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Nº 136
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

Contratiempos tecnológicos

Por Ana Narganes Henares y Aurora Rodríguez, alumnas del Taller de Prensa Escrita del CEPA Caligrama de Torrelavega.

En el Taller de Prensa Escrita propusimos una actividad titulada 'Error 404', en la que los alumnos debían escribir una historia en la que se narrase un contratiempo ocasionado por un aparatejo. A veces la lucha con la tecnología o un artilugio muy moderno nos genera situaciones embarazosas cuando menos nos conviene. En estos casos, conviene reírse.




Parecía una tarde normal, pero no lo era. Para Felisa era muy especial, sus cuatro amigas estaban a punto de llegar a casa para tomar un cafetín todas juntas y pasar un rato agradable. Por fin había podido comprar la cafetera que tanto deseaba, ya que sus compañeras de café continuamente le tomaban el pelo por seguir haciéndolo en su vieja cafetera italiana.
Había ido pronto por la mañana a esos grandes almacenes tan famosos, a ver marcas y modelos que se anuncian en la tele. Era preciosa, automática, roja. Lo único que no la convencía era que tenía dificultad para decir el nombre pero después darse cuenta de que era una gran compra y la máquina perfecta para hacer un buen café, se decidió… No importaba que dedicase a ese fin la cuarta parte de la pensión porque el esfuerzo bien valía la pena… Sería la envidia de sus contertulias…
Se sentaron alrededor de la mesa camilla y cuando todas vieron la nueva cafetera comenzaron a aplaudir a Felisa, quien casi había crecido cinco centímetros por la satisfacción. Bueno, todas menos Matilde, que siempre fue un poco envidiosilla.
“Pues nada, a preparar el cafetín” -dijo Felisa-. “He comprado descafeinado especial con aroma del trópico. Os va a encantar”. Y dicho esto, y sin leer las instrucciones, llenó el depósito con agua mineral y como eran cinco introdujo dentro cinco cápsulas, una para cada una. Dio al interruptor y, pasados cinco minutos, allí no salía nada y comenzaba a oler un poquitín a quemado.
De repente, una explosión las dejó sin palabras. “¡¡BOOM!!” y todo el saloncito se tiñó de café y parecía que ellas hubiesen salido de la mismísima mina.
Felisa comenzó a llorar amargamente y cuando vio que sus amigas no podían parar de reírse, su llanto ya no fue de pena sino de emoción.
“Llaman al timbre”— dijo Matilde. Y en cuanto abrió la puerta se encontró al mismísimo George Clooney, que como si de un anuncio se tratara, se ofreció amablemente a ayudarlas a limpiar todo el estropicio.
Y terminaron la tarde jugando un dominó y tomando un rico café de su vieja cafetera italiana.


Ana Narganes Henares



Estaba toda ilusionada, pues mis hijos me habían regalado un robot aspirador de ultimísima generación. Solo tenía que darle instrucciones y lo hacía todo. ¡No me lo podía creer! Así que hice una prueba en presencia de mis tres hijos y el técnico que había venido a reprogramarle. Le di las instrucciones pertinentes y salió como un cohete hacia la galería y mitad del salón dejándolo en pocos minutos hasta con brillo. Me quedé asombrada, pero… y ¿con las escaleras qué pasa? Si le dejo arriba a lo mejor se me suicida. El técnico, muy amable él y con mucha paciencia, me dijo: “no se preocupe por nada, señora. Que este aparato está dotado con lo mejor de lo mejor, y puede subir y bajar escaleras, como un jovenzuelo. ¡Ah! Que se me olvida decirle: solo le tiene que recargar las bolsas cuando vea que quedan pocas, ya que recoge la basura, la deposita en ellas y las deja en el lugar que usted le diga. Como verá, él solo se recarga y si usted tira o se le cae algo al suelo sale rápidamente de su cargador y se lo recoge”.
Bueno pues este aparato llegó a mi casa un jueves y el viernes era el día de chicas, o sea, que me iba a comer con las amigas. Muy contenta le di las oportunas instrucciones, diciéndole que las bolsas de basura me las depositara a la puerta de la cocina.
Me fui encantada, durante la comida le hablé a mis amigas del magnífico aparatos, todas quisieron venir a casa a verlo, y así lo hicimos. Os podéis imaginar cuál fue el asunto estrella de ese encuentro. No me malinterpreten, la larga enumeración de virtudes del robot aspirador, qué digo robot, galán funcional multiusos de tecnología punta, era tan solo por darles un poco de envidia a mis contertulias. Yo hablaba por hablar. De las dos horas, él se vio protagonista de mi relato solo en ochenta minutos.
A mi regreso, abrí la puerta principal y toda la planta estaba inmaculada, pero a él se le oía trastear en el piso de arriba. Como un zumbido, subimos apresuradamente y… ¡Horror! La segunda planta era un caos, todo el rollo de papel del baño estaba triturado, los flecos de las alfombras de las habitaciones estaban cual pollos desplumados y, por si no fuera poco, la colcha edredón de mi habitación estaba roída por los laterales, los cordones de las playeras de mis hijos triturados, una corbata, de las caras, de mi marido estaba hecha jirones… En fin un caos total.
Se había quedado sin bolsas, y a pesar de recoger una y otra vez, lo vomitaba. Con asombro, pudimos contemplar cómo bajaba las escaleras, se recargaba en pocos segundos y volvía a subir. El aparato quería corregir aquel desastre pero todo era inútil; cada vez los trocitos eran más pequeños y el caos era supino.
Le di al botón de urgencia y al pararse, cogí la caja y con la misma se lo devolví al tendero. Él se quedó asombrado pues todos sus clientes estabas encantados. Le di cuenta de lo que había pasado y me dijo: “quédeselo que se lo reprogramamos”.
No quise volver a saber nada de él y volví a mi antiguo aspirador. Al menos a este lo manejaba yo.

Aurora Rodríguez

 

 


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