El alumnado del CC San José de Santander participó en el V Concurso InterAulas de periodismo escolar con cuatro textos y dos pódcasts. Mandaron sus colaboraciones estudiantes de 3º y de 4º de ESO. 

LAS SOMBRAS DE HIROSHIMA
Por Ayla Rodríguez Cobo, alumna de 3º de ESO del CC San José de Santander.

Haruto llegó a casa y cerró la puerta con un gran golpe. Su padre lo escuchó desde la cocina, pero no hizo nada. Sabía que cuando su hijo entraba así, lo mejor era esperar.

Se dejó caer en el sofá y encendió la televisión. En la pantalla, un reportero habla de bombardeos en Gaza. Imágenes de edificios destruidos, de personas huyendo con lo poco que podían cargar. Haruto frunció el ceño.

– Otra vez lo mismo.. siempre hay guerras.

Su abuelo, que estaba sentado junto a la ventana con una taza de té, le miró.

– ¿Te ha pasado algo hoy, Haruto? —preguntó.

Antes de que Haruto pudiera decir algo, su abuelo se levantó lentamente, y con una sonrisa le ofreció una taza de té. Haruto sintió la calidez de su abuelo, que fue como un poco de paz en medio de su frustración.

– Sí, hoy en la escuela me sentí muy frustrado. Estábamos en clase de arte y me esforcé durante días en mi dibujo, pero cuando la profesora pasó a revisarlo, lo miró con mala cara y después elogió a otros compañeros. Y en educación física nadie me pasó el balón mientras jugábamos, a pesar de estar haciendo todo bien. ¡No es justo!

El abuelo lo observó en silencio por un momento. Luego suspiró y miró la televisión, donde seguían pasando imágenes de guerra.

– Es cierto… no es justo.-dijo finalmente. -Pero las guerras nunca lo son.

Haruto lo miró sin entender del todo.

– Cuando tenía tu edad, también pensé que el mundo era injusto, pero lo que vi después… lo que viví.. me hizo entender muchas cosas.

Se quedó callado un instante. Luego miró a Haruto con una expresión que el chico nunca había visto antes.

– Voy a contarte una historia, Haruto. La historia de un niño llamado Katsu y el día que el cielo de Hiroshima se volvió fuego.

«Katsu nunca olvidó el sonido del río en las tardes de verano. En su infancia, ese era su refugio: el agua corría, reflejando el sol. Su madre siempre decía que, pasara lo que pasara, la corriente seguiría su camino.

Katsu vivía con su madre, su hermana y su abuela. Su padre había partido al frente en 1944 y no habían vuelto a recibir cartas de él desde hacía meses.

Su madre trabajaba en una fábrica de municiones para mantenerlos y su abuela en una pequeña tienda de kimonos del barrio. A pesar de la guerra, la vida en Japón seguía su curso: los niños iban a clase y sus padres los cuidaban. Había poca comida, pero aún compartían sopa de fideos y bolas de arroz en la cena. Por la noche, Katsu y su hermana se sentaban en el jardín, mientras su madre colgaba la ropa con una lámpara encendida. Las alarmas de alerta aérea sonaban a menudo, pero los ataques eran escasos, «Hiroshima es un lugar seguro» decían los mayores. Hasta que dejó de serlo.

Aquella mañana, Katsu y su hermana salieron pronto. Su madre les había pedido que llevaran arroz a la casa de su tía. Caminaban por el puente cuando, de repente, el cielo cambió.

No hubo advertencia, solo un destello más fuerte que el sol. Por unos momentos no hubo sonido y, después, Katsu sintió una ola de calor. Algo le golpeó la cabeza y todo se volvió negro. Cuando despertó, el puente había desaparecido, las casas estaban en ruinas y el río estaba lleno de personas intentando calmar sus quemaduras.

– ¡Katsu!- escuchaba la voz de su hermana salir entre el polvo. La encontró con el kimono quemado y la piel enrojecida por el calor.

El fuego consumió la ciudad durante la noche. Katsu y su hermana se refugiaron con otros supervivientes en un templo en ruinas. Su madre y su abuela nunca regresaron. Nadie supo si habían muerto en la explosión o en los incendios que la siguieron.

