‘El jardín de la paz’ y ‘Los 21 cascos: Noche de paz’ son los relatos con los que el alumnado del colegio San Martín de Santander participó en el V Concurso InterAulas de periodismo escolar. Dos alegatos a favor de la paz frente a la violencia de la guerra. 

EL JARDÍN DE LA PAZ 
Por Jesús David Postelnicu Ballesteros, alumno de 3º de ESO del CC San Martín Santander.

1. La guerra eterna

Entre dos montañas eternamente cubiertas de nubes, se extendía el Valle de los Suspiros. Un lugar que, en tiempos antiguos, había sido fértil y verde, lleno de cantos de pájaros y niños corriendo bajo el sol. Pero esos tiempos ya no existían en la memoria de nadie. Ahora, el valle era un campo de guerra.

Solaria y Umbra, dos pueblos hermanos separados por viejas heridas, habían luchado tanto tiempo que ni los más ancianos recordaban el primer insulto, la primera traición, el primer disparo. Solo sabían que el enemigo estaba del otro lado del río.

Cada año nacían nuevas generaciones destinadas no a sembrar ni a construir, sino a aprender a empuñar la lanza, a disparar el arco, a odiar. El odio era como el aire: inevitable, invisible, respirado por todos.

El río que separaba ambos pueblos era ancho y de corrientes violentas. Pero el verdadero abismo no era de agua: era de miedo y de rencor.

2. La niña de los ojos grandes

En Solaria vivía Alina, una niña distinta a los demás.
Mientras los otros aprendían tácticas de batalla, ella prefería caminar entre los árboles, buscando flores escondidas, restos de vida en un mundo de muerte.

A veces encontraba semillas en rincones olvidados. A veces escuchaba el canto solitario de un ave y sentía un dolor agudo en el pecho, como si dentro de ella habitara un anhelo que no podía nombrar.

Un día, después de una discusión en el consejo de su pueblo sobre una nueva ofensiva contra Umbra, Alina se escapó hacia el río. Quería pensar. Quería imaginar, aunque fuera por un instante, cómo sería vivir sin miedo.

Fue entonces cuando lo vio.

Una espada. Clavada profundamente en el barro, oxidada por los años, olvidada por la guerra.
Y, al lado de la espada, una flor. Solitaria, diminuta, frágil. Pero viva.

Alina se acercó como si fuera un tesoro sagrado. Se arrodilló en el suelo, tocó los pétalos suaves. ¿Cómo podía algo tan hermoso crecer entre tanta muerte?

—¿Por qué seguimos peleando? —susurró, como si el viento pudiera llevar su pregunta a algún oído bondadoso.

3. El plan secreto

Esa noche, Alina no pudo dormir. La imagen de la flor, desafiando la aridez y la tristeza, no la abandonaba. Sabía que, si otros la veían, probablemente la pisotearían. No por maldad pura, sino porque en Solaria —y en Umbra— la belleza era sospechosa. La vida era un lujo que la guerra no podía permitirse.

A la mañana siguiente, Alina tomó una bolsa de tela y fue al viejo almacén de semillas del pueblo, donde se guardaban aún reliquias de épocas mejores: girasoles, amapolas, lavandas, tréboles. Robó un pequeño puñado de cada una.

Luego, día tras día, volvía en secreto al mismo lugar. Sembraba en torno a la espada, como un ritual silencioso. Regaba las semillas con agua del río. Les cantaba, porque en algún rincón de su corazón sabía que las plantas entienden los susurros del alma.

Era su pequeño acto de rebeldía: decir «no» a la guerra, no con gritos ni batallas, sino con raíces, con colores, con vida.

4. El niño del otro lado

Una tarde, mientras canturreaba junto a sus brotes diminutos, sintió unos pasos.
Alina se congeló, el corazón latiéndole como un tambor en el pecho.

Un niño de Umbra, no mucho mayor que ella, la observaba desde unos metros. Tenía cabello oscuro, piel curtida por el sol, y ojos de un negro profundo y triste.
Podía gritar. Podía delatarla. Podía atacarla.

Pero no lo hizo.

