Los bosques constituyen uno de los tipos de ecosistemas más ricos en productividad, en especies y en interrelaciones biológicas de todo nuestro planeta. Los bosques se cuentan, asimismo, entre los medios más amenazados y destruidos.

Evolución año 1997

En poco más de cuarenta años más de la mitad de los bosques tropicales del mundo han desaparecido. Cada año la Tierra pierde alrededor de veinte millones de hectáreas boscosas. Este último dato quiere decir que cada minuto (de todos los del día, a lo largo de todo el año) desaparecen alrededor de 38 hectáreas (superficie aproximadamente equivalente a 19 campos de fútbol).

Propongo una experiencia a mi lector: comience de nuevo a leer esta cortísima introducción y cronometre ahora el tiempo que tarda en hacerlo, multiplicando el número de minutos que le haya tomado por 19 y tendrá la superficie equivalente en «campos de fútbol» del bosque que ha desaparecido en el mundo mientras leía estas líneas. El resultado puede ser terrorífico.
Terrorífico, sobre todo, teniendo en cuenta la riqueza de recursos y «servicios ecológicos» que los bosques nos proporcionan, teniendo en cuenta que, por ejemplo, la desaparición de bosques constituye un factor importante en el origen del llamado «efecto invernadero», es decir, «el enriquecimiento» de nuestra atmósfera es anhídrido carbónico y otros procedentes de combustiones que lo hacen menos permeable a la radiación de retorno reflejada al espacio exterior por nuestro planeta, con el consiguiente caldeamiento progresivo que, a la larga, producirá imprevisibles cambios climáticos de grandes proporciones.

Sin llegar a los extremos casi apocalípticos de destrucción de bosques en algunos países tropicales, nuestro país no constituye una excepción en esta absurda guerra contra los bosques en que la humanidad se encuentra empeñada.
Nuestros bosques autóctonos, los que espontáneamente cubrieron las distintas porciones de nuestra geografía, no han dejado de disminuir, no han dejado de retirarse ante el imparable, inmisericorde y, muchas veces, arbitrario avance del hombre.

El declinar de las antiguas civilizaciones coincide, y me atrevería a decir que es causado por esto, con la desaparición de sus recursos naturales, y sus suelos y bosques son imprescindibles al relacionarse con la agricultura. («La juventud de una civilización se prueba por la existencia de sus bosques». Humboldt).

El bosque y el árbol, además de su utilidad como fuente de productos y sus consecuencias sobre el régimen hidrológico o la protección de suelo han despertado sentimientos contradictorios en el hombre, fruto del simbolismo que les concedía. Por su aspecto poderoso, elevado sobre los demás vegetales, despertó el árbol un sentimiento de respeto: en algunas culturas se lo divinizó antes de que se creasen dioses andromorfos, y después a estos se les asoció un árbol como identificación de un culto primitivo.
El bosque, profundo, silencioso, misterioso, evocaba la idea de las divinidades, el respeto, el temor, el misterio… Cuando los dioses toman forma humana, los bosques se transforman en templos, o estos se construyen en el bosque. En todas las religiones antiguas existía el bosque sagrado asociado a alguna divinidad.
El bosque era el lugar apropiado para excitar la imaginación: «Estos bosques sagrados pobladores de árboles añosos y gigantescos cuyas ramas se entrelazan ocultando el cielo, la frondosidad y el misterio de la selva, la impresión que produce en nosotros esa sombra profunda que se extiende en lontananza, ¿no nos sugiere la idea de que allí reside un dios?» (Séneca, «Cartas morales a Lucilio»).

Aunque algunos bosques eran considerados con sentido reverencial, no fueron lugares para la vida del hombre, siendo impropios para la agricultura e incluso para el rendimiento ganadero. El espacio agrícola variado, con grupos dispersos de vegetación natural, fue preferido como imagen de descanso, belleza y felicidad; escenario de un mundo bucólico y pastoril en el que la paz constituye una de sus cualidades, y la naturaleza es amistosa, hecha a medida del hombre. Pero el bosque, aunque admirable, es un lugar hostil, donde el horizonte se pierde y no se ven las estrellas; refugio de fieras y bandoleros, lugar para visitar, pero no para vivir; hogar de ermitaños en el punto más alejado de la civilización.
Así, el bosque ha despertado sentimientos ambivalentes en el hombre: respeto, admiración, temor.

Hoy podemos sustituir el temor por pena ante lo que es la mayor construcción del mundo vivo terrestre, muestra de permanencia y eternidad.
Pena y angustia por lo que estamos haciendo a nuestros bosques: incendios, contaminación, talas excesivas, etc…
Es por esto que cabe plantearse una pregunta: «¿Qué será de nuestro planeta (constituido en su mayoría por bosques) y, por consiguiente, del hombre, en años venideros?» Es una pregunta a la que encontrarán respuesta las generaciones futuras, si es que les dejamos un lugar bello y verde para vivir como el que nosotros disfrutamos ahora, o, por el contrario, les legamos una tierra seca e improductiva, si es que la encuentran.

Evolución. Año 6997

Sentado en un montículo de arena el señor «R» conversaba con el niño «S».
-Han pasado ya 5000 años desde que, en 1997, una joven estudiante de tercero de BUP se planteara un problema sobre el futuro de su planeta y del hombre en años posteriores. Decía también la muchacha, de cuya identidad sólo sabemos su nombre, Maite, que su planeta estaba cubierto de bosques.
-¿Bosques? ¿Qué es eso, señor «R»?, pregunta el chico «S».
-No se sabe con exactitud, hijo mío, pero parece ser, por los datos que hay suministrados en los ordenadores, que los bosques eran extensiones de tierra más o menos verdes donde los árboles y los vegetales hacían de marco en un paisaje digno de ciencia-ficción.
-¿Y cómo lo sabe usted, señor «R»?
-Lo sé porque los hermanos de milenios anteriores lo dejaron escrito en unas encuadernaciones que ellos llamaban libros y que tardaban años en escribir. ¡Estúpidos! ¡Con lo fácil que es dejar que los ordenadores sean quienes hagan todo!
… Y esto es, más o menos, en lo que se convertirá nuestro planeta: en un desierto, con lo cual las generaciones posteriores no sabrán nada de lo que fueron nuestra mayor riqueza y patrimonio: los bosques.

Trabajo original