Al día siguiente, Katsu y su hermana estaban solos. Sobrevivieron como pudieron, mendigando comida de los soldados estadounidenses que llegaron. Durante meses, la ciudad se cubrió de cenizas y enfermedades. Los médicos no sabían qué estaba matando a los supervivientes.

La hermana de Katsu falleció en el invierno. Su pequeño cuerpo, que había resistido tanto, no pudo contra la radiación que la bomba dejó en su interior. Katsu la enterró cerca del río donde solían jugar.

Años después, la ciudad comenzó a reconstruirse y, mientras el mundo hablaba de nuevas guerras, Katsu seguía contando la historia de su madre, la de su abuela, la de su hermana, la de los que se convirtieron en sombras de Hiroshima…

El abuelo terminó su historia con la mirada perdida en el pasado. Haruto no dijo nada al principio. La imagen de su problema en la escuela ahora le parecía tan pequeña comparada con lo que su abuelo había vivido.

– Entonces tú también fuiste un niño cuando pasó eso- dijo Haruto.

– Sí, -asintió su abuelo. – Y sentí rabia, tristeza, miedo. Pero con el tiempo entendí que cargar con rencor solo deja más heridas.

Haruto bajó la mirada. Pensó en lo sucedido en la escuela. Pensó en lo que su abuelo había perdido, en todo lo que la guerra destruyó.

– ¿Y qué hiciste después de la guerra? – preguntó al final.

– Aprendí a seguir adelante. No podía cambiar el pasado, pero sí decidir qué hacer con él.

Haruto asintió. Ahora estaba más calmado. Miró la televisión una última vez, las imágenes de la guerra aún en la pantalla. Apagó la tele y se acercó a su abuelo.

– Oye abuelo.. ¿Me enseñas a hacer origami?

Su abuelo sonrió y asintió.

– Por su puesto, vamos a hacer grullas.

Haruto tomó el papel y empezó a doblar. Tal vez no podía cambiar el mundo, pero quizá, con pequeñas acciones, podía hacer de él un lugar un poco mejor.

Esa tarde, dejando la lección de origami por un momento, el abuelo y Haruto se sentaron a ver el atardecer juntos. El sol hacía al cielo verse con colores dorados, y las aves cantaban alegremente.

– Mira Haruto, la naturaleza nunca se olvida de cómo encontrar la belleza incluso en tiempos duros. – Dijo el abuelo.

Mientras el sol se ocultaba por completo desde la ventana, Haruto recordó las imágenes de la televisión sobre Gaza.

– ¿Algún día habrá paz en lugares como Gaza?.- preguntó Haruto en voz baja.

A lo que su abuelo respondió 

– Después de Hiroshima, todos pensaron que nunca podía haber esperanza, pero con el tiempo, las personas se unieron para reconstruir lo perdido.Y aunque el dolor no desaparece, los pequeños actos de amor y compasión pueden curar muchas heridas. La paz es algo por lo que siempre debemos luchar, por muy difícil que parezca.

Haruto pensó en su dolor por la injusticia de la escuela, en lo que su abuelo había sufrido. No podía cambiar el mundo, pero podía hacer de él algo pequeño y real. Empezando ahora y cerca de él.

Y mientras su abuelo doblaba la última grulla de papel, ambos sabían que cada pequeña acción como esa podía ser el primer paso hacia un futuro más tranquilo.

 

TODOS LOS ESCRITOS GUARDAN HISTORIAS
Por Sara Martínez Tenjo, alumna de 3º ESO del CC San José de Santander.

Para ti, ¿qué es la paz?. Una pregunta bastante subjetiva y una realidad muy deseada y difícil de conseguir. Esta historia comienza en las pertenencias devueltas de un soldado alemán, que luchó sin descanso y murió sin saber por qué.

1 de septiembre de 1939

Hoy, algunos vecinos y yo hemos sido reclutados para una guerra. No nos han dicho para qué ni contra quién. De lo que sí estoy seguro es de que necesito mantener a mi familia a salvo, así que de esta guerra no podré huir.

9 de septiembre de 1939

Después de bastante tiempo de viaje, ya hemos llegado a una base. Hemos estado insistiendo para saber los motivos y detalles de esta guerra. Al terminar de comer, nos reuniremos todos. Tal vez, si tenemos suerte, nos dirán más sobre lo que está pasando.

