Mientras el abajo firmante escribe este artículo se desarrolla una grave polémica, atizada por una tal Esperanza Aguirre que dicen es ministra de Cultura, y que nos quiere implantar una ley por la que debemos estudiar latín, griego, más lengua castellana y más historia de España; porque, explica, que sabemos muy poco sobre las llamadas Humanidades.

Y que no veo mal esto, pero creo que ya lo estudiamos. Sí es cierto, que nos causan relativo pavor los idiomas de helenos y romanos, lenguas tan poco habladas como el griego y desconocidas con totalidad en el caso del latín. Pero esto no es tan grave como para que se forme la que se ha formado.

¡Ah, no! Si es que dicen que en alguna zona se estudia a un tal Guifredo (Cataluña), los ideales de uno llamado Sabino Arana (País Vasco) o no sé que historias de peregrinos (Galicia) en vez de observar las Cuevas de Altamira o repasar las hazañas de Felipe II. Y la ministra que Felipe II y los nacionalistas que no, y la ministra que latín y griego y los nacionalistas que no, y la ministra que el castellano y los nacionalistas que sus lenguas vernáculas. Aunque después se diga por una parte que no se impone sino que se expone y por otra que no niegan sino se enfadan por no ser consultados.

Y es que hay veces que, estos originarios de las renombradas «comunidades históricas», pierden el respeto por el resto de españoles que seguimos viendo a Felipe II y a las Cuevas de Altamira como propia historia. ¿O es que el citado yacimiento arqueológico sólo ha de ser estudiado en Cantabria, a los Reyes Católicos en Toledo o Valladolid y dónde está Zaragoza en Aragón? Ahora sí; parece, de verdad, que la Historia de España, el castellano y su literatura, incluso el latín del que descendemos están en grave retroceso y ha de hacerse algo, no con respeto y unanimidad de los partidos sino de nosotros los estudiantes y profesores que somos a los que nos interesa y no a ellos que sólo les sirve para hacerse publicidad. Hay veces que creo que volvemos a aquello del histórico, y nunca mejor dicho, despotismo en el que se hacía todo para el pueblo pero sin el pueblo.

Después todo terminará en una palmadita en la espalda y saludo cordial, e incluso se suben el sueldo para variar.

 

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