Después de publicar los trabajos ganadores del Concurso InterAulas de periodismo escolar, a lo largo del verano difundiremos todos los trabajos que participaron en esta cuarta edición del certamen. En esta primera entrega, publicamos el artículo de Bianca Vlasă, alumna de 1° de Bachillerato del IES Santa Clara.

GASTRONOMÍA EMOCIONAL

Qué duro es no tener un plato de comida asegurado cuando te entra hambre al mediodía.

Qué duro es no tener alimentos nutritivos al alcance por culpa de tu posición social.

Qué duro es cuidar y criar ganado aun sabiendo las devastadores consecuencias para el medio ambiente.

Qué duro es verse obligado a tirar restos de un restaurante sabiendo cuánta gente sobreviviría gracias a ellos.

Es muy duro, nadie puede negarlo. Quiero dejar claro que no escribo esto para quitar importancia a ninguna de las anteriores situaciones.

Pero ¿qué ocurre cuando sí tenemos ese plato de comida nutritiva? Cuando te encuentras en la situación ideal para una inmensa mayoría de la población que moriría por tener lo que tú tienes… literalmente. ¿Qué ocurre, cuando tienes todo lo que necesitas al alcance de tu mano, pero el acto de comer se convierte en un acto de autodestrucción?

Crecemos interiorizando la comida como algo que trae confort y felicidad. Solo piénsalo, cuando llorabas tu madre te daba el biberón, cuando estabas triste la abuela te daba chuches, cuando te ocurrió eso tan increíble lo celebrasteis con tarta.

Desde luego que, si lo ponemos así, quién podría pensar en el solo hecho de ver la comida como algo malo. A qué clase de mente enferma se le ocurriría rechazar un plato de algo rico, ¿verdad? Bueno, pues ojalá esto fuera aplicable para toda la población.

Algunos simplemente no podemos decir lo mismo. Para algunos, cada comida es una batalla que empieza horas antes y no acaba hasta el comienzo de la siguiente. Una guerra constante. Ahora quizás te estarás preguntando, con quién demonios estáis batallando si lo tenéis todo para ser felices.

Es normal que muchos no estén al tanto pero, por extraño que suene, las más feroces luchas se desenvuelven donde nadie las puede ver. Ahí donde solo tiene acceso el luchador mismo. En ese lejano lugar, donde solo se encuentran el combatiente y un espejo, es donde empieza y acaba la guerra de muchos. Y es que la bulimia es una guerra silenciosa que se libra dentro de uno mismo, donde el enemigo es invisible pero los estragos son palpables.

Y no es tu culpa obviamente, tú no eliges sufrir con solo pensar en alimentos. Nadie desearía vivir gran parte de sus días obsesionado con la próxima comida y, después, arrepentido de haberla ingerido. Lo peor es que estos pensamientos obsesivos no son tu única preocupación. También están los seres queridos.

Por supuesto, las personas que estuvieron a tu lado en tus mejores momentos también se sobreentiende que te acompañarán en los malos, cierto? Eso sería asombrosamente saludable… pero poco realista. Algo que caracteriza este trastorno es el secretismo más absoluto.

Cuando sucumbes ante el deseo de satisfacer el hambre y el impulso de purgar, quedas impregnado de una agobiante vergüenza y la idea de esconderse en un hoyo bien profundo resulta incluso tentadora. En esos momentos de agonía con uno mismo y el mundo entero, lo último que deseas es que tus seres queridos sepan lo que estás haciendo.

Porque… ¿cómo les explicas a tus amigos que estás mal cuando no tienes ninguna razón aparente para estarlo? ¿Cómo le explicas a tu hermana pequeña que haces algo malo sabiendo que te daña? ¿Cómo le explicas a tu madre que sus comidas cocinadas con cariño acabaron bajando por las tuberías del baño en forma de vómito?