En cambio, lentamente, se agachó y comenzó a arrancar malas hierbas del suelo, ayudándola a liberar espacio para sus flores.
En silencio, trabajaron juntos durante horas.

Al caer el sol, el niño rompió el mutismo:

—Me llamo Eren.

Alina dudó un segundo, pero respondió:

—Yo soy Alina.

Y fue suficiente.

Desde entonces, se encontraban cada tarde en el mismo lugar, dos niños que habían sido criados para odiarse, pero que encontraron en las flores un idioma que no necesitaba traducción.

5. El milagro

Las estaciones cambiaban lentamente. Primero brotaron los pequeños tallos verdes. Luego, tímidas flores blancas, amarillas, rojas. El campo, una vez estéril, comenzó a llenarse de vida, como si el propio valle recordara quién había sido.

Los soldados de Solaria y Umbra comenzaron a notar el cambio. Al principio, con recelo. ¿Era una trampa? ¿Una estrategia del enemigo?

Pero las flores seguían creciendo, imparables, desbordando el campo de batalla.

Una mañana, un destacamento de ambos lados fue enviado para inspeccionar. Y allí estaban: los niños, trabajando codo a codo, sonriendo entre las flores.
No había espadas. No había escudos.
Solo tierra en las manos, sudor en la frente y brillo en los ojos.

Los soldados, endurecidos por años de guerra, bajaron sus armas, desconcertados.

En ese momento, sin necesidad de palabras, muchos comprendieron que el enemigo no estaba del otro lado del río.
El enemigo era el miedo. El rencor. La costumbre de odiar.

6. Decir "no"

El día que debía librarse una gran batalla, ambos ejércitos se encontraron en el centro del valle. Pero algo era diferente. El aire olía a lavanda y a tierra húmeda. El suelo, cubierto de flores, crujía suavemente bajo sus botas.

Y entonces, como una marea lenta pero imparable, uno a uno comenzaron a clavar sus lanzas en la tierra. A dejar caer sus escudos. A tender la mano al enemigo.

Alina y Eren, tomados de la mano, miraban todo con lágrimas en los ojos. Habían logrado lo que generaciones de líderes no pudieron: detener la rueda del odio. No con armas. No con tratados frágiles sino sembrando vida en medio de la muerte.

Desde entonces, Solaria y Umbra fueron conocidos no por su guerra, sino por su jardín inmenso, donde cada año se celebraba el Festival de la Paz.
Un festival donde niños de ambos pueblos corrían juntos entre las flores, recordando la lección más importante:

Decir «no» a la guerra no es un acto de rendición.
Es el primer acto de verdadera valentía.

 

LOS 21 CASCOS: NOCHE DE PAZ
Por Victoria Agüero García, alumna de 3º de ESO del CC San Martín de Santander.

-Te digo que yo resolveré tus preguntas sobre mí, para que las publiques y pares de culparme por lo que dijiste que hice.

– Una semana, antes del 21 de septiembre, y a cambio dejaré de culparte, y te daré todo, casa, fortuna, fama y a la persona que amas, pero si no consigues nada, te mataré aquí mismo con mi propia espada como sentencia. Ahora vete, e intenta encontrar al forajido que tanto tiempo hemos buscado.

Día 1: Lunes antes del 21 de septiembre

21 años de aquello, 21 años sin saber de él. Ahora cargando estoy yo sus delitos. La humillación no la quiso para sí y se la entregó a su hijo. “Creo yo que te tuve para eso”, aún recuerdo esa frase en nuestra conversación sobre ese tipo. Un psicópata a sueldo, un estafador de los buenos, que esa vez, se esmeró en su trabajo, matando al padre de Narciso y dejando paralítico a su abuelo, tras dispararlo por detrás. Narciso es y será el mejor manipulador de nuestra generación, con su astucia y su gran labia en las letras ha conseguido que todo el mundo se pusiera en contra de mi padre, de todo aquello que tenía en sus manos. Pero todo es todo, hasta de mí. Como venganza por no encontrar al verdadero asesino, me disfrazo de él, para que cualquiera pudiera atacarme sin manchar su conciencia. Narciso, me has arruinado la vida, me culpas a mí de lo de tu padre, pero yo ni había nacido en ese entonces, y para nada yo sería como él, pero aun así te empeñas en odiarme a mí, y no a él. ¡Te demostraré quién soy yo entregándote al culpable de todas nuestras tragedias! 

