Rafael Alberti, el último poeta vivo de la generación del 27, murió plácidamente en su casa del Puerto de Santa María en la madrugada del jueves 28 de octubre. Recordamos alguno de sus poemas, como el dedicado a Platko, portero del Barcelona.

 Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera
Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de mi blanco bajel de guerra

A sus 96 años, a pesar de los problemas cardiorrespiratorios que tenía, había manifestado sus deseos de llegar vivo al 2000, mostrando una vez más su amor a la vida y la combatividad de su espíritu. Ahora ya es un sueño imposible para él, pero por qué no pensar en que quizá no lo sea para sus cenizas, que posiblemente se resistan flotando sobre el mar («es toda mi vida») para disfrutar del momento efímero de la contemplación del cometa («la verdadera vocación de mi vida habría sido ser cometa errante»).

En contra de quienes han censurado su posición política por permanecer afiliado al comunismo hasta el final («sigo creyendo en el comunismo, porque es un sistema que aún puede cambiar mucho») o su popularismo en poesía, hay que validar sin desmayo que ha sido una de las voces más claras de la literatura española porque, entre tradiciones y vanguardias («no tengo estilo, tengo olas innumerables que entre todas crean constantemente un solo estilo, el del mar»), siempre buscó el lenguaje que no lo apartara del paraíso más auténtico, aquel confiado y libre de la arboleda perdida en el Puerto de Santa María de su infancia y adolescencia.

La eclosión de las dos Españas que vino después le llevaría al compromiso social que nunca abandonó, por más que en los últimos tiempos, tras casi cuarenta años de exilio y más de veinte de retorno, intenta-ran apagar sus brillos, revocar sus colores.
El no quería hablar de otra cosa («Si no hubiera tantos males / yo de mis coplas haría / torres de pavos reales») ni de otra forma («aunque yo quisiera ser / de otro país, de otra parte / ¿quién iba a ahogarme la voz / de mis mares?»). Y no fue triste su entrega, al contra-rio. Su poesía siempre desbordó fuerza, reafirmación, vitalidad.

¡Oh poesía hermosa, fuerte y dulce,
mi solo mar al fin, que siempre vuelve!…
¿Qué no voy a esperar de ti en lo que me falte
de júbilo o tormento? ¿Qué no voy
a recibir de ti, di, que no sea
sino para salvarme, alzarme, conferirme?
Me matarán quizá y tú serás mi vida,
viviré más que nunca y no serás mi muerte.
Porque por ti yo he sido, yo soy música,
ritmo veloz, cadencia lenta, brisa
de los juncos, vocablo de la mar, estribillo
de las simples cigarras populares.
Porque por ti soy tú y seré por ti sólo
lo que fuiste y serás para siempre en el tiempo.

Una buena muestra de la generosidad con que se entregaba a sus poemas la podemos ver en uno de tema intrascendente que escribió a un portero de fútbol del Barcelona, Platko, famoso por su actuación en el partido que jugó su equipo contra el Real de San Sebastián, en el Sardinero, el 20 de mayo de 1928.
Estaba por entonces Alberti pasando unos días en Cantabria, invitado por José María de Cossío para superar una depresión, cuando se animaron a asistir al encuentro junto con el famoso cantante de tangos Carlos Gardel. Nos lo cuenta en su libro segundo de La arboleda perdida:

 Un partido brutal, el Cantábrico al fondo, entre vascos y catalanes. Se jugaba al futbol pero también al nacionalismo. La violencia por parte de los vascos era inusitada. Platko, un gigantesco guardameta húngaro, defendía como un toro el arco catalán. Hubo heridos, culatazos de la Guardia Civil y carreras del público. En un momento desesperado, Platko fue acometido tan furiosamente por los del Real que quedó ensangrentado, sin sentido, a pocos metros de su puesto, pero con el balón entre los brazos. En medio de ovaciones y gritos de protesta, fue levantado en hombros por los suyos y sacado del campo, cundiendo el desánimo entre sus filas al ser sustituido por otro. Mas, cuando el partido estaba tocando a su fin, apareció Platko de nuevo, vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar. La reacción del Barcelona fue instantánea. A los pocos segundos, el gol de la victoria penetró por el arco del Real, que abandonó la cancha entre la ira de muchos y los desilusionados aplausos de sus partidarios.

PLATKO
A José Samitier, Capitán

Nadie se olvida, Platko,
no, nadie, nadie, nadie,
oso rubio de Hungría.
Ni el mar,
que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos.

No, nadie, nadie, nadie.
Camisetas azules y blancas, sobre el aire,
camisetas reales,
contrarias contra ti, volando y arrastrándote,
Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiendo con la yerba de otro país. ¡Tú, llave,
Platko, tú, llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!

No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Volvió su espalda el cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por tu sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto,
temieron las insignias.

No, nadie, nadie, nadie,
nadie, Platko, se olvida.
Fue la vuelta del mar,
fueron
diez rápidas banderas
incendiadas, sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta del corazón de la esperanza.
Fue tu vuelta.
Azul heroico y grana,
mandó el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas, rotas alas,
combatidas, sin plumas, encalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
¡Y todo por ti, Platko,
rubio Platko de Hungaria!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario el viento abrió una brecha.

Nadie, nadie se olvida
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.

No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
¡Oh Platko, Platko, Platko,
tú, tan lejos de Hungría!
¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?
Nadie, nadie se olvida,
no, nadie, nadie, nadie.

 
Trabajo original