10 de septiembre de 1939

Nos tienen muy ocupados entrenando, casi no tenemos tiempo libre, por eso he decidido escribir cada 5 días. No sabemos aún el motivo de todo esto, la mayoría ya se ha rendido. Lucharemos sin importar el motivo, pero han llegado rumores de que las personas de mayor cargo tienen mucha más información. Trataré de llegar allí y les contaré a todos lo que descubra.

15 de septiembre de 1939

Hasta ahora no hay muchos cambios, pero he notado que se llevan a algunos hombres a otro centro y que no paran de llegar camiones llenos de personas. Derek dice que probablemente sean ciudadanos que se han quedado sin hogar, ya que hay niños y mujeres, pero no entiendo muy bien todo: entra mucha gente y no se acaba el espacio.

20 de septiembre de 1939

Este lugar guarda un gran secreto. El otro día estaba hablando con nuestro comandante, dice que no nos pueden ver hablando y que, cuanto menos sepa y menos llame la atención, mejor.

25 de septiembre de 1939

Ayer nos presentaron a nuestro nuevo comandante. Probablemente el anterior ya se haya ido a casa.

30 de septiembre de 1939

Por el buen comportamiento de mi escuadrón, nos están dando más permisos. Nos dijeron que, a partir de la próxima semana, podremos salir a entrenar en el bosque que hay cerca del centro. Aprovecharé para investigar ese campamento tan raro.

5 de octubre de 1939

No hay mucho de lo que informar, pero hemos cumplido un mes desde que nos trajeron al campamento. Ya quiero que se acabe y regresar con mi familia.

10 de octubre de 1939

Derek y yo hemos estado revisando un poco el campamento por fuera. Vimos bastantes guardias, pero nada raro. Creemos que allá está todo bien y que, para no asustar a los civiles, es mejor concentrarnos en el entrenamiento.

15 de octubre de 1939

No ha pasado mucho, nada que informar.

20 de octubre de 1939

Nada nuevo.

25 de octubre de 1939

Nada nuevo.

30 de octubre de 1939

Nada nuevo, ya quiero regresar a casa.

4 de noviembre de 1939

Hoy tenemos un poco más de tiempo libre, lo voy a invertir todo en este libro. Cuando nos avisaron sobre la guerra compré este libro, en el que quiero escribir todas mis aventuras para el mundo y, sobre todo, para mis hijos.

Mi nombre es Ben, soy alemán y nací el 3 de abril de 1910. Soy un campesino que trabaja a las afueras de Berlín, y si se preguntan cómo sé escribir, es porque mi padre es poeta, él nos enseñó a todos. Me casé con Carla, con quien tuve dos hijos, Bruno y Norbert.

A mi familia solo le quiero decir que los quiero y que, si me pasara algo en esta guerra, siempre los voy a cuidar.

9 de noviembre de 1939

Siguen llevándose compañeros a otros campamentos. Sigo buscando respuestas, pero me estoy empezando a cansar.

14 de noviembre de 1939

Hoy por la mañana me informaron que me iré a una de las sedes principales. Espero que Derek venga conmigo.

19 de noviembre de 1939

Ayer llegamos a la nueva sede. Hay muchos más comandantes y campamentos en los alrededores. Anoche llegamos tarde y solo nos instalamos. Nada más que informar.

24 de noviembre de 1939

Hemos tenido toda la semana libre y Derek me ha estado insistiendo en que él también quiere ser parte de este diario.

Holaaa, soy Derek. Tengo 20 años y vivo en el mismo pueblo que Ben con mi familia. Lo más extraño es que no nos conocíamos, pero ahora soy su mejor amigo. Aunque, en parte, es normal, no habla con mucha gente. En cambio, yo soy el mejor, soy guapo, inteligente y con un estado físico perfecto. Me sorprende aún no tener esposa, pero en cuanto salga de esta guerra, todas las damiselas estarán a mis pies. Ya quiero que eso pase, pero seguro que Ben y yo saldremos de esta. 🙂

29 de noviembre de 1939

Nos dijeron que cogiéramos lo más importante. Mañana iremos a explorar una zona enemiga para robar unos documentos.

