El alumnado del CC Miguel Bravo-AA La Salle de Santander participó de forma muy variada en el V Concurso InterAulas de periodismo escolar, con textos, vídeos y pódcasts en los que abordan tanto los conflictos bélicos mundiales como las guerras cotidianas que hay que afrontar cada día. Cuatro estudiantes de 1º de ESO este centro educativo ganaron en la categoría de ESO en la modalidad grupal y su vídeo está publicado en portada, pero también hubo trabajos de 6º de Primaria, 3º y 4º de ESO. 

BUCLE REITERATIVO 
Por Mireia Toral San Miguel, alumna de 4º de ESO del CC Miguel Bravo-AA La Salle de Santander.

13 de diciembre del 2026.
7:30 de la mañana

Una melodía chillona y repetitiva resuena en los altavoces de mi teléfono, rogando por despertarme de una maldita vez. Sin embargo, el botón de posponer me suele dominar espiritualmente. Cesé la alarma con un toque brusco a la pantalla y sin siquiera abrir los ojos, hasta que, cinco minutos más tarde, volvió a tintinear. Terminé optando por desactivarla, siendo consciente de que en una hora volvería a sonar. También sabía que no debía hacer eso. Siempre que procrastinaba el tiempo de levantarme, llegaba tarde, pero no podía evitarlo. Mi cuerpo nunca me permitía ser productivo.

8:30 de la mañana

Genial. La alarma sonó hace quince minutos y al señorito no le dio la gana de hacerla caso. Me froté los ojos y me quedé mirando al techo durante unos cuantos segundos. Fuera como fuese no iba a llegar a la hora, ¿acaso merecía la pena ir? Un día más, un día menos… Sin embargo, en un impulso, me incorporé de mi bella cama y suspiré. Ya no tenía claro qué estaba haciendo con mi vida, ni siquiera la disfrutaba como cualquier niño de mi edad.

Con dificultad, abrí la puerta corrediza de mi armario y agarré lo primero que vi tirado en uno de los cajones. No hice el esfuerzo ni de ver si quedaba bien, pues llegué al punto en el que llevar un calcetín amarillo y el otro colorado se me hacía normal. Fui obligado a ponerme un cinturón grisáceo e insulso para que no se me cayera el pantalón. Al salir de mi habitación, un aroma desagradable inundó mis fosas nasales. En la mesita del salón, decoraba una colilla soportando un cuarteto de cigarrillos recién apagados, de mi padre.

Acostumbrado, lo dejé pasar y me concentré en acabar de prepararme. Me puse los zapatos y acto seguido mi chaqueta vaquera con una bandera pirata en la espalda. Me coloqué la mochila en un hombro y rápidamente conecté los auriculares a mi teléfono. A duras penas pude acordarme de coger las llaves. Así pues, salí de casa sin desayunar. Como siempre, vaya.

8:45 de la mañana

Estoy parado frente a la entrada de mi aula, dudando si debería entrar o no. Con un suspiro, abro la puerta y saludo de forma seca y sin ganas. Como me lo esperaba, toda la atención se dirige a mí, sin ser mi intención, ¿verdad?

La profesora me volvió a echar la bronca por llegar tarde.

—Es la cuarta vez esta semana. ¿Cuándo vas a aprender? —dice.

No obstante, decido ignorarla y voy directo a mi asiento, dejándome caer junto a la mochila, que quedó tumbada en el pupitre. Por suerte, poco después siguió con la lección y los demás dejaron de mirarme como si fuera un mono de feria. Durante toda la hora me limité a pintarme las uñas con rotuladores, cada una de un color diferente, prestando atención nula a la clase. ¿Qué me interesaba a mí si el calentamiento global estaba aumentando o si la contaminación marina se estaba convirtiendo en un grave problema? Mantenerme vivo ya era un verdadero reto, pero como si a alguien en esa miserable escuela le importara. 

10:30 de la mañana

Finalmente llegó el recreo.

En cuanto salí, mi tutor me estaba esperando en el pasillo. Le vi acercarse a mí con una expresión seria y disgustada en su rostro, como de costumbre. Me pidió hablar en privado… Más bien, me obligó, pues no pude ni responderlo cuando me agarró del antebrazo y me metió en la sala de orientación. No perdió ni un minuto para comenzar a hablar sobre mi comportamiento aquel curso o sobre como mis notas estaban bajando de forma radical.

—Deberías estudiar más. Si sigues así, te va a ir muy mal en la vida.

Fue uno de los muchos comentarios que salieron de su repugnante boca. No respondí a nada de lo que me dijo. Tampoco tenía sentido intentarlo. Estaba perdiendo mi magnifico tiempo libre escuchando sus reproches que de nada me iban a servir para motivarme. 