Exacto, no puedes. Lo cual te frustra. Y como te sientes vacío, comes para llenar ese vacío. Pero claro, comer esa cantidad ingente de porquería te hará engordar, lo que es inaceptable para tu frágil autoestima. Por tanto, hay que deshacerse de esa comida bien rapidito. Lo haces y consigues una victoria con sabor a derrota. Después te sientes culpable porque nada de esto habría pasado si te hubieras controlado en primer lugar. Pero ¡cómo controlas algo que tu propio cerebro te exige! Sabes cuando empiezas a comer, pero no cuándo paras…

Y así el círculo vicioso sigue y, como un veneno que se administra en pequeñas dosis, va poco a poco envenenándote física y mentalmente con cada episodio de purga. Y lo único que deja a su paso este tornado destructivo son escombros de felicidad y autoestima.

Soy consciente de haber empapado este artículo de negativismo y melancolía hasta el momento. Y, también sé que a primera vista la impresión que se puede tener de este TCA es emocionalmente demoledora. Pero, aunque mi reflexión pueda resultar desesperanzadora en ciertos puntos, he de decir que las cosas no finalizan así. Porque esto no es una sentencia o un veredicto definitivo, ni mucho menos. 

Con el tiempo he aprendido que tus problemas no definen quién eres ni lo que vales. Y, aunque en este texto haya centrado mi atención en algo tan específico como la bulimia, el sufrimiento y la frustración que describo es aplicable a prácticamente cualquier trastorno de la conducta alimentaria. 

Sé muy bien que cuando estás hundido en el limbo de autodestrucción y dolor los mensajes motivadores como estos suenan superfluos. Las frases positivas que te dicen que siempre hay una luz al final del túnel solo te desesperan más porque hacen que todo suene asquerosamente fácil. Pues sí, entiendo ese sentimiento. De nada te sirve que te bombardeen con alegría desmesurada si todo te suena vacío y te importa un carajo.

Simplificar un largo proceso de sanación en una única frase como “Es fácil, ¡solo tienes que comer!” hace daño. Que te hagan sentir culpable por tener una enfermedad hace daño. Quedarse quieto esperando a ver qué pasa… también hace daño.

A medida que crecemos, nos damos cuenta de que si queremos obtener algo tenemos que trabajar duro para conseguirlo. ¿Por qué no aplicar la misma lógica a esto? Nosotros mismos somos los únicos héroes en armadura resplandeciente que puede sacarnos del abismo. Si no quieres salir de ahí ni siquiera una grúa serviría.

Pero no me malinterpretes, los héroes no trabajan en solitario. Tienen aliados y seres queridos que les dan fuerza cuando ya no pueden más, cuando sienten que ya van a derrumbarse. 

Si sufres por culpa de tu relación con la comida, si está afectando tu rendimiento en el día a día, si sientes que es inútil pedir ayuda porque lo tuyo no tiene arreglo… por favor, créeme que hay muchas personas a tu alrededor que están pasando por lo mismo. No estás solo.

Por eso no está mal estar mal, porque también estás rodeado de personas que te quieren y que te ayudarán en cuanto les permitas hacerlo. Aunque no los veas, están ahí. 

No será fácil, pero si lo piensas bien, nada que valga realmente la pena lo es. Así que, ¿a qué esperas? Tú eres tu salvador. ¿No estás ya emocionado por ver cómo se sentirá tu nueva vida? Más saludable, más equilibrada… ¿No quieres ver ya las miradas llenas de orgullo de tus aliados cuando vean que lo lograste? Santo cielo, me emociono con solo escribirlo.

Tendrás altibajos, y recaídas, y días fantásticos donde todo sabrá a gloria, y días asquerosos donde contarás los minutos para que acaben ya. A eso se le llama vivir. Pero no olvides que, por muy mal día que hayas tenido, dejarse llevar por los antiguos malos hábitos no lo mejorará en ningún caso.

Así que, espero sinceramente que mi granito de arena haya cambiado, aunque solo sea un poco, tu forma de ver los trastornos de la alimentación. Como ya mencioné, las peleas que uno tiene en su interior suelen ser invisibles a ojos de los demás, así que seamos amables. Amables con los demás… y con nosotros mismos.