Día 2: Martes antes del 21 de septiembre

Ya he entrevistado a mucha gente, pero ninguna quiere cooperar. Lo único que les hago es hablarles sobre el asesino que tanto odian y como pueden ayudarme, pero no dicen nada, solo me miran, gruñen y se van. Todos saben quién soy, el hijo de él, quién mató al padre de Narciso, un hombre de fortuna que ayudaba a los pobres, una especie de Robin Hood, pero que se quitaba a sí mismo para dárselo a los demás. También hubo muchos que se burlaban de mí y decían “¿Cómo es que no sabes donde esta tú padre?, ¿no son lo mismo?,”. Lo siento, ¡perdonadme! ¡por parecerme a mi padre!, por tener sus pecas, por tener sus ojos, y por tener su nariz, ¡perdonadme!, porque Narciso os haya engañado con astutas razones y palabras vanas que se disfrazan de justicia para su padre, como excusa para condenarme, pero lo que no perdonaré. Es castigar al inocente y dejar vivo al culpable, porque ese es el problema, que si tuviéramos al culpable nadie se atrevería a condenarlo, porque todos somos unos miedicas, incluso yo, que condeno más a Narciso, que a mi propio padre.

Día 3: Miércoles antes del 21 de septiembre

Nada, no he encontrado nada, y mi vida va cayendo por el reloj de arena. Pronto sentiré la condena en mi cuello, como no encuentre al verdadero culpable. No me queda más esperanza, que hablar con ella, con Benita, mi mejor amiga, mi amor, la que Narciso prometió que me conseguiría si encuentro al culpable, iré donde ella, para conseguir respuestas. 

– ¡Lárgate de aquí!, no quiero saber nada sobre ti o Narciso.

– Por favor, Benita, ayúdame, no quiero molestar, solo quiero ser aceptado, y que no me odien.

– Entra, pero a mí no me meterás en tus problemas.

– Solo quiero que me digas todo lo que sepas del padre de Narciso y el día de su asesinato, porque sé que estabas muy unida a él.

– Solo sé que no es el hombre que piensas. Tu padre no es el único culpable, diría yo que no es el verdadero.

– ¿Quién eres tú?, ¿eres la Benita que conozco?, ¡Benita, tú jamás defenderías a un asesino! ¡a alguien que merece el castigo!

– ¡Por eso mismo te cuento la verdad!, ¡yo jamás defendería a un asesino!, pero tengo miedo de llevarle la contraria a Narciso, porque todos se caerían sobre mí. Mírate, odias a Narciso, pero hasta tú mismo te crees sus mentiras.

– ¡No vuelvas a decir que creo en sus mentiras!, mírame, estoy así por culpa de Narciso, porque la gente es idiota y no ve más allá de lo que les han contado. ¡Ni siquiera buscan pruebas de la verdad y ya se creen dueñas de ella!

– Claro que sí, todos somos idiotas, pero tú eres el que más, porque a pesar de ser tú una víctima y tener la banda de tus ojos floja, sigues empeñado en atarla y no ver más allá de lo que te ha contado Narciso.

– Y tú una cobarde, porque si no fuera porque te insistí, jamás hablarías.

– Yo no soy alguien de guerras, yo soy una persona de paz.

– Además de cobarde, mentirosa. ¿Dónde ves tú la paz?, ¿dónde ves tú que cese el conflicto?. Yo lo único que veo es guerra por todas partes. Todos agarran sus armas y las apuntan hacia a mí, y yo no tengo ni un solo casco con que protegerme, porque el casco lo tienes tú.

– Sí, lo admito, soy una cobarde, por no enfrentarme a los que se declaran mis enemigos, mas no soy una mentirosa. Soy en verdad una persona de paz, una cobarde de paz, porque no quiero problemas, no quiero que me odien, solo quiero vivir tranquila sin hacer daño a nadie, pero tampoco quiero ayudar a nadie, porque sé que intentarán hacerme daño. No soy una persona guerrera como tú.