4 de diciembre de 1939

Estamos acampando en el bosque, al lado del campamento enemigo abandonado. Están comprobando si no hay trampas. Mañana entraremos a por esos documentos.

9 de diciembre de 1939

Hemos conseguido los documentos. Parecen nombres. Más de la mitad del escuadrón murió en una emboscada saliendo del bosque, también Derek.

14 de diciembre de 1939

El comandante notó que nos estaban siguiendo. Decidió matar a todos los que quedaban para poder ir más rápido e ir a otro campamento sin revelar la ubicación central.

19 de diciembre de 1939

Al parecer, nos estaban alcanzando. El comandante me dio los documentos y órdenes. Él se quedó atrás.

22 de diciembre de 1939

Me he caído en un lago. Por suerte, los documentos estaban en un paquete especial, pero yo ya no tengo mapa. No estoy seguro de si estoy perdido, pero creo que sé cómo llegar.

24 de diciembre de 1939

He escuchado voces cerca de mí. Estoy escondido en una cueva. Solo espero que mi familia esté bien y que tengan una Feliz Navidad.

 

Esta fue la última página escrita del diario. En esta historia, varios inocentes quedaron como monstruos para el mundo. ¿Hay más historias como esta?

En memoria de la gente que murió en la Segunda Guerra Mundial, tanto judíos como nazis.

 

RACISMO

Pódcast elaborado por Michel Darryl, Agokeng Azebaze, Juan David Amaya Carvajal y Juan Miguel  Bravo Díaz, estudiantes de 3º ESO del CC San José Santander.

 

EL VALIENTE LUCAS
Por Jhon Sebastian Laguna Lugo, alumno de 3º ESO del CC San José de Santander.

En un pequeño pueblo, donde las calles estaban llenas de risas y juegos, había una escuela. En esta, un niño llamado Lucas se sentía diferente. Desde que llegó, había notado que sus compañeros lo miraban de una manera extraña. Lucas era un niño sensible, al que le encantaba dibujar y escribir historias sobre mundos fantásticos. Sin embargo, sus pasiones no eran bien recibidas por todos.

Al principio, los comentarios eran pequeños: risitas a sus espaldas, murmullos cuando él pasaba… Pero con el tiempo, esos murmullos se convirtieron en burlas y faltas de respeto. Un grupo de chicos, liderado por un niño llamado Javier, comenzó a hacer de su vida un verdadero infierno. Cada día, Lucas se enfrentaba a insultos y humillaciones. «¿Por qué no te pones a jugar con muñecas?», le decían. «Eres un perdedor», le gritaban mientras le arrojaban papeles a la cara.

Lucas intentó ignorarlos, pero el dolor se acumulaba en su pecho como una piedra. Se sentía solo. Sus dibujos, que antes eran su refugio, comenzaron a perder color. La alegría que sentía al crear se desvaneció y cada trazo se convirtió en un recordatorio de su sufrimiento.

Un día, después de una semana particularmente dura, Lucas decidió que ya no podía soportarlo más. Se sentó en un rincón del patio, con lágrimas en los ojos y comenzó a escribir. Escribió sobre un héroe que se enfrentaba a un dragón, un dragón que representaba todos sus miedos y el dolor que sentía. En su historia, el héroe no solo luchaba contra el dragón, sino que también encontraba la fuerza para levantarse después de cada caída.

Al día siguiente, Lucas decidió compartir su historia con su maestra, la señora Martínez. Con voz temblorosa, leyó en voz alta su relato. La maestra, conmovida por la valentía de Lucas, decidió hablar con toda la clase sobre el bullying. Les explicó cómo las palabras pueden herir y cómo cada uno de ellos tiene el poder de hacer una diferencia.

La conversación fue un momento de reflexión. Algunos compañeros de Lucas comenzaron a reflexionar sobre sus acciones. Javier, al ver la tristeza en los ojos de Lucas y la preocupación en el rostro de la señora Martínez, sintió remordimiento. Poco a poco, el ambiente en la escuela comenzó a cambiar. Algunos niños se acercaron a Lucas, ofreciéndole su amistad y apoyo.

Con el tiempo, Lucas encontró un grupo de amigos que valoraban su creatividad y su sensibilidad. Juntos, comenzaron a organizar un club de escritura y arte, donde todos podían expresarse sin miedo a ser juzgados. Lucas aprendió que, aunque el bullying había dejado cicatrices, también había encontrado la fuerza para levantarse y seguir adelante.