—De verdad, no tienes remedio —con eso último, desapareció de mi campo de visión y me dejó sólo, ahogándome en mi propia miseria.

Apreté mis puños con fuerza y me incorporé, mirando a través de la ventana y deseando poder escaparme de esa cárcel. ¿Por qué nadie hacía el mínimo afán de preguntarme cómo estaba? ¿Por qué se centraban en lo que no hacía, pero nunca en lo que cargaba? Solo esperaban que me arreglara solo, como si fuera por arte de magia.

14:15 de la tarde                                                                                 

Salí del colegio.

Con la mochila colgando y cordones desabrochados, caminaba junto a una mirada perdida que ignoraba cualquier contacto visual con los que me rodeaban. Nunca entendí por qué me miraban tanto, odiaba llamar la atención. Me subí la capucha y seguí caminando para llegar a mi portal. A causa de la cerradura arcaica, me costó más de lo normal abrir, pero cuando entré a éste, pasé por delante de dos señoras que supuse que eran vecinas.

—Míralo, cada día más ido. Ese chico va por mal camino, ya se nota —pude captar el susurro de una de las mujeres.

—Pobrecito, siempre va tan apagado… Ojalá no esté metido en cosas raras —comentó la otra, como si la compasión la hiciera menos cruel.

Mordí el interior de mi mejilla y aceleré mi paso al subir las escaleras. Era tan irritante escuchar ese tipo de cosas como si no me afectaran para nada. A todo el mundo le encantaba criticar sin saber, juzgar sin conocer, pero, como siempre, no buscaban conocer la autenticidad del problema.

Siete y veinte de la tarde

Llevaba casi cinco horas consecutivas acostado en el sofá con el móvil, sin hacer nada en especial. Hacía meses que había perdido el interés en las cosas que me gustaban; dibujar, escribir, tocar la guitarra… Ya no conseguía sentir satisfacción al hacerlo. Mi mejor opción hasta el momento era sumergirme en las falsas noticias del internet, alimentando el capitalismo digital de las redes. Mis padres no estaban en casa. Estaba casi seguro de que habrían ido a tomarse algo o a irse de fiesta, esperando que un niño de quince años pudiera cuidarse de forma independiente.

Nueve y cuarto de la noche

Alrededor de dos horas más tarde, me dispuse a levantarme del sofá y encaminarme hacia la cocina. A pesar de no tener hambre, decidí ir a revisar el frigorífico en busca de algo para rellenar la sensación de vacío en mi estómago. Con un andar sombrío, frené delante del electrodoméstico. Mis ojos se despegaron de la pantalla de mi móvil y se fijaron en una nota que yacía pegada a la puerta, la cual contenía la caligrafía propia de mi madre: «Te he dejado un plato de espaguetis para cenar. Seguramente volvamos muy tarde, no nos esperes. Por cierto, feliz cumpleaños».

En el momento en el que leí el último fragmento, una chispa se iluminó en mi cabeza y rememoré la existencia de mi aniversario. Pronto, mostré indiferencia y fui directo a tirar del pomo. Delante de mí, decoraba la nevera un cuenco lleno de espaguetis solos, sin la esencia de salsas o complementos. Acostumbrado, me guardé el teléfono en el bolsillo de mi pantalón y agarré el plato con ambas manos, con las intenciones de meterlo en el microondas. Al sacarlo, pude notar que la energía de calentamiento no había sido suficiente. Nunca lo era, pero daba igual las veces que se lo recordara a mis padres, ellos siempre evitaban los problemas importantes de casa.

Busque algo para tomar, pero lo único que había eran decenas de latas de cerveza o similares. Ni siquiera una simple botella de agua. Tuve que aguantarme, como siempre, y arreglarme con lo que mi madre me preparó, mínimo. Usualmente cenaba viendo cualquier serie de televisión, pero aquella noche no tenía ganas de nada, así que terminé comiendo con la mirada fija a la pared y replanteándome mi vida entera.

De nuevo, el recordatorio de que era mi cumpleaños surgió entre mis revoltosos pensamientos. Desde que cumplí diez años, mi persona dejó de sentir emoción por esa fecha. Me denominaron adulto responsable a esa corta edad y fue cuando comenzaron a dejarme solo, sin presentarse incluso ni el día que se suponía que era importante para mí, por lo que comencé a olvidar cómo era estar apasionado hacia ese evento, hasta el punto de llegar a olvidarme de mi propia edad.

