Una alumna del colegio San Agustín de Santander participó en el II Concurso InterAulas con ‘La naturaleza en confinamiento’, un texto en el que comparte sus sensaciones desde que el 14 de marzo de 2020 comenzara el confinamiento y cómo esto propició una mejora del medioambiente y una nueva forma de ver el mundo.

Estar dentro de un sueño o de una película eran las sensaciones que tenía a medida que pasaban los días siguientes al 14 de marzo de 2020, fecha en la que, por orden del Gobierno, no podíamos salir de casa, para así intentar luchar contra un virus que no se sabía muy bien cómo se contagiaba, pero que estaba colapsando los hospitales con enfermos muy graves y llevando a la muerte a miles de personas.

Pasaban los días y, al mirar por la ventana, el paisaje, siendo el mismo, me parecía distinto. Esa sensación de quietud, silencio, sin presencia humana, hacía que el contemplar la calle me pareciese una experiencia nueva, nada que ver con el recuerdo que podía tener de ese mismo gesto hecho un mes antes. Y otro detalle más: ahora tenía mucho más tiempo que antes y estaba muchos más ratos contemplando los amaneceres, las puestas de sol o, simplemente, mirando el paisaje. 

En una de esas contemplaciones estaba, cuando en un pequeño pinar que se ve desde mi casa, empecé a observar aves rapaces. Su vuelo me entretenía mucho, y comencé a pensar en el motivo de no haberlas visto antes. Me di cuenta de que la razón por la que estaban ahí era porque no había presencia humana que las ahuyentase. Entonces, empecé a ver algo positivo del confinamiento.

La pandemia del covid-19 impactó mucho en nuestras vidas. Tuvimos que estar encerrados en casa sin salir, conectados al colegio o al trabajo a través del ordenador. Muchas empresas pararon su actividad y también negocios tuvieron que cerrar, con una notable disminución de los residuos que emitían al exterior. Aunque este virus fue impactante y nos causó y sigue causando muchos problemas a la humanidad, actuó a favor de la tierra, de su fauna y de su flora. Recuerdo estar viendo las noticias y ver casos de ciervos, osos, jabalíes y cabras entre otros, que eran avistados en zonas urbanas de todo el mundo, volviendo a lo que alguna vez había sido su hábitat, y del que los humanos nos habíamos apropiado poco a poco.
La pandemia nos había forzado a hacer eso que parecía tan difícil, que era reducir nuestro efecto sobre la naturaleza. 

La ONU (Organización de las Naciones Unidas) entre sus objetivos de desarrollo sostenible tiene como prioritario la acción por el clima y se centra en adoptar medidas y soluciones de vital importancia para reducir el cambio climático y sus efectos. En los últimos años se han registrado alarmantes niveles de gases de efecto invernadero como el CO2 en la atmósfera, lo cual está repercutiendo en la economía mundial. Además, el nivel del mar no para de subir y los fenómenos meteorológicos son cada vez más extremos.

A pesar de las advertencias, un importante número de países cree que otro crecimiento económico que proteja más la naturaleza no es deseable. Sin embargo, otros muchos se están poniendo de acuerdo para tomar medidas que a la vez que nos permiten recuperarnos de los daños que ha causado el coronavirus cumplan con los objetivos medioambientales. 

Centrarse en la economía verde, generar nuevos empleos que sean más sostenibles, dejar de producir combustibles fósiles haciendo también a los contaminadores pagar dinero por dicha contaminación, y la cooperación, son algunas de las medidas que tienen pensado llevar a cabo. Esto generará cambios a largo plazo, por lo que no hay que esperar respuesta inmediata. 

También hay que darse cuenta de que lo que de verdad va a cambiar la situación medioambiental en la que nos encontramos son las acciones individuales que hacemos cada uno de nosotros. Hay que concienciar a la población de esto, y ahí es donde los medios de comunicación cobran importancia. 