La historia de Lucas se convirtió en un símbolo de esperanza en la escuela. A través de su valentía y su pasión por contar historias, logró inspirar a otros a ser amables y a defender a quienes eran diferentes. Y así, en aquel pequeño pueblo, las risas y los juegos volvieron a llenar las calles, pero esta vez, con un nuevo entendimiento sobre la importancia de la empatía y el respeto.

 

MARTÍN
Por Marcos Romero Castillo, alumno de 3º ESO del CC San José de Santander.

Cuando iba a 1º de ESO no quería ir a clase, prefería estar en casa jugando videojuegos o hablando con mis amigos que tampoco habían ido a clase. Me acuerdo de un día que estaba en clase de matemáticas aprendiendo sobre las fracciones y las potencias, cuando, en un instante, Marta, mi tutora, entró a clase con un chico nuevo llamado Martín.

Cuando le ví pensé que sería como yo, un niño al que no le gusta nada venir a clase, pero cuando empecé a hablar con él me di cuenta de que era todo lo contrario a mí. Le gustaba mucho aprender cosas nuevas que desconocía y le parecía superinteresante.

Al pasar los días nos empezamos a conocer aún más. Queríamos ser muy buenos amigos y poder confiar el uno en el otro. Yo estaba muy interesado en saber cómo fue su infancia, ya que no pudo tener los mismos recursos que el resto de personas. Eso a mí no me importaba, ya que uno puede disfrutar sin recursos.

En cuanto al resto de personas, les parecía «un rarito», ya que no era como los demás. Por eso decidieron hacerle bullying.

Iván era un repetidor al que le gustaba molestar a los demás, en concreto a la gente con pocos recursos o gente que no se sabe defender. Es decir, iba a por los «débiles».

Cuando me dijo que tenía pocos recursos le dije que no se lo dijera a nadie, si no lo iba a pasar mal, pero no me hizo caso porque no me creía.

Al pasar los días, le empezaron a molestar tanto en el colegio como en la calle. Cuando salíamos del colegio, Iván y su grupo le esperaban en la salida. Entonces, cuando les veíamos, nos íbamos corriendo.

Me acuerdo de un día que este grupo, en el recreo, vio que yo no estaba con él y pensaron que era el mejor momento para ir a por Martín. En cuanto giré la cabeza para decirle que viniera conmigo y vi que no estaba me preocupé mucho, porque seguramente Iván se lo había llevado a una clase para pegarle.

Fui buscando por todas las clases del colegio pero no lo encontraba, hasta que fui al baño y vi una cosa que nunca olvidaré.

Le estaban pegando, insultando y tirándole agua con papel. Como no quería que le pasara nada, fui corriendo a buscar a un profesor para contarle lo que estaba pasando. Cuando les avisé fueron corriendo tres profesores hacia el baño para ayudar a Martín.

Llegaron y los separaron. Le preguntaron a Martín cómo estaba y, como es lógico, estaba fatal así que le llevaron a la enfermería. A Iván y a su grupo los expulsaron durante una semana.

Por desgracia, yo ya había visto casos de bullying provocados por este grupo, pero siempre gracias a mí se acababa. Resulta que esta vez no iba a ser igual, ya que esta víctima era amigo mío, cosa que las otra veces no pasó.

La semana que estuvieron expulsados esperaban en la salida, pero como había una salida trasera salíamos por ahí. 

Al pasar la semana, volvieron muy enfadados por mi culpa y me dijeron que no me metiera en donde no me llamaban o si no sería yo el siguiente. Me preocupé un poco, pero sabía que si no hacía nada mi amigo sufriría el doble.

Al salir por la puerta de atrás vimos que estaban divididos en ambas salidas, así que decidimos llamar a la madre de Martín. 

Ella no sabía nada de lo que pasaba, debido a que Martín tenía miedo de que las cosas se pusieran peor.

Cuando llegó se preguntó dónde estábamos y nos llamó. Le dijimos que estábamos dentro porque había unos abusones fuera esperando a su hijo. Al escuchar esto, aparcó el coche y vino hacia la puerta a echarlos. Y lo consiguió, ya que estos solo se metían con gente más pequeña que ellos.