– Claro que lo eres, escúchame. No sé si Narciso te ha amenazado con hablar mal de ti si abres tú boca, pero que tengas miedo le pasa a cualquiera, pero eso no significa que seas una cobarde por tener miedo. Porque si hablas, ya habrás sido más valiente que el propio Narciso, que se oculta tras mentiras. Sé una guerrera, pero en silencio, sino quieres que te apunten, déjame eso a mí.

– Está bien, hace 21 años quería hablar con el padre de Narciso, porque estaba enamorado de él, y se lo quería confesar. Le llamé preguntando si podría verle en su despacho, y dijo que sí. Yo estaba gozando de alegría, aunque mi amor no fuera para él, pero decidí hacerlo, pero al final, antes de entrar, vi a tú padre junto con Narciso al lado de su padre, manchando su alfombra con su sangre caliente. Yo grité, pero Narciso me atrapó, dijo que como abriera mi bocaza, haría lo que fuera posible para dejarme como tú.

– ¿Y mi padre?

– ¿Qué importa tú padre?, te acabo de decir quién es el culpable.

– ¿Por qué solo te importa Narciso? No solo él es culpable, hay que acabar con todo de raíz.

– ¡Ja!, ¡suerte!, porque para acabar con la guerra de raíz, tendrías que acabar con la humanidad entera.

No pude negarla, porque tenía razón.

Días 4- 5: Jueves- Viernes antes del 21 de septiembre

Y aquí estoy yo, sin esperanzas, sin fe en que lo lograré y sentado en un banco, llorando dentro de mí. Porque no solo al culpable no encontraré, sino que mi amor ama a otro y no a mí. No solo tengo conflictos externos sino que tengo conflictos conmigo mismo. ¿Por qué si me duele tanto que su corazón esté con otro, por qué no la suelto? Es una guerra que no estoy dispuesto a perder, pero sinceramente, no creo que ganaré algo aferrándome a lo que sé que no es mío.

– Ojalá pudiera acabar con mis guerras. Las guerras que se siente que yo quedaré como el desamparado. Ya no sé qué hacer, todas mis esperanzas se van como mi integridad. Eres un tramposo Narciso. Pero has ganado, me rindo.

Día 6: Sábado antes del 21 de septiembre 
  • Me hubiera gustado que no te rindieses.
  • ¿Y por qué?
  • Porque hubiera sido más divertido ejecutarte con tu desesperación como tu acompañante, la única que tendrás.
  • Sabes el porqué me rendí, porque mejor nos ahorramos el relleno y me dices por qué mataste a tu padre.
  • ¿Y por qué no podía? Ese hombre iba en contra de todo lo que yo pienso.
  • ¿Y por eso merecía morir?
  • Fíjate que sí. No sé qué pensarás sobre él, pero mi padre era un auténtico egoísta; un patán, sin capacidad de razonamiento de cómo sus palabras afectarían a mi persona.
  • ¿Qué te dijo? ¿te humilló? ¿te insultó? ¿o difundió cosas de ti que no eran ciertas? ¡como haces tú!
  • No, simplemente no compartíamos opiniones.
  • ¿Y ya? Eso es todo, mataste a una persona, a tu propio padre, simplemente porque no compartían opinión.
  • Sí.
  • Estás demente Narciso, es a ti al que tienen que ejecutar.
  • ¿Y por qué? ¿acaso no se meten a personas a la cárcel porque no comparten la misma opinión del resto? Yo solo hice mi propia justicia.
  • Narciso, una cosa es condenar para defenderte y otra matar para imponerte.
  • Hay que ver, por eso estas como estás, primito. No eres como tú padre; que sí le vio ganancias al asunto.  
Día 7: Domingo antes del 21 de septiembre

Faltaba un día para el 21 de septiembre, el día de la paz, que ironía. Narciso me llevó a una habitación oscura donde se podía ver el rostro de una persona. Esa persona sentada de rostro envejecido era su abuelo.

– ¿Debería sorprenderme por verte aquí?