Terminé de comer mi insípida cena y fui directamente a mi habitación. Me acordé de la importancia de la higiene, pero mi cuerpo no respondía a la necesidad de priorizar mi salud, ya que solo quería recostarme en mi cama y descansar de todo lo que había pasado por mi cabeza.

Una vez más, empecé a pensar en lo que se venía al día siguiente, repetir toda la rutina de escuchar la alarma, sufrir al no tener ganas de levantarme, ser forzado a ir a clase y que todo el mundo me juzgue sin siquiera preguntarse qué me sucede. Tener que volver al vacío hogar al que soy obligado a ir y pasarme todo el día viendo publicaciones que no hacen más que colapsar mis sentidos, para volver a intentar dormir durante horas, sin conseguir lograrlo por culpa de la tormenta de pensamientos que arrasa mi cabeza, pensando en todo lo que está mal en mi vida, todo lo que me hubiese gustado cambiar y lo que hubiese preferido nunca tener que vivir. Arrepintiéndome de todas mis decisiones y sobrepensando en todas las otras soluciones y rutas que podría haber seguido. Planteándome si toda mi vida realmente vale de algo, o si fuese mejor simplemente desaparecer de este mundo y que no me recuerden.

No volver a estorbarle a nadie, nunca más.

 

LAS GUERRAS MUNDIALES CONTRA LAS GUERRAS COTIDIANAS
Pódcast elaborado por Marcos Mateu, alumno de 3º ESO del CC Miguel Bravo-AA La Salle de Santander.

 

LAS GUERRAS
Por Natalia Higueras y Jesús Quispe, estudiantes de 3º ESO del CC Miguel Bravo-AA La Salle de Santander.

 

INTERAULAS
Por Leo Ortiz Moncalian, alumno de 6º de Primaria del CC Miguel Bravo-AA La Salle de Santander.  

Había una vez un colegio en el que había muchas aulas, pero entre ellas destacaba la clase de 6ºB. 

En el aula de 6ºB, había los materiales justos para realizar las tareas. Pero algo distinto diferenciaba esta clase del resto de las clases, la diferencia estaba en los alumnos.  Los alumnos de 6º B eran juguetones en el patio y en clase atendían un montón. La tutora siempre felicitaba a los alumnos.  

Los alumnos de 6º B eran muy diferentes entre ellos: unos eran rápidos, otros más lentos, a algunos se les da mejor escribir y a otros se les da mejor el cálculo. Todos eran diferentes y eso les hacía ser mejores. 

Conclusión todos los niños y las niñas tenemos que colaborar con todos nuestros compañeros, con todas sus diferencias, porque esta colaboración y amistad nos hace mejores. 

Por todo esto, interaulas es una palabra que tenemos que conocer y vivir porque significa “el grupo que hay dentro de cada clase”

 

LAS GUERRAS COTIDIANAS
Por Diego del Castillo y David Fuentes, estudiantes de 6º de Primaria del CC Miguel Bravo – A.A. La Salle de Santander.

 

LA GUERRA CASERA
Por Unai Aldea y Mario Dulanto, estudiantes de 6º de Primaria del CC Miguel Bravo-AA La Salle Santander. 

 

Érase una vez unos hermanos que se llevaban muy bien entre ellos. Se llamaban Unai y Mario.

Un día Unai se compró una bolsa de Chaskis, chuches y un zumo y los guardó en un armario, en la cocina. Mario se encontró todo eso en el armario y, como tenía hambre, se lo comió. Cuando Unai se fue a comer las chuches se dio cuenta de que no quedaba nada. Entonces, preguntó: ¿quién se ha comido todo?!

– He sido yo- dijo Mario- lo siento, no sabía que eran tuyas.

Y como a Unai le habían castigado hace poco, estaba de mal humor y empezó a insultar a Mario diciéndole: 

– Eres tonto ¿por qué me quitas las chuches? Eres un pesado. 

Y Mario le dijo: 

– No te pases, que no sabía que eran tuyas y, como sigas así, se lo voy a decir a mamá.

A lo que Unai le respondió:

– ¡Que te calles! No quiero ser más amigo tuyo. Me voy a mi habitación.

Pasaron los días, semanas, incluso meses, y seguían enfadados. Cuando comían no podían ni mirarse a los ojos. Unai se había arrepentido de todo y se intentó disculpar con Mario, pero Mario le dijo que no lo perdonaba, porque lo había tratado como basura. A Unai no le importó y siguió intentando que su hermano le perdonase. Después de cinco días, Mario se acabó disculpando con él.

 

INVITAMOS A UNA REFLEXIÓN 
Por Joel Abia, Bruno Cruz y Roque Videchea, estudiantes de 6º de Primaria del CC Miguel Bravo-AA La Salle de Santander.