojos se estaban abriendo inconscientemente. Abro los ojos por primera vez, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que estoy sola. Un pitido ensordecedor no hacía más que taladrarme los oídos. Estaba todo lleno de cables, por la garganta, por los brazos, los dedos, las piernas…

Llevaba un rato ya despierta cuando de repente mi madre entró por la puerta con un café en la mano. Lo último que se esperaba era verme allí con los ojos abiertos como platos. Se quedó en shock, no sabía cómo reaccionar. Después de varios segundos quieta, sin moverse, reaccionó. Fue corriendo hasta donde el doctor, se la podía escuchar desde la misma habitación cómo le gritaba que se diese prisa.

Pasaron los minutos y por fin llegó el doctor. Me quitó el tubo de la boca para que pudiese hablar y me quitó algunos de los cables. Por fin estaba libre. Justo cuando el doctor terminó de quitarme los cables, mi madre se lanzó a por mí a abrazarme. Se lanzó con tanta fuerza que me hizo mucho daño. Seguía teniendo heridas por todo el cuerpo, estaba muy débil, por lo que el doctor le pidió a mi madre que saliese fuera y me dejase descansar un poco. Mi madre súper entusiasmada y con una sonrisa de oreja a oreja salió de la habitación, no sin antes llenarme la cara de besos. Mi madre ya había salido del cuarto, me disponía a cerrar los ojos, cuando de repente el doctor vuelve a entrar, se pone a mi lado me mira a los ojos y me dice:

—Pide ayuda, es grave. Hoy puede que estés aquí, pero mañana podría ser que no. 

Tras esas palabras se marchó, dejándome sola, pensativa, sin saber qué hacer. 

Al cabo de un rato, mi madre y varios familiares, llenaron la habitación. Muchos de ellos con globos, tarjetas y cestas de comida. No podía creerlo, después de despertar de un coma o algo parecido, no podía descansar. ¿Por qué había tanta gente? No estaba cómoda, por lo que, sin que nadie se diese cuenta, utilicé el botón rojo que había al lado de mi cama. Ese botón rojo que ponen en las películas para llamar a los enfermeros por si te pasa algo importante. Y más importante que esto no había nada. Por lo que toqué el timbre y, en menos de 5 segundos, unos enfermeros entraron corriendo por la puerta de la habitación, apartando a todas las personas que se encontraban por su camino, hasta que, por fin consiguieron llegar a la cama. Se preocuparon por mí. Me miraron el corazón, la tensión y poco después me preguntaron cuál era la urgencia a lo que cogiendo a uno del cuello y acercando su oreja a mi boca, le contesté:

—El problema son ellos, acabo de despertar de un coma y están molestando, necesito silencio y estar sola. Diles que se vayan de aquí, por favor.

Y así hizo el enfermero. Los echó a todos uno a uno, no quedó nadie más en la habitación. Así que, tras ese gesto, le di las gracias y por fin pude descansar con tranquilidad.

Al día siguiente, después de haber pasado una larga noche durmiendo, me desperté y en cuanto abrí los ojos vi a un grupo de señores se encontraban a los pies de mi cama. Muy confundida, intenté que me diesen una explicación, pero fue en vano. Ninguno me hizo caso. Simplemente comenzaron a hablar, estuvieron un rato dándome la chapa, no entendía nada, todos utilizaban un vocabulario muy correcto. Después de un rato sin prestar atención me avasallaron a preguntas: « ¿Cómo te encuentras? ¿Recuerdas algo de lo que ha sucedido?» Miles de preguntas salieron por sus bocas, pero ¿por qué? ¿Quiénes eran todas estas personas? No conseguí averiguarlo hasta que por fin salieron de la habitación y tras ellos entró el doctor, que me explicó todo lo que estaba pasando. Resulta que no eran más que psicólogos y psiquiatras que me estaban analizando para saber cómo estaba y si veían conveniente programar citas con ellos. 