Más tarde estaría el objetivo de desarrollo sostenible de la vida submarina, el cual busca la conservación y utilización de mares y océanos de manera más sostenible, intentando minimizar la contaminación de los mismos. El coronavirus, al igual que a los animales que habitan en la tierra, ha ayudado a los mares y océanos a que “descansen” de toda la actividad industrial y contaminación que se estaba produciendo en estos últimos años. 

Personalmente me impactó cuando en verano pude ir a la playa aquel año tras la cuarentena y ver unas aguas muy cristalinas, como nunca las había visto los años anteriores. Además, se podían ver mayor cantidad de peces, moluscos y algas en las rocas submarinas. Ahí fue cuando me pregunté qué pasaría si hubiera cesado la actividad humana durante un periodo más largo de tiempo, como un año, y lo más probable es que la situación ambiental mejorara de forma considerable, pero económicamente sería muy duro para muchas empresas, y es por eso por lo que se están intentando buscar otras soluciones.

Los mares y océanos son esenciales, no solo por su cantidad de agua y sales, sino también por su gran biodiversidad, con casi 200.000 especies. Dependen de ellos millones de personas para su sustento y el valor del mercado de los recursos costeros y marinos supone el 5 por ciento del PIB mundial. Además, es una gran fuente de proteínas, posibilita el empleo directa o indirectamente a más de 200 millones de personas y capta el 30 por ciento del dióxido de carbono producido por los seres humanos. Esto demuestra la importancia vital que tiene la preservación de estos. Muchas empresas, cuya actividad fue detenida por el coronavirus, se plantearon volver a la producción de una manera más sostenible e investigar más en los océanos para obtener nuevas maneras de sostenerlo.

Finalmente podemos hablar del objetivo que trata la vida de los ecosistemas terrestres, el cual intenta restablecer, proteger y promover un uso sostenible de estos, para detener principalmente la pérdida de diversidad. Para empezar, debo destacar que todas las especies son igual de importantes para los ecosistemas. Muchos tendemos a pensar que criaturas más pequeñas o aquellas que no nos benefician directamente a nosotros (como aquellas de las que conseguimos alimento y materiales para confeccionar ropa) no son vitales, pero todas las especies, tanto animales como plantas, tienen una función en el ecosistema, ya sea algo tan simple como servir de alimento para otras especies o para alimentarse de otras que se reproducen en abundancia. 

Yo también creía que la extinción de algunas especies no afectaba nada al ecosistema, hasta que en una clase de Biología nos pusieron un ejemplo real que pasó hace unas cuantas décadas. En Borneo, Malasia, la malaria estaba causando muchas muertes y la gran cantidad de mosquitos que había era la principal razón por la cual se estaba propagando tan rápido. Por ello, se solicitó ayuda a la OMS, que roció un insecticida por toda el área afectada para exterminar a todos los mosquitos. Con este veneno, también acabaron matando a unas avispas parásitas, y la población de orugas, tras la desaparición de su depredador, aumentó de tamaño y empezó a comerse los techos de paja de las casas de agricultores, lo que causó que se desmoronaran. Además, este insecticida también fue consumido por los geckos, animal del que se alimentaban los gatos, causando su muerte. Esto generó un aumento de ratas que provocó una destrucción de cultivos y la aparición de peste selvática. Tras esto, se realizó la operación de tirar gatos en paracaídas en la isla, para intentar restaurar el orden. Este es un ejemplo que demostró las graves consecuencias de alterar el equilibrio ecológico y cómo la eliminación de un animal tan pequeño como un mosquito puede tener graves consecuencias en la cadena trófica y en nosotros.

Por tanto, intentemos que algo que nos ha permitido ver la pandemia del coronavirus, como ha sido que frenar la actividad humana, ha permitido que los animales y las plantas nos muestren lo mejor de la naturaleza, nos sirva para motivarnos e intentar conseguir los objetivos medioambientales.

 

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