Gracias a este hecho pude hablar con ella y contarle lo que pasaba a diario con su hijo y que nadie se preocupaba por él salvo yo.

Al decirle eso, decidió al día siguiente ir a hablar con el director para saber qué era lo que pasaba con su hijo y por qué ningún profesor hacía nada al respecto.

El director le dijo que no sabía nada sobre el tema pero que estaría atento.

Pasó una semana desde ese momento y ocurría exactamente lo mismo que antes, pero ahora el director sí que veía todo y decidió hablar con ellos. 

Nadie sabe lo que les dijo pero en el colegio ya no le molestaban. Sin embargo, en la calle sí que lo hacían.

En la calle siempre buscaban un sitio donde no hubiera mucha gente para pegarle, pero siempre que venían, nosotros nos íbamos corriendo a su casa, hasta que un día nos siguieron. Entraron a la casa pero por suerte estaba su padre. Este fue hacia ellos, les echó y les avisó de que habría consecuencias si seguían molestando a su hijo.

Al escuchar esto, dejaron a Martín en paz, pero ahora irían a por mí como me dijeron. Esto no me preocupaba nada y le dije a Martín que ahora iba a estar más tranquilo y que no se preocupara por mí ya que yo sé pelear. 

Nadie en el colegio sabe que yo hago boxeo, por eso ayudo a las personas que sufren de bullying o acoso. 

Al día siguiente pensaron que iba a huir de ellos, pero hice todo lo contrario: me enfrenté a ellos. Cuando me vieron solo mirándolos a los ojos se empezaron a poner nerviosos, las piernas les temblaban y yo me reía y les preguntaba constantemente «¿por qué no venís? ¿me tenéis miedo?».

Al decirles eso se pusieron furiosos y vinieron los seis directos a por mí. Esto encadenó una pelea, pero yo no golpeaba, solo esquivaba sus golpes.

Cuando estaban cansados de dar golpes al aire les dije que dejaran en paz a los demás, porque para ellos puede ser muy gracioso, pero es una cosa supergrave.

Al escuchar esto dijeron que no pararían. Sin embargo, yo estaría allí para proteger a las víctimas.

Decidí decir a mis compañeros que se unieran a mí y enfrentarlos para que dejasen de hacer bullying a la gente y que empezaran a comportarse como personas educadas.

Ellos pensaron que era una gran idea, porque también estaban hartos de ellos, pero no les decían nada por miedo a ser los siguientes. Al ser muchos más que ellos, teníamos más oportunidades para que recapacitasen.

A la mañana siguiente fuimos a buscarlos para plantarles cara y decirles lo que pensábamos. Sin embargo, no estaban en el colegio. Entonces decidimos que se lo diríamos el próximo día que vinieran.

Pasados unos días no aparecían, pero al cabo de una semana aparecieron. Parecían estar preocupados, ya que los padres de Martín hablaron con la policía para denunciarlos por acoso. Les propusieron una cosa: si dejaban en paz a Martín no les denunciarían. Ellos aceptaron la propuesta y cuando vieron a Martín le pidieron perdón y le dijeron que no le volverían a molestar más.

Cuando escuchamos esas palabras nos quedamos alucinados, ya que pensábamos que iba a ser más difícil hacerles recapacitar.

Fin

Lo que quiero decir con esta historia es que no hay que tratar mal a los demás porque tengan pocos recursos o no. Al fin y al cabo todos nosotros somos diferentes pero tenemos que tratarnos de forma igualitaria. Una comunidad con paz y respeto es mejor que una comunidad en la que cada uno se siente con la libertad de opinar y juzgar sobre los demás. Si quieres opinar sobre algo de otra persona díselo con respeto y con la intención de hacerle sentirse mejor persona. Es decir, dale un consejo.

 

MI GUERRA INTERIOR 

Pódcast elaborado por Alexia Koutras Sierra, Tania Sofía Verdugo Ramírez, Danae Brigitte Cancha Barboza y Juan Eduardo Marín, estudiantes de 4º ESO del CC San José de Santander. 

 

Más información 

https://es.wikipedia.org/wiki/Pluma_de_ave_%28escritura%29#/media/Archivo:Quill_(PSF)_vector.svg