Después de varios días ingresada, por fin llegó el día en el que me dieron el alta. Ese día fue uno de los días más felices de mi vida. Por fin podría dejar de alimentarme de esa comida basura que ponen en el hospital. Cuando por fin me monte en el coche y nos dirigimos a casa, el ambiente estaba súper extraño: nadie hablaba como solíamos hacer, solo miraban al frente, ¿por qué sería? ¿Qué estaba pasando por sus cabezas? No pasaron más de dos minutos cuando por fin conseguí averiguar por qué estaba pasando todo eso. Resultaba que me estaban preparando una fiesta sorpresa por mi regreso a la ciudad. Allí estaban todos mis familiares, incluso los que vivían en otros países. Nunca me hubiese imaginado ese recibimiento por parte de la gente, pero allí estaban todos felices porque por fin había vuelto a casa. 

Y bueno, esa es solo la historia de mi adolescencia, que no fue para tanto como mi juventud. Resulta que después de salir del hospital pasé unos días en casa en reposo y cuando por fin comencé a ir a clase todo era diferente, nadie se metía conmigo, todos eran súper amables y respetuosos y al chico que me pegó lo expulsaron del colegio al cabo de unos días de mi ingreso. No había sabido nada más de él desde entonces, pero mejor, era una preocupación menos.

Los años pasaban y mis notas mejoraron, mi grupo de amigos iba en aumento día tras día, hasta que un día, todo esto volvió a cambiar. Cuando ya estaba por acabar segundo de bachillerato, un virus comenzó a acechar a todo el mundo. En España nos lo tomábamos a risa porque era muy surrealista lo que estaba pasando. Pensábamos que simplemente era una broma o un virus más como cualquier otro que sale todos los años y que con un simple medicamento o una simple vacuna estaría solucionado pero estábamos súper equivocados. Todo eran risas hasta que los colegios recibieron llamadas de los centros de salud, diciendo que deberíamos quedarnos un par de semanas en casa, sin ir a clase. Y así hicimos. Pero lo que no sabíamos es que esas semanas pasarían a convertirse en meses. Pasamos un total de 99 días en casa encerrados hasta que, por fin, nos dejaron salir aunque fuese poco tiempo a la calle. Durante esos 99 días mi vida se convirtió en algo que no sería capaz de describir con simples palabras.

Antes de acabar segundo de bachillerato yo estaba saliendo con Josué, un chico alto de complexión delgada, rubio, ojos azules, vamos, un partidazo. Antes de que nos declararan el estado de alarma, él y yo nos fuimos a vivir juntos a una casa alejada de la ciudad, a unos 100 km de distancia. Pero la distancia era lo de menos. Teníamos jardín, la casa era enorme para que nuestros futuros hijos comenzasen a jugar por allí.

Todo era normal hasta que un día se puso muy furioso porque había salido de fiesta con mis amigas. Eso a él no le gustaba, era muy sobreprotector conmigo. Pero ese día se volvió tan loco que una de sus manos cayó en mi cara y, antes de que yo me diese cuenta, ya estaba en el suelo con un charco de sangre a mi alrededor. Se había enfadado tanto que me estaba pegando una paliza. Me había roto el labio y la nariz. Allí estaba yo en el suelo tirada, sin ayuda de nadie, recibiendo insultos por su parte. Se había sentado en el sofá a jugar con sus amigos a la play. Con las pocas fuerzas que tenía me levanté y me dirigí al baño, en donde me tapé y curé todas mis heridas y me tumbé en la cama. A la mañana siguiente, Josué se acercó a mí y me pidió perdón por lo que había hecho. No sabía qué le había pasado, y me juró que no lo volvería a repetir. Pero esos juramentos fueron en vano.