– No, ni un poquito. Ese desgraciado de mi nieto me dejo paralítico.

– ¿A ti también te van a ejecutar?

– No, a diferencia de ti, él no tiene ninguna coartada barata para ejecutarme. Aunque sinceramente, prefiero que me ejecuten en tu lugar.

– ¿Por qué? ¿le he dado yo a usted algo para ofrecerme su vida?

– Yo ya estoy mayor, y he sufrido y disfrutado las cosas de la vida y no me importa morir. En cambio tú, aún eres muy joven.

– ¿Pero de qué sirve vivir si quieren callarme?

– Hijo, la vida es corta. No dejes que te la arruine gente que te quiere muerto y sumiso. Mejor es seguir y comprender cómo es el vivir para darte cuenta de lo poco que importa la gente que no sabe y no ser como ellos.

– Lo sé, ¿pero de qué servirá comprenderla? Si me despediré de ella.

– Hijo, te digo una cosa, como anciano que soy, que ha pasado por el infierno llamado guerra, sé con exactitud lo que hay que hacer cuando tú vida es más corta que el de un insecto.

– ¿El qué?

– Matar a la rana, a la sucia rana antes que te mate a ti primero.

El señor me había dado una pistola, de esas antiguas, pero que el tiempo no había hecho nada con ellas. Ya sabía lo que me decía y no iba arrepentirme de nada. Muchas gracias abuelo.

Día 1:Lunes. El Día de paz, noche de paz, descansen en paz

El día de mi llegada y despedida, el Día de la paz. Oh 21 de septiembre, ¿se supone que en esta fecha deberíamos estar todos unidos? Supongo que, si se cumple, porque todos en esta sala, grandes, pequeños, gordos, flacos, caucásicos y negros, están todos unidos para matarme. Qué bien que al fin estén de acuerdo en algo las mismas personas que siempre oía discutir. Me alegro de que por fin tengan algo en común mis vecinos. que vi por el costado, ¡qué bien! Oh Día de la paz qué bien le has hecho a toda la humanidad, porque todos los días la gente se está matando, enfadando, insultando y golpeando a las personas, la mayoría de las veces por cosas insignificantes, que no aportan nada a la moral o a las estructuras de la sociedad, pero cuando tú llegas, oh Día de la paz, el que pegaba se convierte en pacificador, el que abusaba se vuelve defensor y el mentía se vuelve justiciero. Qué pena que cuando tú te vas todo vuelve a la normalidad, parece ser que a la gente no le importa la paz, solo le importa el día. Oh Día de la paz.

  • ¿Quién está listo para ver como ejecuto a este ser?
  • ¡Adelante! Gritaba todo el mundo.
  •  ¡Preparen sus cascos de justicia, para que ustedes estén conmigo en la batalla, aunque estén sentados!
  • ¡Sí! Alababa el pueblo.
  • ¿Listo para morir, primo?
  • Sí, ¿pero tú?

Le di en todo el hombro, lo suficiente para que no fuera mortal, pero no lo suficiente para que no se retorciera de dolor.

  • ¡Asqueroso! ¡no vas a vivir para contarlo!

Ambos acabamos batallando, él con su espada y yo con la pistola. Intentaba darle, pero sus ágiles movimientos esquivaban a la perfección. Todo el estadio se bañaba con nuestra sangre. La gente no decía nada, solo se quedaba en silencio. Narciso y yo seguimos peleando al ritmo, a la marcha, como si fuéramos bailarines, y nuestra sangre eran las cintas que nos acompañaban en nuestros pasos. Mi pistola era la que ponía los pasos y su espada la que marchaba el ritmo. Fue glorioso, Narciso apuntó con su espada y yo con la última bala. Ambos nos acercamos, dejamos el pecho descubierto al oponente y acabó el baile. Él con una bala en el pecho y yo con una espada. Al final ambos pagamos condenas distintas. Ninguno salió victorioso, nadie iba salir victorioso en una pelea, ya todos sabemos lo que pasa, tanto me hubiera gustado vivir una vida en tranquila armonía, pero la gente desea sangre en su currículo de vida.