A los pocos días de este incidente volvió a hacerlo, pero esta vez estuvo a punto de matarme. Tuve que ir al hospital yo sola, porque él no se hacía responsable de nada. Cuando llegué me preguntaron el porqué de todas las heridas que tenía y les dije que simplemente me había caído por las escaleras, aunque no fuese así. Allí me curaron todo, me dieron unos medicamentos y, en cuanto volví a casa me lo encontré en el sofá con la cara triste, y me volvió a repetir las mismas cosas que me dijo la última vez. No le tendría que haber perdonado, pero yo le amaba y sabía que eran cosas puntuales, sabía que no lo iba a volver a hacer. Incluso me dijo que si le dejaba él se quitaba la vida porque estaba locamente enamorado de mí y no podía vivir sin mí. No me quedó más opción que perdonarlo. Día tras día eran las mismas cosas: gritos, portazos… y, aunque no me había vuelto a poner la mano encima, cada día era más violento. Pero podría ser normal, llevábamos 22 días encerrados en casa, no podíamos salir a menos que fuese a por la compra o para ir al médico.

Mi vida estaba siendo un infierno por culpa de aquel virus que había viajado por todo el mundo. Todos los días eran peleas constantes hasta que, de repente, un día, mientras hablaba con una de mis amigas por teléfono, sin ninguna razón, Josué me empezó a gritar. Entró en la habitación y me llevó a rastras de los pelos por toda la casa. Intenté explicarle que antes me dejase colgar. Pero fue en vano. Le estaba dando un ataque de ira y me culpaba a mí por ello. Me culpaba por todo lo que él hacía, yo tenía la culpa de todo. Me ató, me tapó la boca y me empezó a golpear. Una y otra vez, sin parar. Mi amiga lo estaba escuchando todo desde el móvil, que resultó estar debajo de mis pies. En cuanto me percaté de eso, le hice una señal para que me sacase de ese infierno. La señal que hice fue juntar mi dedo pulgar hacia la palma y tras él todos los dedos. Esa señal la había visto varias veces por la televisión y era para pedir ayuda. De inmediato mi amiga se percató de lo que estaba pasando y rápidamente llamó a la policía. Tardaron alrededor de 2 minutos en llegar, pero ya era tarde. Josué había cogido un cuchillo y me había apuñalado un total de 4 veces en el abdomen, 3 en las piernas y, después, me dejó sufriendo y desangrándome.

Cuando llegaron los policías tiraron la puerta abajo. Yo seguía viva, pero apenas notaba nada, me estaba desangrando. Se apresuraron a soltarme y me volvieron a llevar al hospital donde me encontré con mi antiguo doctor. El que se había encargado de llevar mi caso cuando era más pequeña. En cuanto entraron por el hospital, el doctor me identificó. Se quedó en shock. De mis heridas salía muchísima sangre. El doctor sabía que me iba a morir. Aun así, hizo todo lo que estaba en sus manos. Me llevó a la primera sala de operaciones y allí se puso a coserme las heridas, pero pasó lo que él más temía: tuvo que certificar la hora de mi muerte a los pocos minutos de entrar. Como el doctor era consciente de que me estaba muriendo, durante la operación me susurro al oído:

—Te dije que algo peor pasaría, pero no te culpo. Cuando salga de este quirófano haré justicia. Por ti y por todas las personas que con esto del Covid no pueden alzar su voz y hacerse escuchar. Te lo juro.

                                                                       ***

Tras la muerte de Sofía, el doctor cumplió con su promesa. Removió cielo tierra y aire para poder hacer justicia. Fue capaz de salvar a más de 150 hombres y mujeres que estaban siendo maltratados en sus casas y no podían hacer nada, no solo por el miedo, sino también por la situación en la que se encontraban. Es decir, en un estado de alarma del cual no podían salir por mucho que lo intentase.

                                                                       ***

Y tras esta larga historia, Carlos y Raquel dijeron a la vez:

—Y esta es la historia de Sofía, una de las muchas personas que han muerto a manos de sus parejas durante esta pandemia. Y os lo contamos nosotros, porque ella ya no puede.

Acto seguido los compañeros de su clase comenzaron a aplaudirles y vitorearles. Cuando acabaron, la profesora les dijo que era el mejor trabajo que habían hecho en lo que lleva ella de tutora. Fue alucinante, por lo que les puso un 10 en la evaluación. Esta historia no les sirvió únicamente para aprobar la asignatura, sino que también les sirvió para abrir las cabezas a muchos de su clase y cambiarles las mentes.